El último lector / El arte de los cielos
“Los sueños son como las estrellas, cuando los observamos vemos un mundo antiguo”
—Juan Arnaut
Después de soportar un poco el calor de mediodía —la “Hora de Zaratustra”, cuando hasta las sombras se guardan—, la tarde se vuelve un elogio a la frescura, un agradable suspiro entre las diversas novedades editoriales en los estantes de Tecnilibros.
Estoy aquí, intentando que la templanza oculte mi deseo de leerlo todo, o casi todo… pues, como Borges, siempre “memorioso” contra el olvido, recuerdo aquello que Gustave Flaubert, a manera de consuelo, solía referir: “Hay que leer lo malo y lo sublime, lo mediocre no”.
La sección de biografías, filosofía, mística, astronomía, entre otros apartados, tienen su nicho en el segundo piso del local —una librería elegante, con oferta editorial diversa y suscrita como la representativa de Ensenada—, y ahí voy a dar cuando la comodidad de cierta altura —unos cuantos escalones hacia los astros— me exige observar la producción libresca de la ciencia y su divulgación.
En su elocuencia —por su singularidad, mítica—, la portada llama mi atención: “Noche estrellada sobre el Rodano”. Al abrir el libro, en una premura dadaísta —tentaciones del azar—, éste refrenda la intención con un epígrafe: “No conozco nada con certeza, sólo sé que la visión de las estrellas me hace soñar”.
Se trata de una observación de Vicent van Gogh, el pintor neerlandés que —como los antiguos pensiderales (pensadores del cielo)— hizo de la noche también su oráculo.
Me llevo el libro, lo empiezo a leer en el transcurso a todas partes; lo dejo, levanto otros títulos impacientes —“El Cosmos”, de Manuel Toharia o “Las entidades oscuras”, de Cristiano Galbiati—; lo retomo, lo disfruto, lo comento…
Me gustaría decir —suscribiendo un poco a Ken Wilber— que el libro de Joaquín Bohigas Bosch, “El descubrimiento de las estrellas” (2020), es una breve historia de todas las “causas”.
Y, cómo las cosas y las causas del firmamento, “El descubrimiento de las estrellas” tiene su origen en “Génesis y transfiguración de las estrellas” (1989, con diversas ediciones), cuando a la Secretaría de Educación Pública, al Fondo de Cultura Económica y al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología les preocupaba la divulgación fehaciente de las Ciencias Naturales y las Matemáticas.
Las páginas de Joaquín Bohigas —formado por la UNAM (investigador por 40 años en la sede de Ensenada) como por la Universidad de Oxford— son el telón de fondo de una escenografía de estrellas donde la astronomía —transmutada ya por el alambique de las ecuaciones— sustituye sombras inherentes al Universo con la brillantez certificada de las palabras.
Bajo las sombras de las estrellas muertas —música en la regla de Pitágoras—, la atemporalidad es luz que asoma en el abismo de los lectores. ¿Por qué me parece importante que “El descubrimiento de las estrellas” (más de 280 páginas, tipografía legible, dividido en nueve capítulos) se encuentre en librerías? Porque ofrece la oportunidad de que la divulgación de ciertos temas —una historia del todo, en su sentido más ecléctico— alcance el nivel de calle.
En uno de los párrafos deslumbrantes —un puñado de luceros esparcido en el cielo de una de sus páginas—, Bohigas Bosch arremete con lo que podría ser una oportuna declaración de principios: «Desde siempre, los astrónomos hemos sido una élite privilegiada y en todas las civilizaciones ha habido instituciones para observar y estudiar los astros. En aquellos tiempos, los astrónomos eran influyentes funcionarios estatales, con importantes tareas prácticas y esotéricas: contar el tiempo y anunciar la hora; medir las posiciones aparentes de las estrellas y planetas, describir e intentar predecir eclipses; registrar eventos extraordinarios, como cometas o estrellas “nuevas”, planear y realizar rituales religiosos; interpretar fenómenos celestes; adivinar el futuro; buscar fechas propicias para sembrar, casarse o saquear una ciudad; intentar explicar la personalidad y el comportamiento de las personas; justificar el origen divino y los caprichosos mandatos de reyes y emperadores. La astrología, el lado supersticioso de la astronomía primitiva, probablemente fue la actividad que más ganancia y prestigio les dio».
Si la filosofía despierta en los amantes la gracia del saber, sin lugar a dudas —en su amor a la luz— la astronomía aviva ese fuego con su abanico de constelaciones infinitas.
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