El último lector / Las venas de una historia casi abierta
Como los espejos, el mundo está lleno de gente. A unos, la televisión —que ya no refleja la realidad, sino que la crea— los hace visibles; a otros, los más invisibles, el robo o el crimen les regala rastro o rostro, según sus restos o sus arrestos.
Tiempo “posmoderno”, vivimos un largo eco de imágenes. Lejos del origen, cercanos del final, la simulación y la copia se multiplican.
Incapaces de decir, ahora sólo podemos repetir…
“Espejos. Una historia casi universal” (Siglo XXI editores), del escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015), maestro de los mil y un estilos del lenguaje, nos refleja los pensamientos de su propio libro: “Los espejos están llenos de gente. Los invisibles nos ven. Los olvidados nos recuerdan. Cuando nos vemos, los vemos. Cuando nos vamos, ¿se van?
“Este libro ha sido escrito para que no se vayan. En estas páginas se unen el pasado y el presente. Renacen los muertos, los anónimos tienen nombre: los hombres que alzaron los palacios y los templos de sus amos; las mujeres, ignoradas por quienes ignoran lo que temen; el sur y el oriente del mundo, despreciados por quienes desprecian lo que ignoran; los muchos mundos que el mundo contiene y esconde; los pensadores y los sentidotes; los curiosos, condenados por preguntar, y los rebeldes y los perdedores y los locos lindos que han sido y son la sal de la tierra”.
Sí, cada día, leyendo los diarios, viéndonos en televisión —o en sus hijas bastardas, las otras pantallas—, asistimos a una clase de Historia, a una revelación y a una ocultación. Tanto los diarios, como la refracción (cualidad que tienen ciertos cristales de “duplicar” las imágenes de los objetos y los sujetos) de la TV, nos enseñan por lo que dicen y no dicen, por lo que callan o cantan, por la tinta que emplean y por la luz que desemplean…
“La historia es una paradoja andante”, dice Galeano. “La contradicción le mueve las piernas. Quizá por eso sus silencios dicen más que sus palabras y con frecuencia sus palabras revelan, mintiendo, la verdad”.
Tengo, ante mis ojos (que ven), en mis manos (que acarician y acariciando escriben), la publicación de Eduardo Galeano. Y ahora rememoro lo que no hace poco me comentó el autor de “Las venas abiertas de América Latina”: «De aquí a poco publicaré un libro mío, que se llama “Espejos”. Es algo así como una Historia Universal, y perdón por el atrevimiento. “Yo puedo resistir todo, menos la tentación”, decía Oscar Wilde, y confieso que he sucumbido a la tentación de contar algunos episodios de la aventura humana en el mundo, desde el punto de vista de los que no han salido en la foto… Por decirlo de alguna manera, se trata de hechos no muy conocidos».
Recibo y leo, y lo que leo es fuente y estilo, alegría de lo que fluye y fondo de lo que no se cuenta… y cuenta cómo se cuenta. La voz escrita de Galeano fue única y, cosas de la magia sobrehumana, continúa siendo privilegiada; aquí, del botón (de la brevedad intensa), la floración de sus muestras:
“Las grandes empresas tienen derechos humanos en los Estados Unidos. En 1886, la Suprema Corte de Justicia extendió los derechos humanos a las corporaciones privadas, y así sigue siendo.
Pocos años después, en defensa de los derechos humanos de sus empresas, los Estados Unidos invadieron diez países, en diversos mares del mundo.
Entonces Mark Twain, dirigente de la Liga Antiimperialista, propuso una nueva bandera, con calaveritas en lugar de estrellas, y otro escritor, Ambrose Bierce, comprobó:
—La guerra es el camino que Dios ha elegido para enseñarnos geografía”.
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