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Opinión

El último lector | Comunidad manifiesta

Por: Rael Salvador

Un fantasma recorre Ensenada: el fantasma de la inseguridad social. Todas las fuerzas de esta vieja comunidad californiana se han unido en santa cruzada contra ese fantasma: la Mandataria en jefe y su Fiscalía, la Secretaría de Turismo, Coparmex, el Consejo Coordinador Empresarial local, así como grupos buscadores de desaparecidos, seguidos de un cada vez más preocupado sector de la población.

Lo que en palabras del más citado de los “manifiestos”, ya es hora que se exponga al “mundo” entero —que empieza “aquí”, en nuestras playas y otras rutas alternas de recreación y crimen o destinos inseguros— las ideas que sustentarán el renovado propósito, sus metas urgentes, fines inmediatos y objetivos a lograr, así como las tendencias políticas participantes, sobre cómo la problemática de la violencia —que rebasa el denigrante estatus de horror y gravedad— será , en el mejor de los casos, contenida o atenuada.

Ante la descomposición de los valores de acompañamiento y convivencia, la degradación en la que hemos puesto o llevado los asuntos de solidaridad ciudadana —alegando que “la economía es primero”, “que el voto es primero”, “que la madre es primero”—, la tecnología (no la evolución, ella no se contenta con herramientas) nos hace flacos y vanos favores: la “abstracción” como producto cultural alejado de la educación —no la educación “fachista”, que alienta la moral hipócrita tradicional convirtiéndola en “estigma” rentable— nos invita a estar alertas para no dejarnos arrastrar a la condición abominable seres inamovibles, huérfanos de horizontes, mire hacia donde se mire.

Desde la cotidianidad de actos de acoso —en las familias, escuelas y otros templos y cuarteles—, seguido de su amargo fruto de crueldad formativa, las atrocidades se hacen más que visibles en una dolorosa escala: esa que se recrudece en las disputas consanguíneas o en las conflagraciones antisociales o en los crímenes por incompatibilidad de caracteres o en las carnicerías socialmente admitidas que son las guerras, por decir lo menos.

Etiquetando el mal como una parte de nosotros —visualizado en ocasiones como una espina que ríe o una esponja eructando gasolina ante el volcán que es el “otro”—, ¿qué diablos lograremos hacer para encontrar la salvación?

“Dios ha muerto”, aseguraba Nietzsche, ofreciéndole a la humanidad tomar el lugar de su bondad. ¿Cuál es nuestra “Guía Michelin” en cuestiones cosméticas de una convivencia razonable, justa y compasiva?    

En los años 60, la tranquila ciudad de Ensenada ocupó los indiscretos titulares de la linotipia internacional al ser ultimado un turista extranjero en el poblado de Santo Tomás: al robarle su mochila de viajante, le asesinaron… Se murmuró entonces que era hijo de un alto funcionario canadiense.

Se es un infante (el que no habla) cuando uno escucha: mi padrino, en diálogo con mi padre, en su angustia refiriere el sanguinario caso del joven mochilero: ¿Robarle sus escasas pertenencias? ¿Sus cheques de viajero? ¿El oro encontrado por los caminos que llevan de Canadá a Baja California?

A veces el “robo” es la excusa artificiosa de las autoridades judiciales para meter oscuridad al constructo de la mente homicida. Un poco de perspicacia nos llevará a entender que el “sistema capitalista” al que apostamos nuestras bonanzas es la parte esencial del problema.

¿A quién culpamos en el macabro vals del entumecimiento judicial y social? ¿A quien comete el crimen o a la sociedad que lo formó? Vieja pregunta, con más de un arsenal de respuestas: un pastel molotov que alcanza para todos los invitados.  

Al escuchar al pasado amancebarse como perro en el presente, he sido depositario de esa angustia y consciente de las interrogantes que se atropellan en el vórtice del “maelstrom”.

Transcurridos 50 años de sobrevivencia —campeando, como ese chaval (de Canadá), aventurándome como esos muchachos (de Australia y EE UU), he dejado pasar medio siglo para que el pasado me alcance—, un profesor del sur rural bajacaliforniano me refiere el trágico suceso. Habla como el filósofo Santayana, y repite su frase más coloquial: “Quien olvida su pasado está condenado a repetirlo, muchachito”.  

Ya lo decía Marx: “La Historia se repite dos veces, primero como tragedia, luego como comedia”. Un fantasma recorre Ensenada: el fantasma de la inseguridad social de Baja California. 

raelart@hotmail.com

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