El último lector | El menonita zen o cómo bosquejar aquello de lo resacoso*
Tal como si hubieran soltado la mascota de Irvine Welsh** en las ácidas avenidas de “Ciudad Godínez” y este tierno animal del averno —“puercolodonte” u “osomorongas”, que para el caso significa o vale lo mismo—, reventado en heroína, buen Tonayán o pésimo whisky escocés, hablara magistralmente por boca de Carlos Velázquez, con la diferencia, del todo manifiesta, de una espumosidad legible, leíble y creíble, porque no lo trae en traducción Anagrama sino, de la caída al Océano desde el Sexto Piso, directo de nuestra apuntalada lengua, como clavado perfecto, que en cualquier hoyo es una revolucionaria ventaja.
Y como si le preguntara a Carlos Velázquez, autor de “La Biblia Vaquera” y “La marrana negra de la literatura rosa” —entre más punk, menos viejas—, ¿qué onda con esta terca veracidad “rockplandeciente”? Y obtuviera como respuesta: “¿Y por qué crees que puedo imitar la caligrafía de Alex Mazapunk?”.
Bueno, ya estamos llegado a algo políticamente incorrecto: “La rocola estaba embarazada de nueve meses de monedas de 10 varos”, ¿qué diablos vamos a hacer con estas enunciaciones, con estas tramas, con estos relatos, cuentos, narraciones, historias de “El menotita zen”?
Fun(k)cionalidad de tercer tipo, la obesidad delirante del celo lujurioso, la biografía coral del rock —en su vasta jaculatoria libresca— en cada uno de los personajes, la paternidad indómita de seguir criando cuentos, porque los cuentos no piden de beber… sino el que los crea, el cuentista, el autor: ese del humor demoledor, el de la obsesión extendida, aquel de la dulce crueldad datada, desatada y relatada.
Su corte arrastra el solfeo de un lenguaje áspero, no maquinal sino grisáceo, como un espejo de molusco —rebosante en la credibilidad que refleja, pero turbio cuando el ojo de la ola lo ensucia de presencias fantasmáticas—, que podríamos decir, “no asegurando”, que se trata de cómo bosquejar aquello de lo resacoso con escupitajos de autoconfianza: saber lo que se hace y hacerlo de la “peor manera” —¡en la práctica, no sé si eso exista!— con un sentido de composición gramatical plusperfecta —sus bien aparcados sustantivos, sus adjetivos con lucimientos de roce metálico, sus verbos siempre arrancando a la primera, sus declinaciones avenida abajo—, duplicando las voces en una estereofonía que otorga a los relieves acústicos de los personajes su vital imponencia, su valor e importancia.
Meter la cabeza al horno paginante de “El menonita zen” (Editorial Océano, 2023), en sus siete versiones capitales —los super 7 locos—, es explorar el género del cuento en la frontera de los bajos fondos fronterizos, “mezcalización” de imágenes —empapadas de lúcida crítica social mexicana—, con la marcada tendencia arbitraria —o diferencia remarcada— que no se parece a nada dicho en nuestra provincia de los sueños “narcosos” o las abnegaciones de “alguacilillo” con licencia para moquear —que ensucian el papel del género Pulp—, pero que bien se encaballan desvergonzadamente a la Novela Negra.
¿Qué decir, Tuco y Tico?: la más pura temporada de Hurracones. Y esa portada inmejorable, amarillando el pink-punk, donde Marlon Brando, en su más que poético papel en la película “Candy” (1968), ya anuncia sus altos vuelos para “Apocalypse Now”.
Sí, un banquete de alucinación y natilla —y esto ya no es un secreto a libro cerrado—, como para darle espacio a un cuento a la “manera maestra” de Carlos Velázquez, quien —ubicando su pluma en la terrenalidad rural, fuereña de la “gran ciudad”— inaugura la “Sci fi ranchera”… y de ello, seguro, después de tomarle su medida y lectura, estaremos alunizando vacas por mucho tiempo.
Dados a las triquiñuelas —y quizá esto venga por lo que acabo de decir con anterioridad—, los editores gastan su labia verbosa en sacudirnos la piola, en intentar seducirnos: «Una chava fitness que cuando se embriaga sale a buscar sexo con gordos (aquí el presentador se zangolotea, porque se sabe candidato), un menonita —nuestro menonita zen, Benito Bonifacio Reyes, alias el “Boni”— que decide dejar de ser lo que su religión exige de él y se inicia en la práctica milenaria de la meditación, un hombre que se convertirse en payaso después de que su hermano le arrebata a su esposa…»
¡Vaya que si lo logran! El día menos pensado Jorge Herralde abre la Universidad Anagrama con las licenciaturas en “Contraportadas amañadas” y “Boletines para la persuasión despiadada en masas literarias”. Ni Sexto Piso ni Océano —que ya se prepara con la Biblioteca del autor— se quedarán atrás, seguro de ello, si todavía perviven tipos como Carlos Velázquez (Torreón, Coahuila, 1978), un verdadero ejemplar de escritor salvaje en vías de extinción.
¡Caray, lo bello de los escritores salvajes es que su existencia siempre está por terminar!
Gracias por conservarte con vida y encontrarte aquí, Carlos. Bienvenido.
raelart@hotmail.com
*Texto leído en la presentación del libro “El menonita zen” (Editorial Océano, 2023) de Carlos Velázquez, el lunes 20 de mayo en la Feria del Libro Tijuana (FLT), versión XXXIX, celebrando la vida y obra de Elena Poniatowska Amor.
**“Trainspotting” (Anagrama, 1997); “Escoria” (Anagrama, 2000); “Porno” (Anagrama, 2005); “La vida sexual de las gemelas siamesas” (Anagrama, 2015), etc.