El Escuchón: La soberanía y el ogro
He escuchado a varios políticos y comentócratas en pánico por la disminución de la soberanía nacional como resultado de la redenominación, en los Estados Unidos de los cárteles de la droga como organizaciones terroristas. Entiendo que sea una amenaza, pero lo que no entiendo es el pánico. La razón es que, en general casi todos nuestros políticos (de todos los partidos) suelen dedicarse a la normalización y trivialización de esa pérdida y sospecho que esa tendencia ha aumentado durante los últimos sexenios. Lo que quiero decir es que ya no tenemos la soberanía que muchos piensan, que es falso que toda pérdida de la soberanía sea en principio mala y que es falso que las amenazas externas como las de Trump sean las únicas o las más graves amenazas de soberanía que enfrentamos. Vamos por partes.
La soberanía es el derecho de mandar sin que alguien te mande, es decir, es un derecho exclusivo que tienen los Estados de controlar su población, territorio, recursos naturales y fronteras. Antes de la Segunda Guerra Mundial los Estados eran soberanos básicamente cuando podían mandar efectivamente sobre sus pueblos. La soberanía era violada entonces mayormente por la interferencia de otros Estados o porque los pueblos se hartaran de los abusos, protestando o deponiendo al gobierno. Como se sabe, la Alemania Nazi llevó el abuso de la soberanía al extremo, por lo que, con la esperanza de evitar en el futuro tragedias semejantes, se establecieron más límites a la soberanía, mediante la doctrina de los Derechos Humanos. Éstos resignifican la naturaleza de la soberanía para que se entienda, no como cualquier poder político con supremacía territorial, sino como un poder sometido a un orden racional, legal y ético. Esa pérdida de la soberanía fue relativamente positiva porque a partir de ahí, no cualquier organización que establecía control efectivo en un territorio es considerada un Estado soberano. Como resultado los organismos políticos que fallan en tener ese carácter ético pierden gradualmente el estatus de Estados soberanos, haciéndose vulnerables a la intervención internacional justificada. Muchos incluso piensan que el proceso civilizatorio exigiría una mayor pérdida de soberanía en beneficio de instituciones cosmopolitas regionales, parecidas a la Unión Europea.
Obviamente no se me ocurre para nada que el intervencionismo de Trump esté justificado o sea en nada civilizatorio (todo lo contrario). Pero sospecho que, en México, los últimos regímenes han renunciado incrementalmente a gobernar (solucionar problemas de coordinación en la producción y sostenimiento de bienes públicos, de manera institucional y democrática).
Si lo que ha documentado la prensa y la academia es cierto, perdemos soberanía cuando se viola la Constitución para amagar mayorías legislativas ilegales, cuando las propias reformas constitucionales son violadas por el mismo grupo en el poder que las promovió, cuando se aniquila la división de poderes bajo la disciplina de un solo partido, cuando se desinforma como estrategia, cuando no se negocian reformas de gran calado con la oposición, cuando las propuestas de ley no se discuten ni se corrigen sino que se avalan sin ser leídas, cuando el Poder Judicial y su reforma generan incertidumbre en vez de certeza, cuando se usan carretadas de dinero para proyectos públicos monumentales como una aerolínea o un tren sin certeza de su utilidad social, cuando los gobiernos de la federación pierden el control de estados completos de la república como el caso de Sinaloa, Tabasco y Guerrero, cuando casos descomunales de corrupción y desfalco como la Estafa Maestra o SAGALMEX quedan impunes y un larguísimo y dramático etcétera de prácticas usuales en casi todo gobierno mexicano; pero que, como decía, han ido en aumento desproporcionado en los últimos tiempos.
Si un tercio de la lista anterior fuera verdad, hoy México no es realmente soberano, pero no como resultado de las amenazas de Trump o de otros Estados; sino por la negativa sistemática del gobierno de garantizar ―ya no digamos razonablemente― sino mínimamente nuestra integridad física, nuestra salud, aunque sea en urgencias, una educación básica competente y una justicia penal efectiva. Ese desgobierno lo que me indica es que efectivamente nuestros políticos no han estado particularmente interesados en evitar la pérdida de la soberanía, sino que al contrario tienden a sacrificarla para ganar poder privado ilegítimo, mismo que usan para su beneficio personal, de sus familias y amigos.
Visto así el pánico sobre Trump no es realmente porque vayamos a perder soberanía, sino que nuestros políticos temen perder su poder ilegítimo frente a un ogro más fuerte, experimentado, calculador y perverso.
Pero ese poder no es el nuestro, el de la soberanía popular. De hecho, parece que Trump es ahora una amenaza tan grande para nuestros políticos y para nosotros mismos, precisamente porque la soberanía que ya perdimos nos permitiría formas de resistencia desde la izquierda que ya no están disponibles para nosotros, pues no dependen de un llamado, a última hora a la unidad, sino que requerirían la reconstrucción de las capacidades institucionales del Estado, es decir, para empezar, de la soberanía.
Investigador de la Estación Noroeste de Investigación y Docencia del
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la
UNAM
@KikeCamach