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Opinión

De recesiones y cambio climático: la séptima

Por: José Antonio Rojas Nieto

No es ocioso insistir. Tan importante o más que la transición energética hacia fuentes limpias –si de elegir se tratara– es la transición económica hacia formas justas de desarrollo, capaces de abatir emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y desigualdad de ingresos y riqueza.

¿Así debiéramos formular ambas desideratas? ¿No será esta misma formulación objeto del debate para orientar adecuadamente –si es lo que se pretende– las grandes líneas de cambio y mejoramiento económico, social y ambiental? ¿Y las políticas públicas esenciales y estratégicas?

Veamos algunos datos recientes del último Reporte anual de desigualdad 2022, con datos nacionales y mundiales de 2021. Sí, de los expertos del Laboratorio Mundial de Desigualdad. Ofrece diversos indicadores: ingreso, riqueza, género y emisiones de GEI, entre otros. Veamos hoy los dos primeros.

A decir de sus técnicos, la estimación de desigualdad de ingreso utiliza la distribución del ingreso nacional antes de impuestos entre los adultos (dividida en partes iguales) y suma todos los ingresos personales antes de impuestos que se acumulan para los propietarios del trabajo y los del capital. Incluye las prestaciones de seguridad social, sin las contribuciones correspondientes, pero excluye otras formas de redistribución como impuesto sobre la renta, asistencia social y otros beneficios.

La estimación de desigualdad de riqueza utiliza la distribución de la riqueza neta de los hogares entre los adultos (también dividida en partes iguales) y considera el patrimonio familiar neto como la suma de activos financieros (acciones, bonos, derivados financieros entre otros) y activos no financieros (viviendas, terrenos, equipos, vehículos, entre otros) de propiedad de las personas, pero netas de sus deudas (World Inequality Report 2022, Technical Notes for Figures and Tables, Felix Bajard, Lucas Chancel, Rowaida Moshrif, December 15, 2021). En todos los casos se realizan estimaciones con la Paridad del Poder Adquisitivo (PPA), es decir, el tipo de cambio que iguala el precio de una canasta de bienes y servicios “idénticos”, comercializados en los países. Esta PPA permite considerar diferencias en los costos de vida y realizar comparaciones más precisas sobre los niveles de ingreso. Esta metodología conduce a descubrir que el 10 por ciento más rico del mundo concentra poco más de la mitad del ingreso (52 por ciento) y tres cuartas partes (76 por ciento) de la riqueza.

En México –por cierto, y con la misma metodología– el 10 por ciento más rico concentra 57 por ciento del ingreso y 79 por ciento de la riqueza. Las estimaciones de ingresos y riqueza del 50 por ciento más pobre son las siguientes. En el mundo, las participaciones son, de 9 por ciento en ingresos y no más de 2 por ciento en riqueza, y en México –admirémonos– ese 50 por ciento más pobre también concentra 9 por ciento del ingreso, pero no sólo no tiene nada de riqueza, sino que debe los pocos activos de que dispone (-0.2 por ciento) Pero, sorprendamonos –por decir lo menos– en el caso del uno por ciento más rico. En el mundo concentra 19 por ciento del ingreso y 40 por ciento de la riqueza. En México, 26 por ciento del ingreso y prácticamente la mitad de la riqueza (47 por ciento).

Una evaluación cuidadosa de las políticas públicas de los últimos cuatro, 10 o 20 o más años exigiría reconsiderar sus resultados frente a estos y otras estimaciones pertinentes, tanto de ingreso como de riqueza.

Asimismo, las terribles desigualdades de género y de emisiones de gases de efecto invernadero y su origen. Lo veremos. De veras.

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