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Opinión

Crímenes estadunidenses contra la humanidad / Alejo Brignole*

Por: * Escritor argentino, integrante de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad

En este 2021, se conmemora una vez más el 9 de agosto, el Día Internacional de los Crímenes Estadunidenses Contra la Humanidad, que la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad promueve en todo el mundo. Como cada efemérides se harán jornadas de reflexión y debate en torno al tema de este año, que son los crímenes de Estados Unidos contra la democracia.

Y es en esta sintonía de construir un episteme de la dominación y de sus luchas refractarias, que hace unos años comenzamos junto al joven filósofo venezolano David Alvarado Patiño la elaboración del Proyecto Minal (acrónimo del Museo del Intervencionismo Norteamericano en América Latina). Iniciativa que intenta recuperar para las sociedades latinoamericanas una lectura histórica casi siempre sesgada o relegada hacia nichos marginales.

La figura estadunidense en nuestros procesos internos (golpes de Estado, endeudamiento forzoso, desaparición de personas, torturas y genocidios sistemáticos u opresión económico-militar) ha sido tergiversada y sometida a interpretaciones espurias, cuyo resultado ha sido la invisibilidad de la huella estadunidense.

En el mejor de los casos, se suelen hacer menciones vagas a responsabilidades indirectas por parte de Washington en la interpretación política de los fenómenos.

Por ello, el Proyecto Minal –mediante el sencillo método de la explicación audiovisual y museológica– tendría por función hacer llegar a los diferentes nichos de la población de América Latina la verdadera matriz de nuestros procesos autóctonos. Poner al alcance de las mayorías –siempre vulnerables a la acción mediática silenciadora y cómplice– los instrumentos de interpretación que un museo puede ofrecer de manera sencilla, directa y con el impacto de las imágenes, recreaciones o textos dinámicos.

El Proyecto Minal tiene como aspiración tener una sede en cada país de nuestra América, de manera que las nuevas generaciones puedan asomarse a las raíces de su propia problemática social. Este museo que aún queda pendiente en nuestras comarcas, aspiraría, por tanto, a ser un sitio de visita para estudiantes, colegios primarios, trabajadores o público en general, que jamás haya incursionado en reflexiones de tipo histórico-político desde una perspectiva adecuada y liberada del discurso hegemónico.

No obstante, este tan necesario museo debe ser en realidad un tipo de soporte secundario para lo verdaderamente vertebral de sus exposiciones, que es la explicación ágil de los procesos intervinientes: relacionar las torturas con el endeudamiento forzoso del Fondo Monetario Internacional, o las ocupaciones militares en Centroamérica y su consecuente sumisión jurídica y económica a Washington, por citar algunas de las etiologías posibles de nuestras problemáticas. Explicar de manera breve las íntimas relaciones entre subdesarrollo e intervencionismo estadunidense, o bien entre los genocidios y el deterioro de la clase política.

Llegando un poco más lejos en el Proyecto Minal, algunos países estarán en condiciones de realizar dinámicos museos ambulantes, debidamente acondicionados, que puedan acercar los contenidos a diversas poblaciones alejadas o ciudades pequeñas. Por eso no debe escapar en la consideración de un proyecto de esta envergadura, la gran capacidad divulgativa, de revisionismo histórico y docencia política que encierra la iniciativa, como fuente de potenciales cambios en los paradigmas de la sociedad respecto del rol estadunidense.

En este nuevo año de conmemoración del Día Internacional de los Crímenes Estadunidenses Contra la Humanidad, que coincide con las brutales coerciones que Washington perpetra contra múltiples países –Cuba, Venezuela, Yemen, Nicaragua, Sudán del Sur, Irán y tantos otros–, se hace indispensable recurrir no sólo a la memoria, sino a la comprensión histórica del Golem genocida de dimensiones dantescas en que ha derivado la democracia estadunidense. Un sistema republicano que ya no es tal, sino una plutocracia criptofascista aupada a un capitalismo que no reconoce límites de ninguna especie –ni morales ni diplomáticos– para la consecución de su principal premisa, que es el lucro.

Este 2021, año de sus crímenes contra la democracia, no olvidemos, pues, que todos los pueblos tienen el derecho de escoger sus propios acuerdos colectivos y que ninguna potencia, por poderosa que se pretenda, puede arrogarse el derecho a intervenir y muchos menos someter por el hambre y la escasez a ninguna sociedad de la Tierra. Identificar a los que imponen estas lacras para la humanidad: guerra, golpismo, pobreza y tortura, es un deber ético ineludible que nos obliga a tomar posición en el mundo. La omisión también es también un ejercicio genocida y nos mancha las manos de sangre.

No lo olvidemos ni por un sólo instante.

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