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Opinión

El escuchón: La gran estafa

Por: Enrique Camacho Beltrán*

El otro día en una fila escuchaba un chisme muy triste. Una chica tenía una compañera de trabajo remoto originaria de la India, que trabaja desde el Reino Unido. En la India su mamá, enferma de cáncer terminal, había agotado opciones; pero no podía llevarla al Reino Unido, por las restricciones migratorias. Ella había escuchado de una clínica alternativa en Tijuana y, sabiendo que la compañera era mexicana, le había pedido referencias. La chica estaba segura de que la clínica era una soberana estafa, ofreciendo terapias de energía y factor de transferencia. 

Aconsejar a alguien en esas circunstancias es delicado: hay que alertar, pero respetando la inteligencia y la autonomía de la persona, lo que implica a veces dejar que ella cometa el peor error de su vida. Pero lo que más me deprimió fue darme cuenta de que ese tipo de estafas no sólo victimizan a personas desesperadas, sino también a naciones enteras enojadas y desesperanzadas. 

Por ejemplo, el fin de semana en una reunión escuchaba a un grupo de jóvenes muy enojados con la derecha. Acusaban a la derecha de oponerse a los cambios en la Suprema Corte de Justicia y a la lucha en contra la corrupción (defendiendo órganos autónomos como el INAI). Se enorgullecían de estar del lado correcto de la historia y de ocupar el terreno de la estatura moral; pero en sus dogmáticas palabras parecía que ser de izquierda tenía más que ver con un asunto de fe o de pertenencia a un culto o un club de fans y no, como se entiende en la teoría política, como la realización de una agenda progresista; donde lo que progresa es el aumento del poder del pueblo y la ampliación de los derechos de las personas que lo componen, como resultado de una deliberación amplia e incluyente de ética pública. Lo que me dio un profundo desconsuelo es que esas personas parecían tener el corazón en el lugar correcto: ser empáticas, preocupadas por las causas sociales y seriamente agraviadas por la corrupción. Sentí lo que imagino que sintió la chica de la fila con su amiga de la India: esa impotencia de ver a alguien bien intencionado ser estafado, sin poder hacer mucho.

Si los jóvenes hubieran sido estafados por la desinformación, alguien de verdad de izquierda hubiera podido decirles que un partido progresista nunca es militarista porque eso deja indefenso al pueblo frente al abuso de la fuerza y del secreto de Estado; que un partido progresista hubiera priorizado la reforma de las fiscalías, porque ellas les dan voz a las víctimas del pueblo, en vez de priorizar la captura del Poder Judicial, que les da voz a los poderosos. Les hubiera indicado también, que un gobierno progresista entiende que destinar recursos públicos a obras monumentales muchas veces significa retirarlos de gasto crítico como el de salud (por ejemplo, algunos medios documentan que AMLO le quitó 157 mil millones a salud, lo que resultó en la suspensión del 97% de las atenciones a cáncer[1]) y que, por ello construir un tren, comprar una aerolínea o construir una refinería debe cumplir con altísimos estándares de utilidad social e impacto ambiental.

Seguramente cosas similares les hubieran dicho sobre la protección oficialista a presuntos violadores, la tolerancia al nepotismo, el amparo, el INAI, la afiliación de criminales y corruptos, el apoyo a la prisión preventiva oficiosa, la negación de campos de exterminio y un muy ignominioso etcétera. La lista es tan larga ya, que puede que no exista explicación conceptual posible acerca de por qué la gente cree aún que Morena es de izquierda. La izquierda sin progresismo es un concepto vacuo o incluso un oxímoron. Es como si la gente, sin ninguna razón, de pronto comenzara a llamar ‘light’ o ‘sano’ a beber refrescos y comer donas.

Lo que sí hay es una explicación política llamada gatopardismo. Se llama así a las numerosas veces en la historia (la primavera árabe, la perestroika, la transición española, la revolución mexicana, etc.) en donde un gran descontento social por fin genera un caldo de cultivo lo suficientemente denso y coordinado para generar reformas progresivas; pero en vez de eso, el movimiento es fácilmente capturado por un líder carismático y/o por una nueva élite. 

Parece que todo cambia porque algunos corruptos son desplazados de sus posiciones de poder y se construye una densa narrativa de cambio; pero en realidad nada cambia porque la élite desplazada solo es sustituida por otra aún más rapaz y autoritaria (pues teme ser desplazada a su vez por otros oportunistas). 

Una y otra vez, el pueblo queda descontento y traicionado; frecuentemente en una situación aún más precaria; pero ya desmovilizado y descoordinado, pues los engaños (la desinformación) del gatopardo dividen a la sociedad. Cada vez, los que señalan el gatopardismo son estigmatizados como conservadores y derechistas (sin serlo); y cada vez los seguidores del gatopardo se han creído los liberadores y revolucionarios (sin serlo, o cuando menos sin serlo del todo).

¿Es Morena o el Obradorismo otro caso más de gatopardismo? Juzgue la o el lector. Pero tenga en cuenta que, tristemente, tampoco se puede hacer mucho por las personas que han caído en el embrujo del gatopardo sin ofender su inteligencia y su autonomía. Todo intento de protegerlos en contra de sí mismos, que cruce la raya, será recibido con razón, de manera defensiva y hostil. No quedará nada más que seguir señalando con respeto, la gran estafa, y ver desenvolverse en el basurero de la historia aún otra vez, el perverso encanto del gatopardo y su gran estafa.

*Investigador de la Estación Noroeste de Investigación y Docencia del
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM
@KikeCamach


[1] ver https://www.animalpolitico.com/salud/amlo-quito-recursos-salud-suspende-atencion-cancer y https://www.mexicoevalua.org/amlo-le-quito-157-mil-millones-de-pesos-a-la-salud-suspendieron-97-de-las-atenciones-a-cancer/ consultados el 8 de abril del 2025.

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