El último lector / Te lo dice Leone: sé valiente
Al abrir las páginas del libro “Para combatir esta era. Consideraciones urgentes sobre el fascismo y el humanismo”, una vez más, la apuesta está ofrecida en no dejar una sola reflexión fuera de alcance de la lucidez, esa especie de impiedad licenciada en honestidad, vitalizando las personalidades de Natalia Ginzburg, Albert Camus y Thomas Mann —avalados por la figura central de Nietzsche—, dando cabida a una república de literatos, emanados de la filosofía, quienes en el siglo XX elevaron más allá del bien y del mal el rasgo del humanismo para dar cara al devastador pontificado de un fascismo inminente: Ortega y Gasset, Max Scheler, Kafka, Paul Valéry, Celan, Adorno…
Y si el olvido se combate con memoria, la muestra de navegación en el tiempo, en primer lugar, rescata la figura de Leone Ginzburg, «un hombre brillante que tradujo la maravillosa novela de Tolstoi, “Ana Karenina”, al italiano a la edad de dieciocho años», y, convertido a la gran pasión de la literatura, fundó una editorial, seguida de una revista: “Cultura”, para ofrecerle «justicia al significado original de la palabra: hacer espacio a la diversidad de caminos que la gente puede recorrer en su búsqueda de la verdad, acerca de sí mismos y de la existencia humana».
Cuando contaba con apenas 35 años, Leone fue ultimado por los nazis. La última carta de prisión a su esposa, la escritora Natalia Ginzburg, dice lo siguiente: “No te preocupes demasiado por mí. Sólo imagina que soy un prisionero de guerra; hay tantos, especialmente en esta guerra, y la gran mayoría regresará a casa. Esperemos que yo sea parte de esa mayoría, ¿eh, Natalia? Te beso otra vez y otra vez. Sé valiente”.
Y el autor de “Para combatir esta era” se interroga”: «¿Qué quería decir con “sé valiente”?». Todo lo que surge de esta apertura, es un creciente cuestionamiento filosófico y científico, histórico y moral, de lo horrores ocasionados por el hombre inculto y su avidez idiota en las apariencias que, traducidas en posesiones y vulgaridades, se olvidan una vez más del espíritu de nobleza y generan la brutalidad renaciente del fascismo.
La grandeza del libro de Riemen (Países Bajos, 1962), sin dejar de ser intensa, es breve, apenas 124 páginas, cifradas en una introducción —donde el arte, la intelectualidad y el compromiso ofrecen los vestigios de lo que será la lectura— y dos apartados: I. “El eterno retorno del fascismo” y II. “El regreso de Europa. Sus lágrimas, sueños y hazañas”, que sirven para acunar y discutir los supuestos absolutos de la ciencia, la tecnología y la economía, a partir de restituirle los atributos eternos del espíritu a una verdad más acabada —donde Sócrates y un profesor de pequeños ojos brillantes, llamado Radim, tienen un papel fundamental—, resuelta a dejar el histrionismo político de la modernidad y dar la batalla por el legado de la mitológica Europa y por el humanismo histórico.
“En lugar del cultivo y cuidado del alma tenemos la banalidad de la tecnología, el renacimiento del nacionalismo, la vulgaridad del comercio y la estupidez minuciosa de los medios de comunicación y de las universidades”, expone Radim, recordando a Jan Patocka, también viejo maestro de Václav Havel, quien es interrogado por el régimen comunista hasta dejarlo muerto poco antes de cumplir 70 años.
La sensibilidad del presidente del Nexos Instituut de Tilburg (Ámsterdam), se traslada a Sils Maria, al Grand Hotel Waldhaus, lugar de conferencias y debates, se ofrecen nuevas responsabilidades a partir de los discursos de un brillante intelectual austriaco, llamado Walter, el profesor checo, Radim, y el emergente Rob: “El objetivo de la democracia, es, por lo tanto, la educación, el desarrollo intelectual, la nobleza de espíritu, y la nobleza de espíritu es el arma más importante para impedir que la democracia degenere en democracia de masas, en la cual la demagogia, la estupidez, la propaganda, la vulgaridad y los instintos humanos más bajos ganen terreno, hasta que inevitablemente den a luz al hijo bastardo de la democracia: el fascismo”.
Pasadas las páginas, Radim —al que la “edad lo ha hecho encogerse, una joroba en la espalda lo hace ver aún más pequeño, sus uñas son largas, hay cabellos que se asoman al menos un centímetro por sus fosas nasales, y su ropa huele como si no fuera lavada más de una vez al mes”— ofrece a los lectores una lección de vida difícil de olvidar y la tarea a Riemen de escribir este libro: “Querido amigo, yo ya soy un hombre viejo —tose, gracias a la imprudente delicia de un puro por encender— y no me queda mucho tiempo para vivir. Pero mientras siga aquí quiero disfrutar de toda la belleza de la Tierra y de todos los placeres de la vida”.
La llama se aviva y el viejo de 80 años sentencia: “Vamos, tenemos que irnos. Usted debe de regresar a casa a contar una historia. Creo que será un libro entero”.
Ya lo había dicho Michel Onfray: “El trabajo del periodista es comentar lo que acontece, el del filósofo es poner en perspectiva lo real con las condiciones que han hecho posible lo que acaece o sucede”, para lo cual la frenética e irrefrenable poética de Rob Riemen, ofreciendo sus aportes en materia narrativa —el olvido se combate con memoria—, pone a las ratas de Camus frente a nuestra nariz: “…vendrá un día en que, para desgracia y enseñanza de los hombres, la peste despertará a sus ratas y las enviará a morir a una ciudad dichosa”.
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