El último lector | Habitación sin vistas al futuro
Mientras escucho la “Appassionata” de Beethoven, leo el libro del escritor Dror Mishani: “Habitación sin vistas. Diario de guerra en Tel Aviv” (Anagrama, 2025). Son más que apuntes de un dietario en tiempos de crisis —en la que, de un día para otro, se ve envuelta la sociedad de Israel, tras el hecho trágico del 7 de octubre de 2023—, páginas bien forjadas donde la vida de Mishani se anota con sus pérdidas —enterrar a los muertos— y sus escasas ganancias: estar vivo y prepararse para la inminente confrontación bélica.
Dror Mishani es maestro universitario y, entre la confusión cincelada en las arenas del tiempo que, de a poco y por sorpresa, se va acomodando al terror —la política bélica de Netanyahu—, coordina su sección de escritura en el Departamento de Literatura. Todo, como en la pandemia, se encuentra cerrado y utiliza como medio de comunicación la plataforma de Zoom. Se hablará sobre “la escritura en tiempos de guerra”.
Entre pocas palabras y comentarios escasos, la clase se coagula en silencio. “Nadie abre la boca. Incluso aquellos a los que le gusta discutir y expresar su opinión están callados. Todos esperan de ti —se recrimina Mishani— que les digas algo”.
—¿Y por qué no leer un fragmento de Natalia Ginzburg? —se interroga.
Lee: “Ha pasado la guerra y la gente ha visto derrumbarse muchas casas, y ahora ya no se siente segura en su casa como se sentía tranquila y segura antes. Hay algo de lo que no nos curamos, y pasarán los años y no nos curaremos nunca. Quizá tengamos otra vez una lámpara sobre la mesa, y un jarrón con flores y los retratos de nuestros seres queridos, pero ya no creemos en ninguna de estas cosas, porque una vez tuvimos que abandonarlas de repente o las buscamos inútilmente entre los escombros. (…) Quien ha visto derrumbarse las casas sabe demasiado claramente cuán frágiles son los jarrones con flores, los cuadros, las paredes blancas. Sabe demasiado bien de qué está hecha una casa. (…) No nos curaremos nunca de esta guerra. Es inútil. Jamás volveremos a ser gente serena, gente que piensa y estudia y construye su vida en paz”.
Lee y llora.
Los estudiantes permanecen callados, quizá incómodos.
Dejo el libro de Dror Mishani, “Habitación si vistas”, y voy mi librero para sustraer “Las pequeñas virtudes” de Natalia Ginzburg y dar con los fragmentos de “El hijo del hombre”, que tanto —al profesor, a los estudiantes y a mí— “nos” acaban de conmover.
“Appassionata” de Beethoven continúa. Soy un raro pequeño burgués de izquierda que, a pesar de mis radicales lujos librescos, no he perdido el respeto a la dignidad del hombre y del hijo del hombre…
En un arrebato de humanismo fundamentado, Natalia Ginzburg también escribió lo siguiente (en el mismo pasaje): “Nosotros no podemos mentir en los libros ni podemos mentir en ninguna de las cosas que hacemos. Acaso sea el único bien que nos ha traído la guerra. No mentir y no tolerar que nos mientan los demás”.
Y es ahí, le comento a una entrañable amiga —que también oficia en las letras—, donde el lenguaje se trasmuta en una poética de vida. Dolor y traición alrededor, sí; pero también la belleza entrevista entre velos de la realidad del arte.
raelart@hotmail.com