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Opinión

El último lector | Terrorismo doméstico

Por: Rael Salvador

Desde los griegos, la desgracia de la ira produce “héroes”.

No esta especie de lastimosa heredad que, en el imaginario de los montajes, se deja seducir fácilmente por lo falso, y que terminamos de observar hasta el hartazgo en la TV: un hombre herido —al cual el disparo oportuno del equipo que lo resguarda, la suerte del aire y un movimiento último le han salvado la cabeza—, perdiendo los zapatos, frunciendo los labios y levantando un puño (típico del cretino que ya acarició la salvedad), desoyendo aún la repercusión de necios modales políticos que le han condenado —¿no se ha hecho lo morbosamente posible para que así suceda?—, sin lugar a dudas, a un tiroteo local de los que hoy se llaman “Terrorismo doméstico”.

El atentado al expresidente de Estados Unidos, Donald Trump —ocurrido el pasado 13 de julio, en el mitin de Butler, Pensilvania—, venganza decisiva, tensa en resentimientos, surge al deformarse el combate ideológico de los extremos de una nación que nunca se ha ahorrado los tiros para resolver sus disputas y diferencias.

El hombre a asesinar —digámoslo con claridad y no nos escudemos en la cortesía romántica de la doble cara de los líderes del mundo, “condenando” lo que, en el ejercicio de su rapiña cínica, ellos mismos provocan—, Donald Trump, quien ha despreciado el tono regular de lo político admisible, elevando la basura de su discurso a la modalidad lamentable de lo grotesco: su demagogia misógina, el racismo espectral y homofóbico, lo fanático renovable, conspirador, centrado en el vacuo extremismo de ultraderecha —al miedo “capital” del negocio escatológico de un líder abstruso, en pocas palabras—, y que provoca el estruendo de un relámpago de sangre que, en definitiva, le besó lascivamente la oreja y los labios como un buen recuerdo de cloacas y prostíbulos, el retorno de una advertencia más de sus mentiras febriles que aún se sostienen en su repulsividad hipócrita. 

Y que no es sólo privativo de él, Trump —el “Hombre Naranja”—, ¡sino de una gran Nación!

Nación precursora en la venta de armas.

Nación creadora de guerras para la venta de armas. 

Nación que destruye con armas el espíritu de leyes internacionales.

El aspirante a asesino termina asesinado. ¿Para qué diablos se quiere la confesión de los involucrados? Un tirador abatido, el jovenzuelo de 20 apolíticos años, llamado Thomas Matthew Crooks —al mejor estilo de Jack Ruby, quien terminó con la vida de Lee Harvey Oswald, presunto asesino de JFK—, un lobo o bobo solitario, diciendo adiós en el eterno letargo de la muerte y, de momento, al agravante de “autores intelectuales”… Y, en la escena también, el asesinato de un asistente al mitin, un pobrecito señor “X” (el bombero Corey Comperatore), además de dos heridos de gravedad más.

Orgullo y guerra de una Nación, y a jugar con su bandera, que juzga no es la primera vez de falsedades.

Así, desde Goya, el sueño de esta Nación produce “monstruos”.

raelart@hotmail.com

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