publicidad
Opinión

El último lector | Pensar, si no duele, no es como el amor

Por: Rael Salvador

Hay un pensamiento del filósofo ruso Lev Shestov que pone mi mesa de estudio de cabeza: “La filosofía no es reflexión, es lucha. Y esa lucha no tendrá fin. El reino de Dios, como él ha dicho, se obtiene por la violencia”.

Pensar, si no duele, no es como el amor. 

Si no es así, será otra cosa, menos pensar y amor. “El hombre comienza a pensar, a pensar de verdad —dirá el autor de “Atenas y Jerusalén” (ensayo de filosofía religiosa)—, sólo cuando se convence de que no hay nada que pueda hacer, que tiene las manos atadas. Quizá sea por eso que todo pensamiento profundo debe comenzar por la desesperación”.

«“¡No hables, canta!”, dijo Zaratustra, y su precepto ya fue en gran medida practicado por Schopenhauer.

La filosofía puede ser música, sin que eso signifique que la música deba ser llamada filosofía. Cuando un hombre ha terminado con todos sus asuntos, cuando ya no “piensa” ni “trabaja”, sino que, abandonado a su suerte y a la de los demás, mira y escucha con libertad, aceptándolo todo y no ocultándose nada para sí mismo, es que comienza a “filosofar”».

Al decir de lo anterior, Lev Shestov reflexiona sobre la música que los lectores de Dostoievski escuchamos en Zósima, el viejo y enfermo monje amado, el Starets pueblerino —Starets significa en Rusia un hombre iluminado a la vez por la santidad y la sabiduría— que aparece como personaje en “Los hermanos Karamazov” (1880), quien hace de la existencia y el vuelco del sufrimiento humano una filosofía de naturaleza divina: «Yo bendigo todos los días la salida del Sol, mi corazón le canta un himno como antes, pero prefiere su puesta de rayos oblicuos, evocadora de dulces y tiernos recuerdos, de queridas imágenes de vida, larga vida bendita, coronada por la verdad divina que calma, reconcilia y absuelve. Sé que estoy al término de mi existencia y siento que todos los días de mi vida se unen a la vida eterna, desconocida pero cercana, cuyo presentimiento hace vibrar mi alma de entusiasmo, ilumina mi pensamiento y enternece mi amor».

¡Aaaah! La bella creación de Dostoievski… Palabras que imitan el ensueño de la realidad (en toda su obscena y presente imaginación) y que, como fresas cultivadas sobre la nieve donde bailó y ladró Zaratustra —“si quieres volverte sabio, primero tendrás que escuchar a los perros salvajes que ladran en tu sótano”, dixit Nietzsche—, el filósofo Lev Shestov transformará también en páginas inolvidables.

Lev Isaákovich Shestov (24 de enero de 1866, Kiev, Imperio ruso–19 de noviembre de 1938, París, Francia). Filósofo existencialista, escritor, historiador de literatura y profesor universitario. En español se le conoce como León Chestov. Es considerado el máximo exponente del existencialismo en Rusia, estudió en Moscú y vivió en San Petersburgo, hasta la Revolución rusa, después de la cual se exiliaría en Francia hasta su muerte. Investigó la historia filosófica occidental en los planteamientos críticos de los enfrentamientos entre Fe y Razón (relación Jerusalén-Atenas) con los máximos exponentes de la filosofía y de la literatura, para así concluir que la primera tiene primacía sobre la segunda en cuanto a la solución de los problemas trascendentales del hombre. Sus obras son: “Shakespeare y su crítico Brandes” (1898); “Tolstói y Nietzsche. Filosofía del bien” (1900); “Dostoyevski y Nietzsche. Filosofía de la Tragedia” (1903); “Apoteosis de lo infundado. Intento de pensamiento adogmático” (1905); “Los comienzos y los fines” (Recopilación de artículos, 1908); “Los grandes desvelos” (Recopilación de artículos, 1912); “¿Qué es el bolchevismo?” (1920); “La noche de Getsemaní” (1923); “Sobre la balanza de Job” (1929); “Kierkegaard y la Filosofía Existencial” (1936); y el ya citado, “Atenas y Jerusalén” (1938).

raelart@hotmail.com

Related Posts