Opinión

El último lector | Las aventuras de los cobardes

Por: Rael Salvador

Se ha vuelto una tradición más o menos pagana que, en la más independiente de las propuestas literarias, los escritores no “oficializados” de Baja California tomen los cafés por asalto y promocionen la venta de sus libros. 

Como si el circuito de apoyo —y eso se ha observado de manera corriente— reservara los Templos de la Cultura para monolitos de fisionomía burocrática —por lo regular, ante el martillo de Nietzsche, sonando siempre huecos— y barajara la publicidad sólo para exequias de agendas pactada.

Como quiera que sea —no pensemos mucho en el dinero público—, “Las aventuras de los cobardes” (Ni de aquí ni de allá ediciones, 2022) se lee con el beneplácito de sus lectores, que no son muchos —como uno pudiera desear— pero sí los suficientes para enterarse de las líneas narrativas que la constituyen.

Una de esas esas líneas, comenta su autor, es la de —en primer lugar— “unos jóvenes escritores ensenadenses que fundan el grupo Ultramarinos en los años setenta; esta historia está enmarcada en una sencilla revisión de la literatura en Baja California y Ensenada desde mediados del siglo pasado. De la anterior historia se desprende la segunda: la investigación del posible encuentro entre José Agustín y Roberto Bolaño en el D.F., investigación que hace Pablo Villa en la época de Pandemia, de donde se desprende su propia experiencia. La tercera, última parte de la novela, se desarrolla ya no en Ensenada, sino en Zayulita, en donde el joven Jaramillo Rodríguez y el grupo literario Medusa, comienzan a encontrar perros a los que les cortan la cabeza, lo que los hace involucrarse en situación de vida o muerte”.

Ávido de que la ciudadanía ensucie un poco el alma —en la delicia siempre proscrita de la imaginación—, el escritor Óscar Ángeles Reyes no coquetea con la fama banal de la administración y —ante una avainillada taza de café y libros de papel recién horneado (tirajes que reconfortan)—  apuesta a que el lector se acerque y reflexione sobre el oficio de la escritura, su creación y su presente.

Los escritores son la horma de su propia experiencia: escriben lo que viven o —lo que los acerca más a la ficción— intentan vivir lo que escriben. 

En el caso preciso de un escritor que hace de su argumento la “sobreabundancia” anecdótica de quien escribe, el material narrativo termina por redundar en algo que debería leerse aparte, por separado: la obra de autor, como lo señala Roberto Bolaño e insistiría en imponer —por más lecciones de frustración acumuladas— cualquier amante del canon.

Para tener esa visión de altura —oteando en la manada, sobre todo en el trabajo presente de Óscar Ángeles Reyes—, hay que traer en el bolsillo, por lo menos, las lecturas de “Palinuro de México” de Fernando del Paso o “Los detectives salvajes” del poeta chileno.

Y no está de más insistir, de aquí en adelante —para determinar un “norte” conveniente—, que habrá de leerse obligadamente “Las aventuras de los cobardes”. 

Porque ya lo decía Jean-Paul Sartre: “No es héroe quien desea ser héroe”.

Así es: Nadie puede ser héroe ni santo si lo desea, ni criminal ni amante si no están las circunstancias. 

En esta marabunta de nombres, la cual destila un mapa de tinta rancia —que abunda sobre el peligro de la nostalgia—, pone en las páginas de la “novela-ensayo” a los conocidos protagonistas de la literatura en Baja California, e instala como eje la legendaria figura de Rubén Vizcaíno Valencia, y el carrusel anecdótico se vuelve luces de feria en el abecedario de un sol mayor.

El “sol mayor” de los fantasmas de la Cultura (siempre cuestionables).       

Pero, como dice Zepeda —el protagonista en el mito de la expresión—, “al otro día el enamoramiento era real”.

Del escritor Óscar Ángeles Reyes se conoce —o querría creer que se conoce con sus novelas publicadas y premiadas—, el “infracostumbrismo” literario forjado sobre la base de sobresaltos psicológicos y su ya recurrente cronología —catálogo paginado—, que nos muestra el impudor corporal de una sociedad que sustrae generosos beneficios de su propia irresponsabilidad. 

A caballo con el reportaje emocional y la frescura híbrida de lo voluble y lo concreto —amar, recordar, dolerse, referir, citar, reafirmar, emitir, mentir—, lo incisivo ambiente se retoma en esta nueva entrega narrativa.

Como “Furia en abril” (Universidad Autónoma Metropolitana, 2010) y “Notas del fin del mundo” (Premio Estatal de Literatura Baja California, 2018), la novelística de Óscar Ángeles Reyes —en su estilo y forma bien expuesta— pulsa su tiempo y lo memoriza en palabras; vigor inmenso de páginas que nos sobrecogen en su muy moderno costumbrismo urbano.

Me agrada pensar que la historia de Zepeda y de Sigüenza, de Héctor y Lucía, es netamente ensenadense. Pero tendría que olvidarme de las torpezas y genialidades de lo humano en cualquier región del Universo (después de Brason en la Luna y Bezos en Marte, ya no hay gravedad para ser sólo prohibitivos del planeta). 

Arrebatado por las nieves del tiempo, también me gusta decir: “Strawberry Fields Forever” (Campos de fresas para siempre). 

“Si el beso de Zepeda no había sido arrebatado, ni exagerado, ni siquiera salivoso o impertinente…” ¿Será ésa la delicadeza celestial de la californiada al escribir? 

Habría que preguntarle —leyendo la primera línea de este trabajo— al más famoso de los escritores ensenadenses… 

raelart@hotmail.com 

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