publicidad
Opinión

Las gringas de la Zona Norte / Felipe Rodríguez

Por: Felipe Rodríguez

Su presencia es notoria. Cada vez parecen ser más. Están aquí, entre todas aquellas que ya estaban antes, notándose, ganándose un lugar en este mundo donde la vida es dura, pero más fácil que la que tenían en su lugar de origen, en su país.

Son migrantes y por su origen se saben diferentes, únicas, llaman la atención. Aprovechan esta ventaja que hace más fácil lidiar con la competencia y sacan ventaja de lo que a primera vista luce como privilegio, aunque en realidad no lo sea.

Si algo las tiene aquí, en esta ciudad, si algo las hace venir y quedarse, es que pueden subsistir, que han encontrado una forma de mantenerse en pie, de comer, de tener vivienda y servicios médico, oportunidades que les fueron negadas al otro lado de la frontera. Sienten que la vida les está dando another chance. Esperan cambiar para bien y resurge la esperanza de ser alguien, de poder con sus vidas. Por eso están aquí y no allá donde les han sido negados los mínimos derechos que merecen por el simple hecho de ser seres humanos.

Al arribo no saben que la vida tiene otros planes para ellas, no entienden que los dados están cargados y destinados a hacerlas perder. Que los sueños de bienestar y tranquilidad, esas ilusiones de una vida mejor, desaparecerán más temprano que tarde, porque no pueden durar, no son reales, ni aquí ni allá. Llegaron al infierno del que vienen huyendo porque aún sigue vigente, las acecha, seguro que la emboscada tendrá éxito.

Ser diferentes a las locales, en vez de ser una ventaja que las guíe en el camino que han decidido andar, es el sello que les garantiza más desgracias. Los demonios no son otros, simplemente se han disfrazado para parecer diferentes, para lograr el engaño, para aprovecharse más fácilmente de sus vulnerabilidades, para engancharlas y dejar que se pudran en el gancho. Llegaron, pero no para salir, sino para hundirse más en el pozo.

Son prostitutas y es probable que lo fueran desde antes de cruzar la frontera. Son de las marginadas, de barrios pobres, producto de promiscuidades, víctimas de violencia y abusos de todo tipo por el simple hecho de haber nacido mujeres. Son afroamericanas, pobres, sin educación suficiente, en el país que se vanagloria de ser “el país de las oportunidades”. Ellas no conocen de esto, les ha sido negado desde su concepción por haberse atrevido a nacer con piel oscura.

Momentáneamente sienten que este país es más democrático e igualitario que aquel que las vio nacer. Empiezan a ver cosas que no veían anteriormente y les hace revaluarse, creer que están en el lugar indicado. Sienten que si en otros lugares fueron rechazadas, aquí serán aceptadas.

Aún no saben que las desgracias igualan, que no discrimina. Le da lo mismo razas diferentes, no distingue grupos sociales, creencias religiosas. Este infierno tiene capacidad para albergar esa diversidad y a todas ellos les partirá la madre, eso es seguro.

Ven que en esas calles de la Zona Norte también hay anglosajonas, blancas, rubias. Son de ese grupo que los blancos privilegiados  llaman “White trash”, así, con desprecio. También son marginadas, se les ha negado, al igual que a sus paisanas afroamericanas, las oportunidades que se dice crecen en los árboles del país más rico del mundo.

Se reconocen, se identifican, parece existir algo común entre ellas. Son gringas y eso las une, intuyen estar en el mismo barco y crean sus vínculos propios, gestándosela una solidaridad entre iguales. Cuando juntas, no se sienten solitarias en país extraño. Aquí son paisanas, iguales, sin importar el color de la piel. Lo que importa es que provienen del mismo país, que hablan el mismo idioma, que extrañan las hamburguesas y que consumen el mismo tipo de drogas.

En medio de nostalgias, esperanzas y desayunos con huevos rancheros y frijoles, comparten sus experiencias. Cuales son las tarifas apropiadas en su mercado laboral, las diferencias entre las practicas sexuales de los nativos con los de gringolandia, las formas aceptadas de sonreír o actuar para agradar, en qué lugar conviene hospedarse para tener un techo seguro sobre sus cabezas, que restaurantes valen la pena frecuentar, que medicinas comprar y dónde hacerlo cuando “la venganza de Moctezuma” aparezca, como negociar con los policías para evitar ser detenidas y extorsionadas por estar de forma ilegal en este país.

Platican confidencias sobre sus lugares de origen, compartan secretos nunca antes dichos en voz alta, se lamenten de errores cometidos, se consuelen entre ellas y se dicen que hay una vida mejor, que fue una buena decisión haber venido, que aquí los nativos las prefieren porque son diferentes, porque el color de sus pieles no es de mestizas. También, al calor de la plática, descubran que Steve o Jamall eran igual de abusadores, de misóginos, de culeros.

Se vanaglorian cuando descubren que fue un acierto haber tomado clases de español en High School pues facilita la negociación de tarifas con alguien dispuesto a gastar parte de su sueldo de obrero para coger con una gringa. O se lamenten de no haberlo hecho. Una de ellas, a falta de clases de español, presume haber tenido su dealer en el Barrio Logan o en el East LA, lo que hace que esta lengua ya no le sea ajena. Cuenten anécdotas sobre sus dificultades para entender el idioma nativo y refieren historias de malentendidos, y se rían o entristecen al narrarlas.

Platican sus vivencias cuando recién llegaron, los miedos de estar en un lugar desconocido para ejercer oficio conocido, el no saber por dónde deambular de forma segura en estas calles, las dudas sobre la conveniencia de tener o no padrote. Ríen al relatar su confusión para distinguir los billetes y monedas, o su ignorancia para ubicar los sanitarios públicos cuando la necesidad de usarlos llega en el momento más inoportuno, en el horario de trabajo. Gustosas comparten la información sobre los lugares dónde conseguir la necesaria dosis.

Porque a pesar de mentes nubladas por desvelos y droga, poco a poco van creando conciencia de la importancia que tienen compartir experiencias, y van apreciando la importancia de ayudar a otros, o solicitar la ayuda de alguien más, porque es la forma más segura de protegerse.

Son capaces de identificar los patrones de esta nueva realidad que les servirán para sobrevivir, porque a fin de cuentas la naturaleza humana es la misma aquí o allende la frontera. Similitudes de comportamiento que poco difieren entre los borrachos Tijuaneados, y los practicados en el South Central LA o en el callejón de algún ghetto. Los peligros son los mismos, la degradación es igual. Los clientes, hombres marginales, pobres, alcoholizados, solos, sucios, exigen lo mismo, buscan lo mismo en ellas. Poseer, abusar, exigir, degradar. Pagar por sexo aquí, en la Zona Norte de Tijuana, es un intercambio igual que en cualquier zona marginal de país de primer mundo. No hay amor, no hay acercamiento humano. Es coger simplemente, pagar por un servicio, estirar la liga de exigencias para ver hasta donde se puede llegar. Y al final, ambas partes deben seguir cargando esa soledad que se lleva a cuestas, ese vacío del alma que no se aleja y no conoce de idiomas o nombres de países.

A ellas les tocó ser emigrantes jodidas. Ellas no trabajan en puteros destinados a los miembros de la élite económica o política de la ciudad. Para las que ahí laboran, ser ilegales no les quita el sueño. Las protegen, las toleran. Sus dealers no les venden drogas adulteradas. Sus ingresos les dan lo suficiente para vivir en departamentos y pagan renta mensual, cash, en la fecha acordada con el arrendador. Ellas no sienten la angustia que, de no haber clientes este día, la posibilidad de dormir a la intemperie es real. Estas, las de la High, ni siquiera se autonombran prostitutas. No, no son de esas. Ellas son Call Girls o Damas de Compañía. Comen bien, van al Gym, visten con ropa de marca.

Las putas gringas de la Zona Norte son marginadas, son pobres, carecen de las Social Skills necesarias para tener una vida más llevadera. En eso no son diferentes a cualquier otro grupo de migrantes pobres, sea cual sea su nacionalidad, su destino o el oficio que ejerzan. Se tratan de sobrevivir con los recursos y capacidades con que se cuenta. Ellas también buscan mejorar sus vidas. Y saben jugar bien esto de sobrevivir el día de hoy.

Porque para ellas, no hay más. Solamente este día.

Related Posts