El último lector | El lado oscuro de la Tierra: privilegios a la luz
Otro mundo habita bajo las pisadas del exterior; un lugar donde el lado frágil de la luz revela misteriosas maravillas esculpidas en la oscuridad.
En un pausado proceso milenario, en un ir y venir continuo, reconstructivo, siempre imprevisto, el vientre de la Tierra incuba formaciones espectaculares.
Sorprendentes, como variaciones sobre un mismo romperse y prodigar lo mismo: ¡Prodigios!
La abertura nos invita al paso a desnivel, a recorrer las circunvoluciones de los subterráneos prometidos; vamos a la eternidad para asistir a la revelación, al embrujo de las formas inesperadas.
Vemos, pero aun estamos ciegos, inéditos ante la maravilla.
Estalactitas que discursan la belleza en forma de asamblea de agujas; estalagmitas que se imantan al cielo de la cueva y predican con sus enhiestas coronas mínimas; coladas donde el silencio de las dimensiones se amasan y se reconfiguran; banderas desairadas gravitando lo insondable; auroras de seda láctea y roca; ovulaciones de perlas y estrías de lo infinito en un mapa mineral del inframundo.
La caverna se traga el grito de su abismo y deja discurrir el magma inverosímil de lo mutante. Estallidos pétreos hipnotizados por su propio encanto, riachuelos incinerados circulan por las abiertas venas de las piedras y cantan su eco al vacío.
¿Qué tipo de oscuridad es ésta? ¿Qué halo convulso fortalece de barrancas las raíces de lo que nos alimenta por fuera?
¿Qué honduras hacen el milagro descomunal de estas formas que sólo vislumbramos con luz postiza?
¿Qué leemos en los vicios purificados de cada profundidad adherida a nuestro asombro?
La finísima película de una cartografía de agua ha quedado salitrada en los fondos de estas catedrales imprevistas, donde el altar puede ser un filón… que por su magnitud o su belleza nos pone ante lo divino.
A su vez, la sutil mascarada de las rocas configuran rostros añejos, procesiones de muecas que exaltan nuestro temor primigenio, que luego transformamos en caravanas de gestos, gracias a los benévolos trazos que nos dibuja la razón.
Amplias galerías se anidan en lo insondable, bocas de roca abierta, donde la magnolia de fuego clausura su hondonada de tiempo y cenizas.
Lugar de espejos foto-geográficos, donde lo diminuto se pierde y lo gigante nos parece diminuto…
Dentro de estas cúpulas extáticas habitan profundos abismos rellenos de especulaciones oscuras; ahí los cañones subterráneos movilizan extensos ríos que descargan holanes disfrazados de cascadas a la pureza de los lagos ocultos.
Un frío haz de voz artificial –abecedarios que para nombrar se atan y se desatan– modifica con su luz el descubrimiento, y las coordenadas, de oído, como serpientes ciegas, se mimetizan en sus sombras de resguardo.
La caverna, siempre fracturada y simada por el desborde subterráneo, acuna mares cristalizados en mariposas o estrambóticas florestas de aragonitas… Se trata de la mágica infrageografía de México que, a través del “Ojo de la Reina”, nos deja a la vista las formaciones de Yaax-Nik, este singular elogio de páginas escritas en cristal de roca, un libro de espeleología comparada que Carlos Lazcano Sahagún, de manera elegante y sutil, ha bautizado con el nombre arquetípico de “Privilegios de la luz”*.
*Maravillas subterráneas de México, editado por Grupo Cementos de Chihuahua.
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