Defender a la UNAM / Rolando Cordera Campos
Días de pésame y dolor, de pérdidas irreparables y de búsqueda y cultivo del recuerdo y el atesoramiento memorioso.
Se nos fue el querido y entrañable amigo Felipe Cazals, creador infatigable de imágenes y relatos de vida y muerte. Ni Jorge Fons, su entrañable amigo, lo pudo encontrar en los escondrijos de su “segunda casa” que fueron los Estudios Churubusco.
A los pocos días, otro amigo querido, respetado y estudioso profesor, ejemplar servidor público, Antonio Gazol, partió para siempre. Por su parte, el estimado y respetado Cuauhtémoc Cárdenas y sus hijos perdieron a su compañera de vida y madre, Celeste Batel, a quien vieron partir en su sencillez reconocida y admirada. Días de guardar, diría Carlos Monsiváis.
Nos urge encontrar señales de aliento y esperanza, tratar de afinar la mirada y dar luz sobre la penumbra espesa que nos impuso la pandemia y la caída económica. Hacerlo desde la cotidianidad de nuestras universidades públicas nutridas del bullicio de sus aulas y pasillos, sus múltiples y plurales seminarios, sus actividades culturales y científicas no será fácil, porque a la que debería ser ancha avenida de rencuentros amistosos con los miles de estudiantes, con los camaradas y colegas, el Presidente y su gobierno ofrecen una perspectiva de grosera simplificación, generalizaciones absurdas, insostenibles. Impresentables en cualquier aula o coloquio.
Decir que la UNAM “se volvió” individualista y fue sometida por el neoliberalismo, descalifica a quien emite tan grosero e insensato juicio. A quienes lo celebran y comparten.
Buscar revivir guerras florales, disfrazadas de campañas de limpieza ideológica, no puede sino aterrizar en corrosivos desplantes de dogmatismo, cultivo cerril del peor de los encierros. Rechazar la universalidad de la cultura y la ciencia, ámbitos ajenos de etiquetas absurdas, es denostar nuestra pertenencia inequívoca a los nuevos mundos de la globalidad y sus crisis, es miopía política.
Si las jornadas de estudio y reflexión que nos esperan para redefinir nuestras misiones y proyectos en pos de un nuevo y renovador desarrollo se anuncian difíciles, porque así lo manda la incertidumbre y lo aconseja la experiencia, más duras lo serán si el poder público se empecina en regodearse en su miopía política y quiere convertir su astigmatismo intelectual en virtud teologal de una supuesta política transformadora. Si lo que ofrece Morena es resignación en vez de convocatorias a diálogos abiertos y plurales, pedagogía democrática que ha procurado siempre y defiende nuestra casa de estudios, leamos a la UNAM:
“En la Universidad se privilegia siempre la libertad de cátedra, una de nuestras mayores fortalezas, para formar ciudadanos íntegros, de pensamiento independiente, sin ideologías impuestas y comprometidos con la búsqueda de un país más justo, libre y con menor desigualdad” (tweet 22/11/21).
Cuánta razón les asiste a mis amigos y compañeros del Instituto de Estudios para la Transición Democrática, a cuyas firmas desde aquí sumo la mía, cuando nos convocan a defender la Universidad Nacional ¡del poder público!, como en el 66 y el 68, nada menos.
No lo merecemos, no lo merece el país ciudadano que en 2018 votó por otra alternancia, una que portaba banderas de justicia social y ampliación de nuestra difícil democracia. Eso no debe desperdiciarse, menos echarse por la borda.