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Opinión

El último lector | A la música de la vida solo le falta nuestro deseo / Rael Salvador

Por: Rael Salvador

Ante el silencio de un Dios, la risa de los “bufones” parece decir más… (y no pienso únicamente en el “bufón” que aprieta el paso al “Rey Lear” en la puesta en escena de Shakespeare). 

Tengo la sensación de que Nietzsche escuchó el quiebre de la luz en esa estridencia de bacanal divina, y pluma acariciando el costado de Zaratustra –una Sönnecken de acero decimonónico– le pone a dar lindos saltos, ascensos, elevaciones, de una alegría irregular entre los hombres:

“Es verdad: amamos la vida no porque estemos habituados a vivir, sino porque estamos habituados a amar.

”En el amor hay siempre algo de locura. Mas también en la locura hay algo de razón.

”Y también yo, que estoy bien avenido con la vida, estimo que quienes más saben de la felicidad son las mariposas y las burbujas de jabón, y todo cuanto a ellas se parece entre los hombres.

”¡Ver cómo revolotean esas almitas ligeras, locas, encantadoras, volubles… eso arranca a Zaratustra lágrimas y canciones!

”¡Yo sólo podría creer en un Dios que supiera bailar!”.

La incertidumbre, bailarina ebria de la filosofía, emana de los libros abiertos y se deja volar por una música grácil –el “Also sprach Zarathustra” wagneriano– en el encantamiento de páginas emborronadas por opiniones negras, con señalamientos guindas, que se clasifican en interpretaciones, razonamientos y meditaciones, donde se “intensificará de forma terrible, de donde incluso surgirán también estimulantes influjos, en parte felices, en parte fatales, para todo una época”, como bien aprecia Thomas Mann. 

“Es preciso tener caos dentro de sí para dar a luz una estrella que danza”.

Nietzsche utiliza la escalera de lectura de Dostoievski para llegar a la cumbre donde yace el cadáver de Dios –un lugar de oro sombrío, en el cual los poetas y los ángeles temen asomar sus alas y sus odas– y “resquebraja las columnas de la filosofía desobedeciendo pautas heredadas”.

A decir de Esther Díaz: “Rigor técnico, normatividad expresiva y libertad metodológica (lo primero para el manejo de los instrumentos, lo segundo para la transmisión de los logros, lo tercero para la exploración y el proceso creativo)”.

En palabras del propio hechicero de Nietzsche, ¡sólo es preciso tener cierto caos dentro de uno para dar a luz una estrella que danza!

¡Así, a la música de la vida sólo le falta nuestro deseo!

Hablar de lo bello es lo menos importante: ¡lo bello debe ser creado!

«“No hables, canta”, dijo Zaratustra, y su precepto ya fue en gran medida practicado por Schopenhauer. La filosofía puede ser música, sin que eso signifique que la música deba ser llamada filosofía. Cuando un hombre ha terminado con todos sus asuntos, cuando ya no “piensa” ni “trabaja, sino que, abandonado a su suerte y a la de los demás, mira y escucha con libertad, aceptándolo todo y no ocultándose nada para sí mismo, es que comienza a “filosofar”».

Al decir de lo anterior, Shestov reflexiona sobre la música que los lectores de Dostoievski escuchamos en Zósima, el viejo y enfermo monje amado, el “Starets” pueblerino –“Starets” significa en Rusia un hombre iluminado a la vez por la santidad y la sabiduría)– que aparece como personaje en los “Hermanos Karamazov”, quien hace de la existencia y el vuelco del sufrimiento humano una filosofía de naturaleza divina: “Yo bendigo todos los días la salida del Sol, mi corazón le canta un himno como antes, pero prefiere su puesta de rayos oblicuos, evocadora de dulces y tiernos recuerdos, de queridas imágenes de vida, larga vida bendita, coronada por la verdad divina que calma, reconcilia y absuelve. Sé que estoy al término de mi existencia y siento que todos los días de mi vida se unen a la vida eterna, desconocida pero cercana, cuyo presentimiento hace vibrar mi alma de entusiasmo, ilumina mi pensamiento y enternece mi amor”.

¡Aaaah! La bella creación de Dostoievski… Palabras que imitan el ensueño de la realidad (en toda su obscena y presente imaginación) y que, como fresas cultivadas sobre la nieve donde bailó Zaratustra, el filósofo Lev Shestov transformará también en páginas inolvidables.

raelart@hotmail.com

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