El último lector | Cristian Vázquez: un crimen más
No es que Baja California sea fértil en materia de crímenes. No, eso ya no se discute: lo es, con todo su temible horror y su terrible “honor” (ahí las listas que lo evidencian).
Ya hace tiempo, quizá desde el crimen de Luis Donaldo Colosio, en 1994, resulta irrebatible que la fe en mantenerse vivo convierte a este pedazo de tierra (por muchos años territorio del PAN) en una iglesia política: la ingenuidad de persignarse y rezar para, entre murmullos a párpados caídos, animar la posibilidad de regresar vivo a casa, al partido o al periódico.
Es decir, lo íntimo metafísico —el franco alarde de lo sobrenatural— antepuesto a la inoperancia y fracaso en materia de Seguridad por parte del Estado.
Un asesinato más, el del joven Cristian Iván Vázquez González —ultimado con vileza el pasado 27 de mayo de 2024 en la ciudad de Tecate: pista para ejercitarse, once de la mañana, tres sicarios, siete detonaciones—, el cual establece y anuncia tristemente lo mucho de la grosera brutalidad criminal y política que nos vemos obligados a admitir y soportar en evidente duelo y suelo bajacaliforniano.
No es lo punible lo que más preocupa —los cuentos de “impunidad” están a la orden del día en el país— sino lo preventivo: si no somos capaces de instruir en materia de previsión, ¿cómo diablos pasaremos los días, las semanas, los meses, los años lavando cadáveres en la Morgue como fruto del fracaso institucional, cien por ciento formativo —entre Educación y Cultura—, y que se desprende de una responsabilidad más que humana?
Educa para vivir, vieja consigna: el agua de rosas podrá encubrir las emanaciones de ésta nuestra podredumbre social —mancillada y, al parecer, relegada—, pero no por mucho tiempo.
“El valor de educar” es un claro, bello e instructivo libro de Fernando Savater, el cual refería con entusiasmo Cristian Vázquez, sin perder oportunidad de insistir en la importancia de sus premisas. A partir de algunas de sus páginas logramos cabalgar un diálogo fructífero, donde de vez en vez se nos colaba el escritor japonés Haruki Murakami, ejemplo de sus correrías y detonador inminente de su imaginación del todo fértil que, a veces, empeñaba —peligrosamente— en desbordarla hasta la ingenuidad.
Pero ya lo decía Montaigne: “El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender”.
Los libros, sin lugar a duda, cumplieron esa función. Los libros, la instrucción académica y la educación de a pie, los diálogos y los múltiples festivales culturales donde se mantuvo inmerso (desde sus encargos en Pluma Joven y Foro Coincidir, pasando por su etapa de edil independiente en Ensenada, hasta la afrenta de su hora final). La lección cívica de una vida como la suya lleva el correlato de una sabiduría —que no termina con la muerte— que hoy es preciso observar con detenimiento:
“¿Debe la educación preparar aptos competidores en el mercado laboral o formar hombres completos? ¿Ha de potenciar la autonomía de cada individuo, a menudo crítica y disidente, o la cohesión social? ¿Debe desarrollar la originalidad innovadora o mantener la identidad tradicional del grupo? ¿Atenderá a la eficacia práctica o apostará por el riesgo creador? ¿Reproducirá el orden existente o instruirá a los rebeldes que pueden derrocarlo? ¿Mantendrá una escrupulosa neutralidad ante la pluralidad de opciones ideológicas, religiosas, sexuales y otras diferentes formas de vida (drogas, televisión, polimorfismo estético…) o se decantará por razonar lo preferible y proponer modelos de excelencia? ¿Pueden simultanearse todos estos objetivos o algunos de ellos resultan incompatibles?”.
La lúcida retahíla es de Savater, pero el mismo Cristian Vázquez podría estar, en este preciso momento, esgrimiendo las interrogantes ante su propio cadáver, aleccionando a los conmocionados y, sobre todo —quiero creer—, a quienes persiguen el delito por ley y procuran el ejercicio de la justicia penal… enfrentando, lamentablemente, la ausencia de la justicia cultural y educativa, por la cual la víctima tanto peleó.
Contradicciones de un sistema donde el valor del presente se reivindica a “toro pasado”.
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