El último lector | Enrique Avilez: Barro humilde
En el interior íntimo del vacío podemos observar sesgos de algo que avanza y retrocede, pulsa y da testimonio —distribuye su juego en su forma—, y que se dilata como la llama de un acontecer objetivo para dar paso a una particularidad de los saberes de las Bellas Artes: la escultura.
La escultura suele aparecer en este paisaje de abstracciones —escena de toda idealización—, pero cuando hace presencia bajo la piel del barro y la grama, nos volvemos lectores de un río en el tiempo, donde ese taller de arrastre nos obsequia con los más sorprendentes imaginarios de la tejeduría de los elementos de la Tierra.
Ahí podemos observar, en su extensión ilimitada, las armas del arte con las que Michelangelo Buonarroti procreó un imperio de sueños sólidos; así como las consignas de Nietzsche sobre el futuro de todo creador fuera de la pudrición del nihilismo: “Considerar que el arte es una forma de afirmar la vida, por lo que tiene más valor que la verdad”, enunciaba el autor de Zaratustra.
Podría decir también, versificaciones asociadas a la alegría maléfica de los jardines de Baudelaire y las elevaciones sublimes del joven Rimbaud.
Porque los poetas saben que no recibieron de los dioses el fuego, sino la palabra…
La palabra que ilumina —desde el arcoíris sepia del origen— y donde se encuentra amalgamada la piel que arde —habla, desentierra, murmura encomienda—, frasea sus tonos de esencia antropomórfica al oído del barro humilde, pegamento espacial, atávico, que termina por reconfigurarnos.
El artista Enrique Avilez no desconoce la epifanía que hay en los retratos del pensamiento —ecos visuales en los espejos de la vida—, los cuales terminan en esculturas del táctil adobe, herbario deslizante que resuena y resiste al fuego y juego de nuestro propio ser.
En el bronce, el fuego y la piedra son también el comienzo de una religión: la luz vívida de la fertilidad, que a partir de la manipulación de su reflejo y forma —materializar la luz—, el ser humano es el único ser capaz de crear imágenes nítidas de la femineidad.
Por ello, las esculturas de Avilez, que conozco y aprecio —y que hoy se muestra como un breve relámpago del todo—, son como un abecedario de minerales en un diálogo abierto con su espectador (el sagrado lodo de la Historia): al hablar de su naturaleza anatómica, confrontan a la secta humana a reconocer sus raíces, sus entramados subepidérmicos, constelaciones de paja y llama que, entre lo que queda de una visión y la reverberación de los mitos, interrogan el germen cósmico, reincorporando el hallazgo de nuestra figura multidérmica.
Este viernes 15 de noviembre, en el “Museo de la Vid y del Vino” de Ensenada, B.C., ubicado en el corazón del Valle de Guadalupe —a las 12:00 horas— podremos conversar con el escultor Enrique Avilez, en una aproximación a las obras exhibidas (12 piezas de su colección privada), sobre las interrogantes del arte y, a su vez, disfrutar de la situación de campo y cielo —vinisterra bajacaliforniana—, fermento y fomento de toda creación. La muestra permanecerá hasta abril de 2025. La entrada es gratuita. ¡Enhorabuena!
raelart@hotmail.com