Laura Ponte y El gran finale
Laura Ponte es una feminista singular que va caminando por la vida con una enorme sonrisa. Rodeada por amigas académicas y universitarias, bilingües y trilingües, hace años se entregó a la defensa de las mujeres que confrontan problemas de pareja y sobre todo injusticias y descalificaciones.
Ahora nos entrega un libro relacionado con su trabajo que reunió bajo el título de El gran finale, publicado por la editorial El Impostor. Dedicada a la comunicación y el periodismo, Laura Ponte rompe el techo de cristal de la violencia contra las mujeres y sus derechos y lo hace como una encantadora de serpientes, porque es una de las jóvenes mujeres más encantadoras que conozco. Y más generosas. Laura Ponte documenta en El gran finale la vida de mexicanas más o menos célebres con gran sensibilidad y conocimiento de causa. Ya inició un documental sobre una escritora amiga suya que no ha podido terminarse por falta de fondos, el eterno problema de los cineastas.
Laura Ponte, merecedora del Premio Nacional de Periodismo al participar en programas de radio y televisión, fue jefa de redacción de la revista Marie Claire, en la que sigue colaborando, y escribe en el National Geographic. Ahora, la joven editorial feminista El Impostor se prepara para lanzar otros títulos.
–Son 12 cuentos, historias acerca de 12 mujeres, que recién divorciadas, toman con mucha alegría su nueva soltería, porque además gozan de privilegios económicos.
“Cada una tiene una historia diferente; algunas descubren que ya no les gustan los hombres, y que ahora prefieren a las mujeres; una de ellas (Isabel) habla de su lesbianismo en el cuento ‘Cambio de planes’.
“Todas mis amigas estudiamos en el Colegio Madrid y seguimos reuniéndonos. Estamos conectadas. Lorenza y Berenice son hermanas y amigas de María José… Seguimos siendo muy amigas después de haber salido del colegio. A mis amigas todavía les gusta jugar futbol, bailar rock, cantar y salir juntas; todas pasaron por un divorcio más o menos en la misma época. En El gran finale, cada una cuenta por qué se divorciaron, y por qué eso las fortaleció. Relatan anécdotas muy divertidas.
“Se separaron porque vivieron de alguna manera, algún tipo de violencia y de desigualdad durante su matrimonio, pero es una violencia de la que pueden reírse al paso de los años, no una tan grave que las lleve al sicoanálisis o a la enfermería. Sólo una recibió un golpe físico, pero lo superó y ahora hasta se puede reír de ella.”
–¿De ahí que decidieran ustedes, feministas con muchas posibilidades, publicar un libro?
–De eso trata: de reírse de situaciones de las que afortunadamente salimos y rehicimos nuestras vidas. Algunas se vuelven a casar, otra cambia de preferencia sexual, otras deciden vivir solteras y les va a todo dar. Hay otras que incluso vuelven a embarazarse.
–¿Cada cuento representa a varias mujeres de clase media alta de nuestro país?
–Es un libro auténtico; escribí esas historias porque mis entrevistadas me decían: “Por favor, cuenta mi historia”. Todas tenían grandes semejanzas entre sí. Cada una de las 12 mujeres representa a muchas otras que vivieron una situación muy parecida, si no es que la misma. Por eso informo que “unas cambiaron de sexualidad” porque, en mi entorno conozco a más de tres que decidieron vivir con otra mujer y construir su familia a partir de esa relación.
“Como sabes, Elena, tuve cáncer de mama; cuando me tocaron mis sesiones de quimio, mis amigas me acompañaban y platicábamos. Me divorcié en 2011. Me detectaron el cáncer en un seno, en diciembre de 2010, en la mama derecha. Dos semanas antes, ya había logrado convencer a mi ex marido de que nos divorciáramos; a las dos semanas de esta conversación me descubrieron el cáncer y no me pude separar; nos quedamos juntos por los niños.”
–¿Por qué no pudiste?
–Porque me dijo –y tenía razón– que iba a ser muy fuerte para mis hijos –que entonces tenían seis y 13 años–, que iba a ser duro decirles que su mamá tenía cáncer y que además íbamos a divorciarnos. Les expliqué que iba a pasar por quimios y que me iba a quedar pelona.
“Decidimos posponer la noticia mientras estaba en quimios. Obviamente, mi marido ya no me acompañó ni una sola vez; me acompañaban mis padres y mis amigas, que me contaron sus historias. En el hospital, durante las quimios, pasamos más de siete horas juntas. Una enfermera me ponía una intravenosa, luego otra, un recubrimiento para la panza para evitar una úlcera; finalmente, un antihistamínico, por si te hace reacción, creo que un antibiótico y luego la fórmula de la quimio que toca ese día. Te pasan el medicamento por la vena y el proceso dura siete horas. Si me cansaba, a veces me sentaba. Mi mamá me acompañó varias veces, pero siempre estaba conmigo una amiga diferente; se turnaban cada sesión. Fueron 12 quimios; son 12 mis amigas.”
–¿Sentías mucha compasión por ti misma al ver que todo este horror te sucedía al mismo tiempo?
–No. Mira, cuando pasas por un cáncer lo único que piensas es en no morir, porque ves a tus hijos muy chiquitos. Lo único en que yo pensaba era en mantenerme viva para ellos. No me importaba mi situación matrimonial.
“Durante la primera época del cáncer, no me acuerdo si los cuidaron mis papás… creo que se los llevaron a su casa. Mi hermana, Brenda Senescal, que no tiene hijos y adora a los míos, fue como su segunda madre y se hizo cargo de ellos.
“Cuando acabé las quimios, a las dos semanas no me había salido el pelo; busqué casa y me cambié. Vivía en una casa preciosa de los años 20, en Mixcoac, en la calle de Regul esquina con Cabrera, la casa de mis sueños, pero se la dejé a mi ex marido porque necesita un estudio muy grande. Tiene un taller de impresión de gran formato. Lo lógico era que yo me saliera… Busqué un departamento precioso que amuebló. Él fue muy mal marido, pero es un gran papá y un buen ex esposo; no me puedo quejar.
“Me mudé a la calle de Juan Escutia, que conociste. Viví ahí 11 felices años con mis hijos. Tuve varias operaciones después del cáncer y una fuerte depresión de la que me sacaron mis amigas. Como el mío fue un cáncer triple negativo muy raro, muy fuerte, me quité la otra mama, los ovarios y la matriz, como prevención. En total, salí viva de seis operaciones. Salí adelante y viví con la amenaza de morir cinco años más tarde según la estadística del cáncer triple negativo.
“Me dediqué a gozar la vida y ya no morí. Salí de fiesta, bebí muchísimo, tuve muchas relaciones, hice todo lo que no había hecho. Me casé muy joven, a los 23, y no supe lo que era la libertad hasta que me conocí a mí misma. Viví mi sexualidad sin obedecer los mandatos de la sociedad. También trabajé, y eso me ayudó muchísimo. Laura Carrera, feminista, me apoyó: trabajaba de lunes a jueves; los viernes eran días de quimios. Dilcya García Espinosa de los Monteros, fiscal de delitos contra las mujeres en el estado de México, fue quien más me apoyó. Viajé a Europa con mis papás y mis hijos y en París escribí El gran finale para contar mi historia y la de otras mujeres como yo. Soy una de las 12 protagonistas. Juan Villoro me dijo: “Laura, es buenísimo; me encanta lo que escribiste porque no haces tragedia.”