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Opinión

Acapulco: el alcance de la marginación a quien la provocó

Por: Juan Becerra Acosta

Acapulco, “la perla del Pacífico” y durante décadas destino turístico de clase mundial cuyas playas bañaron a Agustín Lara y María Félix, a John F. Kennedy y Jacqueline Bouvier, que en sus restaurantes o centros nocturnos puso a bailar al mismo tiempo a políticos y empresarios con Elizabeth Taylor o Johnny Weissmüller, y un destino al cual su esplendor le fue arrebatado mucho antes que Otis por un fenómeno cuya devastación y letalidad es más destructora que la de cualquier huracán: el crimen organizado.

Mientras en las zonas cercanas a la playa se levantaron lujosos hoteles y en los alrededores de La Quebrada –donde los clavadistas aún asombran a los turistas al aventarse desde las alturas del acantilado a las profundidades del océano– abrieron magníficos restaurantes y glamorosos centros nocturnos, o en la zona hoy conocida como el “Acapulco Viejo” se construyeron residencias de hasta tres pisos con albercas cuya vista al Pacífico confirma que no hay mejor puesta de sol que la de Acapulco, los habitantes del puerto fueron, en su mayoría, desplazados a áreas conurbadas carentes de servicios elementales.

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El crecimiento económico del México de los años 50 llegó a Acapulco inequitativamente. Los turistas eran atendidos por meseros que servían hamburguesas que costaban lo mismo que ganaban en una semana y botellas cuyo precio no se alcanzaría a pagar ni con el sueldo de un mes. La creciente exigencia de servicios turísticos priorizó un desarrollo sin planificación en el que los derechos dieron paso a los productos y el valor de la persona se contabilizó de acuerdo con su capacidad de gasto.

Ejidos fueron expropiados, aguas residuales dirigidas al mar y a los ríos. Los empleos se precarizaron y, mientras el esplendor alcanzó nada más hasta donde se alcanzaba escuchar el romper de las olas, en las colonias de la montaña los beneficios económicos del turismo no llegaron a una población sumida cada vez más en la marginación y pobreza, víctima de un abandono criminal, cuyas repercusiones no fueron previstas por empresarios ni autoridades a pesar de que, inevitablemente, les impactarían en el futuro.

Cuando el desarrollo es inequitativo, y sus beneficios alcanzan sólo a unos cuantos, los síntomas de la pobreza terminan alcanzando a quienes provocan la marginación.

En Acapulco el crecimiento de la pobreza comenzó a ser cada vez mayor al de la riqueza y sus síntomas tomaron, de la mano con la delincuencia, la bahía que, a partir de ahí, fue abandonada por los ricos, quienes se trasladaron a otras playas a las que, sin serlo, siguen llamando Acapulco.

A partir de 2005 los homicidios comenzaron a registrar un repunte al tiempo en el que el territorio se disputaba entre Los Zetas y el cártel de Sinaloa, los cuales, ante el incremento de medidas tomadas por la DEA para combatir el tráfico de drogas a Estados Unidos por el mar Caribe y el Golfo de México, trazaron rutas por el Pacífico y encontraron en el puerto el lugar ideal para operar. Al hacerlo hallaron también a una población olvidada y marginada a la que fácilmente reclutaron. Actualmente Acapulco se disputa entre los cárteles Independiente de Acapulco, el Jalisco Nueva Generación y el de Sinaloa. Todos extorsionan a hoteleros, dueños de bares o restauranteros, entre otros, y cometen delitos relativos al narcomenudeo y la trata de personas.

Tras el impacto del huracán Otis el municipio tuvo la oportunidad de resarcir el olvido histórico cometido con los acapulqueños al, por ejemplo, atender la acumulación de basura o llevar ayuda a las zonas marginadas, como la de La Cima, pero no lo hizo. La basura duró meses pudriéndose en la calle y a La Cima tardó una semana en llegar el agua, tuvo que ser el Ejército el que la llevara. Tampoco previó que uno de los muchos focos rojos que se encendieron es el de la mutación de la delincuencia que, al dejar de percibir ingresos por narcomenudeo o extorsión a comerciantes y empresarios, buscaría otras actividades ilícitas para recuperar el dinero perdido.

Y así sucedió, hace unos días, ante la inacción de la autoridad municipal y estatal, transportistas fueron extorsionados y atacados causando la inmovilidad del puerto y afectando principalmente a la clase más pobre, la que no tiene coche. ¿La policía local?, en lugar de perseguir a los extorsionadores se dedicó a dar “aventones” a la gente hasta que el gobierno federal tuvo que intervenir para garantizar, temporalmente, seguridad. Primer aviso que se da de ambos lados de la moneda. La delincuencia confirma que está organizada. La autoridad municipal de Acapulco y la estatal de Guerrero, que no.

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