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Opinión

El último lector | Populismo cultural

Por: Rael Salvador

Son tiempos en los cuales no resulta fácil distinguir lo esencial de lo superficial, y para no desmembrarnos en la polarización, ¿estaremos obligados a ofrecernos la coincidencia entre los opuestos? Desde luego, es una posibilidad de seguir adelante.

La idea ambiente de que debemos defender con tozudo activismo aquello a lo que nos sentimos ligados o consideramos que nos pertenece —las tradiciones diversas, las artes y sus manifestaciones, la cultura en sí— es una noción muy extendida. Y en ese sentido, habría que hacer nuestra la máxima de Walter Benjamin: “El patrimonio cultural no debe su existencia únicamente al esfuerzo de los grandes genios que le han dado forma, sino a la servidumbre anónima de sus contemporáneos”.

Si se me permite interrogar: ¿Los políticos tozudos? ¿Los funcionarios de nivel? ¿Los arribistas empoderados? ¿Los advenedizos de toda índole…?

Si la política cultural vigente —centrada principalmente en el “estímulo” a la creatividad de los artistas, a la “protección” del patrimonio cultural y a la irrestricta “difusión” del arte en todas sus disciplinas y asignaturas— no alcanza a consolidar las acciones emprendidas —en cada localidad, poco o nada sujeta a otras dependencias, como lo es la Secretaría de Cultura y la Secretaría de Educación (SE), por mencionar sólo la obligatoriedad, dejando de lado programas nacionales de carácter incluyente o emergente—, no es porque carezcan de un principio rector o un sustento legislativo firme, sino porque muchos de lo que debería atenderse por “Ley” termina ofreciéndose por la insustancialidad del amiguismo, el nepotismo o el nefando pago al favor de campañas políticas, donde los presupuestos para el fomento y el crecimiento terminan en el desviacionismo y el bajo impacto.

La certeza de la participación en la Cultura exige la condición de lo esencial: la libertad. La gestión cultural es un compromiso, no una “componenda ideológica” —zalamería permisible que traduce su “populismo” en beneficio de canallas y gandallas—. Donde la servidumbre desacredita el riesgo incómodo de la responsabilidad intelectual —fomentando la confusión social—, las palabras sobran y los premios son inútiles.

La libertad, concebida como autodeterminación y, a la vez, entendida como emancipación; sobre todo, ante las comparsas políticas, los vicios religiosos o los endulzamientos económicos que, en la evidente práctica del “Populismo cultural” del que hablamos —la terca “banalidad del bien” y no el conocimiento y profesionalización—, se transforman en peligrosos “altares de sacrificio” para los sueños, el arte y el pensamiento. Un precio civil caro a pagar.

Belleza sin maquillaje: la Cultura, como la justicia, no existe: por eso hay que hacerla.

Votar con libertad por la Cultura es un plebiscito que se hace todos los días y el cual no debemos olvidar. La defensa de la Cultura está en franca oposición a las falsas sirenas comerciales de “su salvación”. Si los senderos del bien vivir —en el difícil arte de existir— se alumbran con fulgores del saber, ¿cómo desperdiciar el tiempo, desamparándonos en la frivolidad y el cinismo, permitiendo sólo la contemplación del “Populismo cultural” en lugar de la acción cultural?

Herbert Read lo observa muy bien: “En la historia del arte lo único que importa, en última instancia, es el genio. Si Homero, Shakespeare y sus iguales no hubieran aparecido sobre la tierra —en esa forma impredecible que les es propia—, la Historia del arte sería idéntica a la de cualquier otra actividad que exija cierta destreza, como la agricultura o la construcción de herramientas, por ejemplo. El arte se distingue por sus irracionales e irregulares interrupciones de luz en medio de la oscuridad del mundo”.

La Cultura en Baja California —que incluye Ensenada (pena repetirlo)— se encuentra en la reconstrucción del gran eje de la Historia, la cual observamos como un rescate donde pende el sonido de nuestras pasiones artísticas, literarias y educativas. Y esa relevancia conjunta tendrá su propósito cumplido cuando la agudeza política equilibre el ojo y la diana.

raelart@hotmail.com

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