El último lector | El alambique familiar de la locura y la política
El desborde de la bravuconería hegemónica, de corte fascista, supera ya los límites de la razón política, llevando la higiene mental a un desequilibrio público y amenaza, desde los escritorios de la Casa Blanca, con una reconfiguración de la geografía de Medio Oriente.
El fuego y la furia del presidente Donald Trump —al lado de un sonriente Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel— vulnera fundamentos psicológicos, humanitarios, de autodeterminación, soberanía y legislación internacional, por decir lo poco.
La amenaza de esa locura de escritorio, de corte inmobiliario, pretende convertir el territorio palestino en una “Rivera del Oriente próximo”.
En un ejercicio verbal de limpieza étnica —que calza a la perfección con la destrucción física llevada a cabo por el Carnicero de Gaza (el mismo Netanyahu)— el anuncio del presidente de los Estados Unidos, quien pone las bombas y la cara de bobo en esta fiesta de las tinieblas, ha sido recibido por el mundo sionista con júbilo exacerbado, ese entendido beneplácito deshumanizado que no escapa de las comparaciones de los estragos nazis.
Sin ser sorpresa para nadie, el origen de la cruzada de destrucción y reconstrucción se finca en lo familiar. Desde hace tiempo, Jared Kushner —yerno de Trump— viene advirtiendo, tomando el papel de experto en Medio Oriente, que “las propiedades costeras de Gaza podrían ser muy valiosas”, alegando desde la Universidad de Harvard que, ante la situación desastrosa de la Franja, sería mejor sacar a esa gente y luego reconstruirla, favoreciendo a Israel, porque “reconocer proactivamente un Estado palestino” sería una muy mala idea.
Como bien se podrá observar, no es la primera vez que la familia Trump ha invertido pensado en Gaza “como un destino turístico potencial”, es decir el bello sueño de una extendida “Rivera del Oriente próximo”.
No se equivocaba Canetti, cuando advertía que construimos ciudades sobre montañas de cadáveres.
Y lo peor que podría sucedernos —después de esta despiadada incursión de muerte en Palestina— es creer que esta locura es seria. Podrá ser todas las cosas, —cínica, abusiva, delirante, payasa, alterada, etc.— pero no seria.
Aaron David Miller, veterano analista de Oriente Medio, comentó en respuesta a una llamada del periodista David Remnick: “Sentía que la cabeza me estallaba mientras veía a Trump”. Agregando en la charla telefónica que “en veintisiete años de trabajo para demócratas y republicanos, nunca había escuchado una conferencia de prensa como esta”.
Remnick reflexiona sobre la conmoción de David Miller —cosa que deberíamos hacer todos—, precisamente porque él sabe “que la intención de Trump siempre es sorprender, hacer el papel de loco y así asustar a sus rivales y alterar los términos del debate”.
El día que Trump se aburra de su juego locuaz, será como Themroc (personaje de la película del mismo nombre) y entonces podremos decir: “se hartó, mandó a la mierda el trabajo, transformó su casa en una cueva, se acostó con su hermana y se cenó a un policía”.