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Opinión

El último lector | Van Gogh. La vida en Andersen

Por: Rael Salvador

Esta biografía monumental —cerca de mil páginas, “Van Gogh. La vida”, de Steven Naifeh y Gregory White Smith— puede ser el retrato definitivo de Vincent, el pintor de “Los comedores de patatas”, “La noche estrellada” y cerca de 800 maravillas más… Lo adquirí hace unos días y, paginar donde las horas son minucias en comparación con la intensidad de las palabras, su lectura es un dulce juego de azar donde los elementos que intervienen —testimonios, anécdotas, recuerdos, entrevistas, documentos— van zurciendo el poder de una vida que, a partir del discurso de la originalidad, estalla en la magia de la embriaguez.

Me referiré a la página 33 (Capítulo I: Presas y diques, de la primera parte del libro: Los años de juventud, 1853-1880), para extraer un párrafo de iniciación significativa: «De las miles de historias que Vincent leyó vorazmente durante toda su vida, hubo una que se grabó en su imaginación: “La historia de una madre”, de Hans Christian Andersen. Cuando se juntaba con otros niños les contaba, una y otra vez, la terrible historia de una madre que prefiere dejar morir a su hijo antes de exponerle a una vida infeliz. Vincent se sabía el cuento de memoria…»

Foto Rael Salvador

Bueno, pues resulta que —lector de este párrafo inicial— yo también me sé de memoria el cuento de “La historia de una madre”. En unos momentos abundaré en su contenido. De momento diré que a la página 33 de la biografía en cuestión le antecede un retrato de Van Gogh cuando tenía 13 años. Lo interesante aquí es que tengo a la mano los “Cuentos completos” de Hans Christian Andersen (Bibliotheca Avrea, Cátedra), con las ilustraciones de los daneses Vilhelm Pedersen y Lorenz Frolich, quienes recrearon en tinta y alma, en el siglo XIX, las imágenes de los cuentos de Andersen.

Me resulta formidable observar la ilustración de la página 410 de los “Cuentos completos” de Andersen y conciliar el rostro del niño postrado en la cama, al lado de su madre, y el retrato del artista cachorro —como diría Dylan Thomas—, el jovenzuelo Van Gogh. ¿Observaría Vincent esta imagen? ¿El dibujo resultó el espejo donde florecería a futuro la zarza del dolor y la nostalgia? ¿Se veía en ese infante, reflejo de su ser ante los ojos rencorosos de su propia madre?

El día de ayer visité a una amiga muy querida y, entre una conversación y otra —desenfado inteligente de nuestro encuentro— le narré el cuento “La historia de una madre”, y le expliqué, no sé si tratando de justificar mi ya desquiciada inversión en libros (sus traducciones y ediciones especiales), los vasos comunicantes entre la vida de un artista y un cuento fundacional. Aquí, en grandes rasgos, la historia: “Una madre se estaba sentada junto a su pequeño hijo (…) temerosa de que la muerte se lo arrebatara.

Llaman a la puerta y entra en la casa un pobre viejo, triste envuelto en un holgado cobertor… tiritaba de frío; la madre se separó de la cuna y se fue a la lumbre a poner una pequeña vasija con cerveza para reanimar al anciano.
—¿No es verdad que no la perderé? ¡Oh, no! Dios es bueno y no querrá quitármelo!

A estas palabras, el anciano, que no era otro que la Muerte, hizo con la cabeza un gesto tan singular, que del mismo modo podía decir que sí como que no. La pobre madre bajó los ojos y dos gruesas lágrimas resbalaron por sus mejillas (…) Y en seguida despertó llena de sobresalto, sintiendo un estremecimiento de frío.

—¡Qué veo!

El viejo había desaparecido y la cuna estaba vacía: aquel hombre se había llevado al niño. El viejo reloj, sordo y confuso (…) se desprendió, cayendo en el suelo y parándose el péndulo instantáneamente.

Foto Rael Salvador

La pobre madre se precipitó fuera de la casa clamando por su hijo.

Afuera dio con su mujer que vestía holgado traje negro y estaba sentada en medio de la nieve.

—La Muerte entró en tu casa, le dijo la desconocida. Yo la he visto salir llevándose á tu hijo; pero la Muerte corre más que el viento y no suelta nunca su presa.

—Dime sólo una cosa —dijo la madre—. ¿Qué dirección ha tomado? Dímelo, te lo suplico; dímelo y yo sabré alcanzarla.

—Conozco el camino por donde se ha ido, contestó la enlutada mujer; pero antes de indicártelo necesito que me dejes oír todas las canciones que cantabas a tu hijo. Estas canciones me agradan y tu voz me enamora. Yo soy la Noche, te he oído cantarlas varias veces y he visto correr tus lágrimas cuando las cantabas.

—¡Oh! Yo las cantaré todas, todas enteramente, pero será después —arreció la madre—. Ahora, no me entretengas, déjame alcanzar a la Muerte y recobrar al hijo de mis entrañas.

La Noche permaneció muda e impasible y la pobre madre, juntando las manos y llorando a mares, se puso a cantar. Muchas fueron sus canciones; pero hubo en ellas más lágrimas que palabras.

Por fin le dijo la Noche: “Anda, en línea recta hacia el sombrío bosque de abetos: por allí ha huido la Muerte con tu hijo”.

La madre salió disparada hacia el bosque. (…) Había por allí un espinoso zarzal sin hojas ni flores, y como esto pasaba en lo más crudo del invierno…

—¿Has visto á la Muerte llevándose a mi hijo? —le preguntó la madre.

—Sí, contestó el zarzal; pero no te indicaré el camino que ha tomado, sino con una condición; has de calentarme en tu seno: me muero de frío.

Y la madre, sin titubear un momento, apretó el zarzal contra su pecho para derretir el hielo que lo cubría. Las espinas desgarraron sus carnes y brotaron de las heridas gruesas gotas de sangre; el zarzal retoñó instantáneamente, cubriéndose de verdes y frescos tallos y de hermosas flores, en aquella noche de invierno…” (Fragmento)

Mi amiga, que lo desconocía, pudo escuchar de mi voz el cuento completo y se conmovió. Hablamos de Freud y de Jung, así como de la importancia de tomar en cuenta que estamos hechos de narraciones: “¡Somos animales que respiramos fábulas!”, insistí.

El cuento de Hans Christian Andersen es maravilloso y aleccionador (como toda su obra), ya que el sustento metafísico envuelve las figuras eternas de la trascendencia en la figura de un Dios y, claro está, semidioses como La Noche, La Muerte y la animación mítica de la Naturaleza que lo conforma. Yo sigo con estas páginas que deparan en mi ser uno de los deleites más sagrados que me ha ofrecido la existencia: conocer, desde temprana edad, a un hombre hecho de fábulas que trastocó y cambió creativamente el arte para toda la eternidad. Que no es poca cosa.

raelart@hotmail.com

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