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Opinión

El Escuchón: Llamados a misa

Por: Enrique Camacho Beltrán*

El otro día escuchaba un chisme de oficina. Aparentemente un grupito agarró la costumbre de excluir al resto, de las ventajas que se presentaban. Si había recursos para insumos, los acaparaban. Si abrían una plaza, la capturaban. Saboteaban a todo mundo y compartían chismes del resto; pero cuando llegó un nuevo jefe con la idea de reestructurar el área, temieron, y el grupillo quiso organizar entre todos una resistencia común. Aunque muchos perdieron sus trabajos ya nadie les hizo caso. La persona que contaba el chisme reflexionaba: “Quizás hubiera sido mejor unirse a ellos, aun cuando pasado el peligro regresaran a su conducta antisocial; pero es que ¿con qué cara llamaban a cerrar filas?”

El chisme y el juicio me recordaron los llamados a la unidad que invoca la Presidencia frente a las amenazas de aranceles del presidente Trump. Quienes se resisten son acusados de mezquindad y egoísmo; pero no estoy nada seguro de que la cuestión sea tan fácil. Presumiblemente la crisis arancelaria no es un cheque en blanco que autorice lo que sea. Seguramente, como en el chisme, hay límites éticos sobre quien debe llamar a la unidad, en qué circunstancias y con qué fines.

Sobre los límites éticos al quien, seguramente son relevantes los rasgos de la autoridad democrática. Se pueden imaginar pocas personas más autorizadas que la presidenta Sheinbaum para invocar ese llamado, por la autoridad que le confirieron las urnas (votó más del 60% del padrón y obtuvo casi el 60% de los votos). Pero el poder solito no crea obligaciones sin estatura moral. Si la Presidenta miente y se involucra en prácticas de desinformación, puede perder ese estatus ético. Distintos medios han documentado ya varias imprecisiones, mentiras o engaños en las Mañaneras del Pueblo.

Sobre los límites a las circunstancias imagino que lo importante es que ellas hagan posible que la autoridad se ejerza de manera éticamente valiosa. Para ello se requiere de una estructura de toma de decisiones que sea incluyente y que funcione bajo el estado de derecho, porque esos límites garantizan que la autoridad política sea parte de la solución y no parte del problema. Definitivamente nuestro sistema político es más bien parte del problema.  De hecho, estamos en este embrollo precisamente porque el presidente Trump acusa al gobierno mexicano de cohabitación con el crimen organizado; y el gobierno hace muy poco por demostrar lo contrario, apoyando al cuestionado Gobernador Rocha (Sinaloa), manteniendo la impunidad y postulando a presuntos criminales a la elección judicial.

Finalmente, los fines importan, sobre todo desde los principios. Por esos principios, el Obradorismo se ha regodeado de culpabilizar al neoliberalismo de todo; pero ahora que Trump desmarca a su gobierno del proyecto neoliberal (de entender Norteamérica como una región económica), entonces contra toda expectativa, es la misma Presidenta la que defiende el proyecto neoliberal como un proyecto nacional y social, en términos que resuenan mucho a la defensa que hacia el propio Salinismo. Similarmente hemos visto a Morena tirar los principios a la basura afiliando al partido a cuanto impresentable les ha sido útil para aumentar su poder.

Si ese diagnóstico fuera correcto, entonces los que dudan en sumarse al llamado, sienten profunda desconfianza, justo como los del chisme de la oficina. ¿Es esto antipatriótico? Difícilmente, porque la patria somos todas y todos, no solo quienes se identifican con el partido oficial. Poco menos de la mitad de las mexicanas y mexicanos no votaron por Morena. Si el oficialismo hace todo para invisibilizar a la oposición, no la incorpora en sus decisiones y desprestigia a la disidencia, entonces lo antipatriótico es precisamente ese abuso del poder (sobre todas esas personas que no votaron por Morena), no la resistencia al sometimiento.

Es fácil subirse a una columna de marfil, ungirse como el elegido y llamar a la unidad: cualquier autoritario o loco lo hace. Pero para hacer que ese llamado obligue éticamente a los adversarios, se requiere que el poder cumpla cuando menos con esas tres condiciones (la estatura ética de quien hace el llamado, la calidad ética de la toma de decisiones y la coherencia de los fines) de lo contrario sólo se trata de un llamado a mantener el poder de alguien en particular con intereses privados y no de un acto que sostenga el poder del pueblo.

*Investigador de la Estación Noroeste de Investigación y Docencia del
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la
UNAM
@KikeCamach

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