publicidad
Opinión

El último lector | Arqueología de la sensibilidad

Por: Rael Salvador | El último lector

Baches de Bach
En este nuestro mudo sublunar, siempre hay algo que no se ignora; por ejemplo, que en Ensenada los baches son cada vez más más grandes —cuando, métrica al uso, deberíamos observar lo contrario (siendo Ensenada una de las demarcaciones más extensas del mundo)—. ¿Se deberá lo anterior porque se ha convertido, gracias a las recientes municipalizaciones del Estado de Baja California y sus infundados deslindes territoriales, en una ciudad cada vez más estrecha o pequeña? Baches de Bach, siempre en fuga.

Cartolandia
En Tijuana, en los años 70, existía por la Zona Río un asentamiento de viviendas llamado “Cartolandia”. Remedos de casas que —mantenidas por entristecidos andamiajes de pobres bigas entrecruzadas— sostenían tambaleantes paredes y techos de cartón. En esa época, en la radio se escuchaba al venezolano Ali Primera cantando: “Qué triste, se oye la lluvia / En los techos de cartón / Qué triste vive mi gente / En las casas de cartón. / Niños color de mi tierra / Con sus mismas cicatrices / Millonarios de lombrices…” Poco oída ya en son de protesta, la canción no podría llevar otro título: “Techos de cartón”.

Foto Archivo Histórico de Tijuana / Rael Salvador

Mañas del Meño
No hace mucho, por allá de los 80 del siglo pasado, los comensales de buena birria ensenadense empezaron a escuchar —provenientes de una satisfecha digestión— cercanos ecos de ladridos en sus sueños. Dicha manifestación onírica, de claros vestigios caninos, coincidió con la desaparición masiva de perros en el área de la “terminal de autobuses” y colonias aledañas. Cuando mi abuela, con cierto rictus burlón en su sonriente mirada, preguntaba “qué diablos han comido”, y antes de que nos decidiéramos a contestar, agregaba: “¡Mañas del Meño! ¿No?”. Resabio de un linaje cocinero que hoy se puede interpretar que pocas veces lo prohibido se contrapone a lo delicioso.

Cine Anza
Nos subimos todos a la vieja camioneta Plymouth, pues mi padre nos llevará esta tarde a la función de cine. Abrillantados del pelo y bien sentados, nos rodea un silencio que nos cierra la boca y nos mueve con alegría los ojos. Contentos de llegar a la densa oscuridad de la sala, nadie respira para no desencantar el milagro de este miércoles de proyección.

El Cine Anza, con sus interiores rococó, en arena y mamey, es el cine más elegantón de la ciudad. Ahí, en esa iglesia de sombras y rayo divino, las clases acomodadas toleran con acentuada indiferencia a los desacomodados, usurpadores que les arrebatan con insolencia las imágenes de la pantalla. Estos hijos de Sánchez ríen y lloran y aplauden sin indignación ante la respingues de los señores alzados y las damas copetudas.

El cine es una fiesta y nosotros sus fieles oficiantes.

El amarillo olor de las palomitas y el sorbeteo ritual de la soda y sus hielitos dan la bienvenida al tropel de vecindario. Entre risas y tropiezos tomamos por asalto las butacas. Mi padre, tipo serio y mal encajado a la vida, comparte con los bolcheviques de ocasión, sin apagar su transmisión de béisbol portátil, esta toma merecida.

—Los Ángeles Dodgers: 1, los San Diego Padres: 2. En la séptima entrada, Randy Jones mantiene aún las esperanzas en la lomita.

Y, como un sueño colectivo, la función transcurre.

Es como viajar en el tren o en el autobús y ver el mismo paisaje… No lo sé, quizá no sea así. Pienso también que es similar a estar de acuerdo en clase de Lengua Nacional, en el mes de diciembre, y que la maestra de música, La Quena, tiene algo muy en contra de su piano y nosotros. No lo sé, tal vez no sea cierto…

Y, como truco de principios del siglo XX, se incinera la película dando la señal para la rechifla y el cacareo, el argüende y el insulto; unos escupen las calvas relucientes de los viejos sin bombín, otros vacían sus vejigas para mojar las zapatillas de charol de las señoritas perfumadas. Así reinicia el beso perdido y todos nos quedamos con la boca abierta, sintiendo el discreto vaivén de una fila e imaginando las glorias del reino de la oscuridad, con sus adolescentes engalanados y sus “divas” desmayadas.

Al final, después de expulsar los demonios en bendita solidaridad, espacioso y desolado queda el templo que cobijó por unas horas, en sus tibias sombras, al gentío del barrio y sus arrebatos de dioses famélicos.

El Vigía
Un vagabundo, deseoso de reposar un poco su espíritu cansado, construyó una breve morada bajo una piedra a las faldas del principal cerro de Ensenada. No dudó en reconocer que la mejor vista la tenía frente al mar. Pero dado a su ambición, prefirió husmear entre las rocas empinadas en busca de diamantes. Destellos de luz en sus ojos, lo recogimos en la Carretera Escénica, kilómetro cero, Ensenada-Tijuana.

raelart@hotmail.com

Related Posts