El último lector | El fénix del estiércol
¿Cómo podríamos abordar el tema?
Considero, una de dos —después de darle un poco de vueltas—, que los opinólogos de toda ralea —especie, cualidad, género— no sabemos lo que decimos o Donald Trump lidera con más opciones que la simple mentira.
Porque los reiterados “bulos” de Trump —asociados con el magnate sudafricano Elon Musk, regente de “X” (antes Twitter)— empañan la visión de una realidad accesible a la crítica, haciendo de la frente ciclópea del “agente naranja” el único ojo con el cual atender lo mundano.
Y como si nosotros —que antes de ser periodistas, somos seres humanos— mintiéramos menos.
Ordinario, mediocre, caricaturesco, blasfemo, despótico —venenoso en su ñoñez—, ignorante feliz, alegre de comer bien y contento de enfrentar juicios que demandan su encarcelación con lo mejor de la abogacía estadounidense —y que ha dejado a dos mujeres públicas, Hillary Clinton (2017) y Kamala Harris (2024), en medio del basural de su carretera electorera—, Donald Trump, neofascista por antonomasia, hipócrita por convicción, xenofóbico por excelencia, regresa como Republicano a la Casa Blanca por segunda ocasión —presidente número 47 de los EE UU—, para hacerse cargo de “arreglar todo lo que está mal” en casa y sacudir el encajonado Orden Mundial, cuajado en guerras y cataclismos económicos que afectan a la “Gran Nación”, ahora fiel hegemonía polarizada de sus intereses.
Además, lo hará, a partir del 20 de enero del 2025, controlando los tres niveles del poder de Washington: el ejecutivo, el legislativo y el judicial.
Este “Fénix del estiércol”, al que le rondan los más gastados vituperios del ingenio humano, incluidas las rondas de bulos y balas, nos obliga a interrogarnos —ya no se diga la “verdad”— si la humanidad civilizada tiene futuro.
Me gusta como lo expresa Pérez Reverte: “Tenemos los amos que deseamos tener: fanáticos y oportunistas respaldados por el pensamiento infantil de millones de imbéciles”.
Si lo irracional es constitutivo de lo humano, aquí está la muestra. Porque si en Argentina Javier Milei es un rabioso espíritu enano y Nayib Bukele, en El Salvador, un obnubilado “cazafantasmas” fuera de ley, Trump vendría a jugar el papel de un “Stalin neoliberal”, un matón adornado con margaritas emanando del culto a su personalidad nauseabunda.
El escenarios está identificado: los Trump, los Bolsonaro y los Milei (sin nombrar los Videla, los Pinochet, los Papa Duvalier), políticos de ultraderecha que hoy seducen y cautivan a votantes desesperados —los que se consideran traicionados, sin ser del todo conscientes de encontrarse envirulados de “fake news” o “verosimilitud alterada”— gracias al debilitamiento del periodismo en todos su órdenes, principios y reglas de juego, entre ellos el arribo al mundo digital (desprendido del viejo ingenio maquinal de su placenta).
La narrativa, en ese sentido, resulta ridícula.
Desde la legalidad de su triunfo, un Donald Trump enfiestado vocifera: “Hemos logrado una victoria política que nuestro país no había visto nunca, nada como esto”.
Un presidente encumbrado es un perro que, potenciado por el Dios de su creencia —mano quemando la Biblia—, ladra la música de su naturaleza; se trata de un ciudadano empinado en el deber de una nación que rasguña el éxtasis con el alarido operístico de una muerte melódica, brava, operística, usurera, desafiante…
El juego de la “verdad” no tiene futuro.
Ya lo remarcaba el filósofo Peter Sloterdijk: “El ser humano contemporáneo sólo se refugia del futuro con actitudes frívolas”.
raelart@hotmail.com