Opinión

El último lector/ La Jornada BC

Por: Rael Salvador

Al destapar el féretro donde descansa el cuerpo de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, conocido en el mundo de las letras como Pablo Neruda, muchos de los ahí  presentes, entre los que se encuentra el Cardenal Francisco Cavalier Errázuriz y el diputado socialista Mario Melo Canelas, se quedaron atónitos al observar la incorrupción del cuerpo del Nobel de Literatura 1971.

A la vista de todos y sin mostrar signos de deterioro, el cadáver del escritor chileno lucía un semblante cálido y de una seria paz.

Después de permanecer 38 años enterrado en la tumba de su casa-museo en Isla Negra, a 130 kilómetros al noroeste de Santiago, contra todo lo podría esperarse y desafiando por entero las leyes de la naturaleza médica y física, el autor de “20 poemas de amor y una canción desesperada” y los “Versos del capitán” apareció en su ataúd como nadie lo esperaba: con una expresión y un porte como su estuviera meditando su próximo poema.

A decir de los testigos, “parecía que habíamos llegado a su alcoba y él sólo estaba dormido”.

Después de ser aprobada la solicitud del Partido Comunista de exhumar los restos del vate chileno, para verificar si fue envenenado, como afirma su chofer, 12 días después del golpe militar que derrocó a su amigo, el presidente socialista Salvador Allende.

Neruda murió el 23 de septiembre de 1973, a los 69 años, en la Clínica Santa María, donde permanecía por un avanzado cáncer a la próstata.

Juan Andrés Lagos, de la comisión política del Partido Comunista, dijo que la exhumación “se pidió porque existe el antecedente del chofer de Neruda, quien era una persona muy cercana al él”.

El conductor y asesor de Neruda, Manuel Araya, en los últimos meses de 2011 declaró que un día antes de que el poeta, su esposa y él mismo viajaran al exilio en México, Neruda les pidió ir a su residencia del balneario de Isla Negra, a retirar algunas de sus pertenencias.

Araya dijo a un medio mexicano que estando con Urrutia en el balneario, recibieron un llamado telefónico del poeta que les dijo: “Vénganse rápido, porque estando durmiendo entró un doctor y me colocó una inyección”. Neruda murió ese mismo día.

La solicitud para exhumar a Neruda fue dirigida al juez Mario Carroza, un reconocido investigador que, hasta ese momento, lidiaba con 726 casos de muertes por violaciones a los derechos humanos, incluidas las de Allende y la del padre de la expresidenta Michelle Bachelet.

La Corte Suprema dispuso, a comienzos de 2010, que Carroza –de la Corte de Apelaciones de Santiago– investigará todas las muertes de víctimas de la dictadura no indagadas hasta ese momento.

Lagos agregó que la solicitud de extradición también se basa en “lo que ha significado el papel de algunas instituciones médicas en nuestro país”, en abierta alusión a la Clínica Santa María.

El dirigente reiteró la existencia de irregularidades en torno a la muerte del Nobel de Literatura. “Con mayor razón y producto de esas irregularidades, nos parece necesario la exhumación”, dijo.

Consultado porqué no pidieron antes investigar la versión de Araya, respondió que “este antecedente no estaba del todo claro, no había surgido…”

En la Clínica Santa María también murió, en enero de 1982, el ex presidente Frei Montalva (1964-1970), cuando se recuperaba de una operación de hernia. Un juez especial investiga las afirmaciones de la familia de que el exmandatario fue envenenado por agentes de la dictadura del general Augusto Pinochet (1973-1990), justo en momentos en que se perfilaba como un prominente opositor a los militares golpistas.

Después del extraordinario suceso y el revuelo que causó la noticia del “Poeta incorruptible”, parece existir ya una procesión que, libros en manos, llegan a la tumba de Neruda buscando sustraer, a través de la lectura de un poema, parte del lo que se ha dado a llamar “El Milagro de Isla Negra”. 

raelart@hotmail.com

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