El último lector | Lenta memoria tibia del café
El café
Humana en la medida del adiós, hoy siento el café como una nostalgia.
La tarde se desvanece en el campo y los olivos irrumpen con sus estrellas sobre el verdor de las meditaciones. Aparto un poco el libro y dejo a la luz respuestas en el paisaje, como si la sinceridad ascendiera su sombra por la escalera.
Las páginas que consulto son de un tratado de caligrafía arábiga, simbolismo que se mezcla con las flacas hierbas que me circundan, esa estrechez ramificada que, a contra Sol, simula ríos de fuego dorado.
Cierro un poco la mirada en la madera húmeda y evoco a mi madre joven.
Entonces, en ese ir y venir de cosas bellas, la recuerdo en la gracia de sus movimientos lácteos —amparada, entre flores tiernas, por la sonaja de su sonrisa dulce— llevándome por senderos de tierra y pastizales.
Ante esa imagen (que cada vez hago más recurrente), paladeo el beso de una palabra —de la cual desconocía, cuando era niño, su grafía, su sonoridad y su significado—. En los campos de mi infancia, cerca de la Cementera, el oleaje áureo atendía mis aventuras: ascenso de aves, nubes al fondo, correr de roedores, los pasos como hacia la profundidad de un océano crujiente…
No tenía idea que lo que me recibía —familia de plantas herbáceas que bailan con el tiempo al ritmo de las mareas de los puertos cercanos— era el “paraíso de gramíneas”.
Un sorbo más, lenta memoria tibia del café, y el terciopelo de una mano suave desata —del cordel de los recuerdos nobles— un fulgor de oro que tranquiliza el paso de la oscuridad entre los sentimientos.
La historia del amor
¿Cómo se puede llegar a dominar la cartografía de los sentimientos en literatura? ¿Basta con saber escribir y tomar la hoja de cristal del ordenador como un espejo?
En la novela de la escritora Nicole Krauss, “La historia del amor”, podemos leer los mundos paralelos entre lo que significa ser un escritor de éxito y lo que equivale el fracaso en las letras, entrelazado con hilos de historias de familias que sobrellevan la existencia en esta rica atmósfera, añadiendo a ello la trágica plataforma polaca, en tiempos del exterminio judío.
Lo que “significa” y “equivale”, aquí posee la magia de la sensibilidad exquisita, sin dejar de ser un estudio pormenorizado de reacciones ante los que eligen emborronar cuartillas con la tiza de la exigencia, a la vez que reivindica la asesoría universal de los que se sumergieron en el lado oscuro de la existencia para escribir la memoria de lo que realmente somos, en todos sus matices…
¿Qué somos? ¿Qué hacer con las emociones que despierta “La historia del amor”, metalenguaje de una novela adentro de esta novela? ¿Qué nos lleva a identificarnos con Leo Gursky, ex escritor y cerrajero jubilado en Nueva York, de más de 70 años, enfermo del corazón, cuya única obsesión es no morir un día en que nadie lo haya visto y por ello se renta como modelo para posar desnudo ante los alumnos de una academia de dibujo?”
Ni en Nicole Krauss, ni en sus personajes hay renuncia a la luminosa y bella narrativa —quisiera creer en la aportación sincera de Jonathan Safran Foer, esposo de Nicole y también brillante escritor—, que en el fondo la literatura guarda algo que vale la pena de ser reivindicado en el monstruo que conforma nuestra condición humana.
A veces salgo a las librerías a encontrarme con el “destino”, pero jamás renuncio, como muchos saben, a la lectura de un libro que en su portada lleve la palabra “amor”, además del rostro de una fémina soportable, quizá porque carezca tanto de una como de la otra.
Le dije a la operadora de intercambios —billetes por libros— que le haría bien comprarse el ejemplar, porque el amor siempre es una bendición, aunque muchas veces sólo tengamos que leerlo.
El bazar
El iris, con una belleza casi lisérgica, danza alrededor de una alucinación: el bazar de la realidad.
raelart@hotmail.com