publicidad
Opinión

El último lector | Richard Serra: La materia del tiempo

Por: Rael Salvador

No lo sé de cierto; quizá —si no olvido la pregunta— logre enterarme si el nada agradable hecho de morir guarda en su estertor final una vibración de agonía plena o, en su defecto, una tembladera de temor cognitivo, revelador…

He transitado por esas misteriosas y magnéticas esculturas de Richard Serra —quien falleció el día de ayer, a sus 85 años—, laberintos ocres, paredes de acero oxidable, congelados listones de arenas tormentosas, desnaturalizadas rutas al eje de la Tierra…

Ante la estatura de lo humano, el modelado de Serra trata de una gigantesca geometría posminimalista, piezas que estimulan la dialéctica espacio-temporal que, al interactuar con ellas, nos envuelven en una vorágine que entraña el seísmo de algo que nos regresa al animal alerta…

No hablaría en términos de sensualidad agresiva, sino de un extraño clima amniótico, primigenio, fundacional, donde la matriz es un astillero con todo su tonelaje de materia bruta, la cual se concentra en ruidos y desplazamiento propios de la inabarcable crudeza de la industria.

En una de mis escapadas a California, invitado por el programa Building Bridges para presentar, en la Embajada de México en Los Ángeles, a un excelso grupo de artistas plásticos de Baja California, Marisa Caichiolo —ya cumplido el compromiso— nos aventuró al Museo LACMA (Museo de Arte del Condado de los Ángeles) para disfrutar de sus colecciones, sobre todo la escultura monumental de Serra…

Con mi amigo Armando Franco, ser perceptivo de galerías y museos del mundo —quien figuraba entre los artistas importantes de la exposición—, recorrí la majestuosa maraña de hierros inhiestos, levantados en cauce, como para dejar perplejos a los sentidos y, a través de esa renovación atmosférica de la que eran presa, percibir la sutileza de las trepidaciones y convulsiones de la materia viva en la que nos encontrábamos enclaustrados…

“Pude desplazarme —comenta Franco, en tono luctuoso— por los espacios creados por Richard Serra, en el Museo LACMA, en compañía de mi amigo, el escritor Rael Salvador… ¡Cuántos comentarios por lo que produce en la conciencia humana su obra minimalista! Interesante y magnífico momento”.

Entramos y salimos a Serra, y el mundo ya no fue el mismo: el chapuzón sensorial había golpeado nuestras médulas y había hecho de ellas un radiactivo detritus de algas vertiginosas que nos animaba a repetir la experiencia…

Entramos, salimos y —¡qué majestuosidad, qué excepción! ¡Dios salve a los artistas!— el mundo había cambiado.

Así, con esa fuerza —por demás psiquiátrica y religiosa—, aconteció: detonaciones de una verdad que el lenguaje silenciaba…

Como bien observó Nietzsche: “Tenemos el arte para no morir de la verdad”. Sobre todo, cuando el arte tiene más valor que la verdad, por ser afirmador de la vida del ser humano.

Estos días —justo es— la reflexión estará centrada en los extensos y ondulados antimonumentos de Richard Serra —delgados, como navajas para gigantes—, inmejorable artista precursor que vinculó la revisión crítica de la materia a su tiempo y despojó al espacio de una vieja manera de ver —la línea, el plano, el volumen, etc.— para llevarnos a sentir la escultura.

Tras la pérdida de lugar, laberintos para encontrarnos.

raelart@hotmail.com

Related Posts