La Jornada / Ucrania y Taiwán: apostar al diálogo
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, consideró “positivas” las primeras reacciones de Estados Unidos para resolver la crisis en torno a Ucrania. De acuerdo con el mandatario, sus “socios estadunidenses” dicen estar “listos para comenzar esta discusión, estas negociaciones, desde principios de año en Ginebra”, lo cual podría abrir la puerta a la distensión después de meses de una escalada de declaraciones en que el Kremlin acusa a Occidente de amenazar sus fronteras y de pretender la ampliación hacia el este de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), mientras Washington y la Unión Europea afirman que Rusia prepara la invasión de su vecina Ucrania.
Frenar la expansión de la OTAN es vital para la seguridad nacional rusa y Putin ha dejado claro que cualquier nueva incorporación de los Estados ex soviéticos resultaría inaceptable. Debe recordarse que la no ampliación de la alianza atlántica fue uno de los compromisos adquiridos por Occidente en los acuerdos que se sucedieron tras el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y que la persistente violación de ese entendimiento ha significado para Rusia verse casi completamente rodeada de países hostiles y fuertemente armados en su flanco occidental.
El conflicto que se dirime en Ucrania tiene la máxima importancia no sólo para los directamente involucrados, sino para el conjunto de la comunidad internacional, pues constituye uno de los dos contenciosos que amenazan con una colisión armada entre las grandes potencias y que, por ello, podrían desestabilizar al mundo entero. El segundo foco de tensión global es el que gira en torno a la soberanía de facto de la que goza Taiwán y las reivindicaciones chinas sobre la isla que se escindió políticamente del territorio continental en 1949, cuando el Partido Nacionalista Chino (Kuomintang) fue derrotado en la guerra civil china.
Taiwán, que se autodenomina “República de China”, vive la paradoja de ser una de las economías más poderosas y modernas del orbe, a la vez que carece de existencia legal como Estado-nación, una ficción sostenida únicamente por el respaldo militar de Washington y que se vuelve más precaria conforme China incrementa sus capacidades bélicas y se muestra más dispuesta a tomar medidas para recuperar su integridad territorial. Lo cierto es que legal, lingüística y culturalmente Taiwán es una región insular de China, pero también que en estas poco más de siete décadas de vida independiente han cobrado forma importantes singularidades que distinguen a la población taiwanesa de la continental, las cuales deben ser tomadas en cuenta en cualquier eventual proceso de reunificación. Las diferencias entre Pekín y Taipéi adquieren relevancia global por sus consecuencias sobre el control efectivo del Mar de China Meridional, una zona por la que se mueve 30 por ciento del comercio mundial, y donde se juegan fuertes intereses no sólo para estos actores, sino también para Japón, ambas Coreas, Australia, Filipinas, Vietnam, Malasia e Indonesia.
Cabe hacer votos para que las partes encuentren vías diplomáticas, negociadas y pacíficas para abordar estos diferendos y puedan avanzar en la construcción de soluciones definitivas, y pueda disiparse así la amenaza de focos bélicos que podrían escalar en forma incontrolable.