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Opinión

El último lector | El alto al fuego en Gaza no es una cena de gala

Por: Rael Salvador

Un alto al fuego emanado de una enorme montaña de cadáveres.

No hay nada más denigrante que la elevación de la podredumbre convertida en pacto de guerra, en tregua mediada, en respiro diplomático.

Se han dejando pasar —de ese 7 octubre fatídico de 2023 a enero de 2025— quince meses de crímenes, abusos y transgresiones de leyes internacionales —sin que la Organización de Naciones Unidas (ONU) lograra hacer algo mínimo ante lo trágico y lo espeluznante—, hasta llegar lastimosamente a declarar, en esta “guerra” asimétrica, genocidio en la Franja de Gaza.

La locura bélica de Israel, propulsada por el hombre que no logró ser asistido por ningún tipo de sensatez —Benjamín Netanyahu—, el alto al fuego, que hoy ocupa titulares en los medios periodísticos de todo el mundo —atascados de fotografías festivas—, no es una cena de gala.

No se trata de observar en “Bibi” sólo su distinción de “carnicero sionista” —apoyado por el interés comercial bélico de Estados Unidos, en el cínico devenir político de un mundo cada vez más al borde de la catástrofe—, sino también el hecho, más que inminente, de poner en riesgo de muerte a cualquier judío: en el mismo territorio israelí, así como en cualquier parte del planeta.

En el ser “judío-sionista”, muchos de ellos continuarán preguntándose —después de la repuesta terrorífica (no “terrorista”) del brazo armado de Hamás, llevada a cabo el 7 de octubre de 2023, que causó la muerte de mil 400 civiles y un recorte de 222 secuestrados israelitas (105 liberados ya, en los siete días de tregua en noviembre de 2023)— si tienen algún lugar seguro donde refugiarse, más allá de los discursos cómodos y rabiosos de una nación mancillada de manera sanguinaria a lo largo de la historia de la humanidad.

Discursos insolentes, de felonía inédita —de evidentes rasgos violatorios y delirantes—, que nombran a sus oponentes palestinos “animales humanos”, de los cuales los cruentos mandos “ocupa-sionistas” israelíes han matado a 46 mil 700 civiles y milicianos en la Franja de Gaza bajo los encarnizados bombardeos (reporte del Ministerio de Salud palestina en este enero de 2025, mientras que la revista especializada The Lanzet señala que la cifra asciende a 70 mil), entre los que causa dolor humana enumerar 18 mil 525 infantes asesinados (cerca de 200 niños por día, según informa el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia —en inglés, Unicef—, sin contar los miles que siguen bajo los escombros, así como los 201 periodistas ultimados por fuerzas bélicas israelíes, en una masacre sin precedentes) en esa absurda lluvia de fuego que quisiera verse divina a partir del odio… así se lleve el intercambio de presos por secuestrados —33 por Mil, en la primera fase de tres que tiene el reciente “Alto al fuego”—, donde ya no existe la posibilidad de un “Happy End”.

Podríamos suponer que los judíos-sionistas no son imbéciles, porque de alguna forma saben que la actuación beligerante perpetrada por Hamás ha sido en defensa propia, ante décadas de abuso y crímenes sionistas —puntualizado, en su momento, por los medios de comunicación—, tal como lo señaló abiertamente, en el inicio de la conflagración israelí-palestino, António Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas.

Seis millones de muertos, a cuenta del nazismo —a mediados del Siglo XX—, no son cuento viejo para que el Holocausto no se repitiera —ese que juraron que no volvería a suscitarse— y que, de manera irónica, el mismo pueblo que lo padeció es el que, a partir de tecnología moderna estadounidense (utilizando algoritmos ciegos), ahora lo hace florecer…

Por esto y más —cifras en la balanza del infierno humano—, el alto al fuego en Gaza no es una cena de gala.

raelart@hotmail.com

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