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Opinión

El último lector | La maleta misteriosa del Sr. Benjamín

Por: Rael Salvador

El frío es nieve fantasma y cae —derviche en sucesivo arrebato de tinta y éxtasis— en las páginas de cuentos para niños: estampa de color directo, el clima se materializa en espíritu y el libro se convierte en un frigorífico de sentimientos.

Un chiquillo, de bruces en la feliz alfombra, tirita como una estrella sin abrigo. La madre ofrece galletas, té dulce y el siglo XIX sigue su curso. Imagino al pequeño Benjamin —lector reincidente de Hans Christian Andersen, hasta poco antes de concluir su vida— embelesarse en su infancia ante los trazos de ventisca de Lorenz Frolich en “El muñeco de nieve”.

—¡Qué cosquillitas siento dentro de mí con este frío tan estupendo que hace! —se reclamó feliz el polichinela en su íntimo escenario de invierno.

Un libro no es una tumba para un suicida —sobre todo para nuestro autor, quien refiere en su “Panorama para el libro infantil” (1926) un cuento de Andersen, que vale la mitad de un reino, donde los pájaros cantan y los personajes salen de la edición y hablan, pero cuando la princesa da vuelta a la página “volvían a entrar” para que no hubiera desorden—, y bien lo refrenda la ilustradora —accidental, por amor al autor alemán— Pei-Yu Chang (Taiwán, 1979), creadora de la edición para niños y no tanto “La maleta misteriosa del Sr. Benjamin” (NortSüd, 2016), 48 páginas de collages —atractivos y fascinantes: el habla de las imágenes en el virtuoso idioma universal del alma— que recuperan el plano vivencial del último pasaje de Walter Benjamin en Portbou (1940, España franquista) con una gracia y rigor humanos que nos devuelven la confianza en el Hado inevitable de lo eterno, sin olvidarse del necesario resoplo que cifra Bertolt Brecht de estos versos:

“Hay muchas maneras de matar./ Pueden meterte un cuchillo en el vientre./ Quitarte el pan./ No curarte de una enfermedad./ Meterte en una mala vivienda./ Empujarte hasta el suicidio./ Torturarte hasta la muerte por medio del trabajo./ Llevarte al la guerra, etc./ Sólo poco de estas cosas están prohibidas en nuestro Estado”.

En el interior de la misteriosa maleta, ¿encontraremos la impronta de lucidez, sabor y saber de Benjamin? 

Al igual que él, la maleta desapareció; sus secretos, un hola y un adiós que no cesan de retornar; gesta que se escabulle en los recovecos de lo indescifrable para volver siempre a la justa de las páginas: 

“No hace mucho tiempo, un hombre extraordinario llamado Walter Benjamin vivía en una gran ciudad —nos dice Pei-Yu Chang—. Era un filósofo y tenía ideas brillantes de todo tipo. Un día, sin embargo, el país en el que vivía decidió que las ideas extraordinarias eran muy peligrosas. ¡Por lo tanto, todas las personas que tuvieran tales ideas deberían ser arrestadas!” 

Perversión de “estatutos mesiánicos”, mal leídos y peor llevados a cabo. Demencia entresacada de los mitos. Regidos por el pensamiento único; metafísica totalitaria —apostolado incitador, ebriedad moral, “politiquería de salvación”—; maquinaria de muerte —“hitlerismo”— que ve en lo judío su propio miedo, como hoy observamos en lo “diferente” nuestro propio temor… 

En la tesitura del lamento, podemos ofrendar el adiós a un hombre; pero de aquellos que lucharon siempre —un día, un año, toda la vida— no lograremos olvidarnos de su imprescindible fuego que convoca sus reflexiones, su filosofía, su aguerrida manera de permanecer y liarse con la existencia. 

Asediado por los nazis, Benjamín murió. Lo demás importa lo que de interés tiene el habitable hecho de lo artístico en nuestra mirada, como aquel chiquillo —de bruces en la feliz alfombra— que tirita como una estrella sin abrigo…

En la circundante gramática del mundo —constituida de sombras (tragaluces), destellos y sorpresivos puntos de fuga—, toda narración necesita fe en los sentidos. 

raelart@hotmail.com

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