El último lector | Memoria en el jardín de la amapolas / Rael Salvador
Si la palabra es la magia de lo invisible que se vuelve cierto, la belleza vendría a ser la presencia carnal de la verdad, todo lo contrario al bostezo de espuma onírica de Platón.
Similar a una flor, la inteligencia no termina donde empieza la belleza; como le sucede a la imaginación: todo lo que ocurra después siempre será mejor.
Así la memoria nos recuerda: “Antes las amapolas se sembraban en la escuela y en la casa, tenía uno sus jardines que nomás brillaban de colores tan hermosos, y era adorno. En la escuela nos peleábamos por el diez para que el que tuviera más bonito su jardín, con la amapola y las plantitas de verano como nardo, las varitas de San José, la azucena. Y la amapola entre ellas estaba”.
¿Imaginario popular o archivos desclasificados?
Porque me dice mucho, me encanta la reafirmación de Juan S. Millán –ex gobernador de Sinaloa, en el periodo de 1999 a 2004– cuando asegura que “todos los criminales han salido de una familia, han pasado por una escuela”.
Durante la Segunda Guerra Mundial, autoridades del vecino país del norte alentaron la siembra de amapola en el estado de Sinaloa; sólo así se pudo asegurar el abastecimiento de la necesaria morfina a los ejércitos aliados, en penosa conflagración. Después, concluida la guerra y repartido el mundo, “astutos traficantes –atestigua el periodista Samuel Dillon– empezaron a procesar dicho cultivo para convertirlo en heroína de alquitrán oscuro. No obstante, las drogas permanecieron como pequeñas industrias hasta los años sesenta, cuando los barones de la cocaína de Colombia empezaron a contratar a traficantes mexicanos para contrabandear su producto hacia Estados Unidos”.
Agrega don Antonio Hass: “La siembra industrial de la amapola se dio a instancias y financiamiento del gobierno de Roosevelt, porque la producción turca del opio, la única legal, había quedado en manos del Eje, así el presidente Ávila Camacho accedió a la medida propuesta por los norteamericanos. El cultivo generó bonanza en la región. Los campesinos de la sierra y sus intermediarios nunca habían visto tanto dinero junto. Pero al terminar la guerra, los dos gobiernos acordaron poner fin al cultivo. Se les dijo a los ‘gomeros’ que volvieran a sembrar frijolito y maicito. Pero después de haber probado las mieles de la amapola, ¿a quién se le podía ocurrir que aquellos fueran a soltar la jícara?”
Jerárquico, en los últimos 50 años el boom económico del narcotráfico ha producido su propia clase baja, compuesta por las víctimas de una serie de políticas cada vez más involucrada en el fracaso social y la desintegración de la vida tradicional de los poblados.
A Sinaloa, no sin retórico acierto, se le ha denominado: “La cuna del narcotráfico mexicano”. Y nuestro país, en el extranjero, no posee diferente calidad de apelativo.
La guerra contra los estupefacientes se ha convertido en una actividad costosa, atroz y generalmente inútil. Desde la iglesia hasta el ejército, pasando por la escuela, la “violencia asociada” a su adquisición, uso y reventa, sumado al terso ácido de la corrupción, sólo han servido para agudizar los ofrecimientos productivos del narcotráfico.
Desde entonces, se entiende que el consumo mantiene la “oferta” a la alza, en una positiva tendencia de demanda a largo plazo.
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