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Opinión

El último lector | Sr. Trump, hay niñas y niños en la sala

Por: Rael Salvador

Hay cierta edad, débil y confusa, en la que los improperios son una joya en la corona de la heterodoxia. Gozosa y disidente, insólita —semejante a la sonrisa burlona de una rata en el emparedado— brilla como el aura sucia de una desesperación marginada.

En la adolescencia es casi un requisito —no se es sabio y joven a la vez—; pero en la vejez, la blasfemia corre el riesgo de sonar al distintivo de una pálida herejía, a la revelación elemental de la decrepitud, a carroña que se quiebra en las heladas del instinto; es decir, a un atentado contra las costumbres y los pactos entre caballeros, más si hay niñas y niños en la sala.

Un presidente —que pretende hacer de nuevo grande a una nación: MAGA (Make America Great Again)— no debería llevar la parte final de su intestino a la boca, aunque lo que encuentre le ofrezca el regusto a chocolate.

Así de evidentes son las consecuencias dolorosas del masoquismo festivo.

A mayor sentimiento de culpabilidad, mayor dolor y encubrimiento comprensible. Puntos de quiebre en su menor resistencia. Ya lo remarcaba Freud: “Tengamos la seguridad que la intensidad del dolor es directamente proporcional a la intensidad de la culpa”, lo cual obliga a convertirse en una Olla Express marca “Pandora”.

Esa magnificencia oral, “me están besando el culo”, no es otra cosa que la madeja de impulsos descontrolados que emergen de un inconsciente arcaico —llamarada de ansiedad neurótica radicalizada por afrentas maritales, “cuestiones arancelarias” y deudas judiciales— y que estimula el placentero peligro del goteo orgásmico en plena concurrencia —más a un tipo televisivo que, a partir de la deshonesta “felonía dorada”, se ha construido elevados índices de audiencia—, ya que abatidos los sistemas de defensa —anulados o disminuidos moralmente— ofrecen paso libre al diletante trastorno psicótico de encumbrar el ego a distorsiones clásicas de ver la realidad como perra dominada.

Exhibicionista político a partir de un grave complejo de fusión sexual y agresión traumática: la petulante, torpe y libidinosa exaltación de inferioridad que eleva el odio —y el “culo”, en este caso— a recurso hegemónico y que desmonta el encubrimiento de deseos frustrados cuando se hace evidente la dicotomía infierno-paraíso que ofrece la opulencia insatisfecha y el horror a la miseria.

Son muchos los pequeños “Trump’s” que se dejan comer y son felices, sobre todo porque también existen tipos que se alegran con un solo libro (la Biblia, el Corán, etc.) y no reparan que hay otro “Mercado de Valores”, donde el dinero es poco útil, la mentira un veneno de espinas y el engreimiento el más estúpido de los despilfarros.

No habrá futuro sin desarrollar anticuerpos culturales contra la debilidad moral que propaga la insensatez de un poder cada vez más trastornado, fuera de todo juicio. 

Los ideólogos neofascistas que han asaltado el poder a lado de Trump (la “Bestia Rubia”, a decir de Nietzsche), son indiferentes a la justicia, la honestidad y la libertad —y que, como en otros tiempos, hoy también la ignominia y la ignorancia siembran las envenenadas semillas de las guerras—, de ahí que las artes, la educación y la ciencia representen el “eje del mal” para sus aspiraciones tramposas; les basta con ser oligarcas de tiranías tecnológicas —instauradores miserables de presiones arancelarias y prisiones mediáticas— soñando eróticamente con Marte —“tierras raras”— y, asunto masturbatorio, regodeándose de antemano con su depredación, mientras el mundo estalla en confeti de todas las razas.

Un capullo que no tiene control de las marejadas insolentes de una formación raquítica, se le educa —así se trate de un vejete inmoral y engreído de 78 años—, y se le advierte, en el inter de su exhibicionismo vergonzante, que hay niñas y niños en la sala.

raelart@hotmail.com

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