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Opinión

Casa de cultura José Emilio y Cristina Pacheco

Por: Carlos Martínez García

Es un deseo que, para nuestra fortuna, debería hacerse realidad. El sueño lo han expresado las hijas de José Emilio y Cristina Pacheco, Laura Emilia y Cecilia, quienes anhelan que la casa de sus progenitores en la colonia Condesa sea un recinto en el que se preserve la inmensa biblioteca conjuntada por ambos escritores. Más que casa sería un hogar que generosamente recibiría visitantes.

Por lo que ha trascendido ninguna institución cultural de la Ciudad de México, o federal, ha tomado la iniciativa para hacer de la casa del matrimonio Pacheco-Romo un centro cultural abierto al público. Ya se tardaron. El proyecto tendría que ser tomado con entusiasmo y así rendir permanente homenaje a dos autores fundamentales de la literatura mexicana. Otra posibilidad es que la UNAM respalde plenamente a las hijas de quienes se conocieron precisamente en Ciudad Universitaria. Lo recordó Cristina en 2016, al participar en la cátedra instaurada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia en honor del autor de Los rituales del caos: “Carlos Monsiváis siempre estará unido a mi vida y a la de José Emilio Pacheco, porque fue él quien nos presentó”.

Cristina y José Emilio Pacheco fueron, a la par de magníficos escritores, ejemplares lectores. Por esto los dos difundían incansablemente el hábito de la lectura. Para continuar con semejante actividad difusora, en la hipotética casa de cultura en que podría convertirse el hogar que habitaron, tendrían que abrirse múltiples círculos de lectura. Escribir con la calidad que ella y él lo hacían es asequible a muy pocos, en cambio leer es un horizonte generosamente abierto a quien desee incursionar en la aventura de mirarse en otros mediante los espejos que son los libros.

Con su maestría habitual José Emilio describió algunas características del binomio escritura/lectura: “Al escribir estamos solos como frente a la muerte, pero la lectura es una forma suprema de compañía y libertad. Quien escribe se deja ir para llegar a un ámbito y a un tiempo que ignora y no conocerá nunca; se abandona para ser recobrado. Al leer, por un instante soy el otro o la otra que me habla desde el fondo de sí y de mí con sus palabras pero con mi voz. Su pasado se vuelve parte de mi experiencia, viajo adonde no estuve ni estaré, veo lo que no vi, conozco lo que ignoraba, pienso en lo que nunca había pensado”.

Con su incansable bregar cultural José Emilio y Cristina Pacheco abrieron caminos para reivindicar legados marginados, si no es que abiertamente ninguneados, por algunos sectores de nuestro establishment intelectual. Él, por ejemplo, en el brillante discurso de ingreso a El Colegio Nacional (10 de julio de 1986), titulado A 150 años de la Academia de Letrán, trazó con erudición la heroica labor de quienes, a partir de José Joaquín Fernández de Lizardi, y especialmente los académicos letranenses, construyeron en condiciones muy adversas la tradición literaria mexicana. Ella puso en el centro de su labor periodística, televisiva y escrita, a personas de los llamados sectores populares, particularmente de la capital mexicana.

Si las instituciones culturales del país, por ignorancia y desinterés, no se movilizan ya para iniciar el proyecto que resguarde la riqueza bibliográfica de Cristina y José Emilio Pacheco, seguramente van a llegar ofertas de varias universidades estadunidenses para llevarse el tesoro libresco. Puede suceder lo que con otra parte del acervo del escritor. En 2018 la Universidad de Princeton adquirió materiales como “cuadernos manuscritos, notas varias y otra información relacionada con su proceso creativo, además de sus diarios y agendas, borradores, extractos, adiciones y versiones finales de su poesía, cuentos, guiones, ensayos, artículos y traducciones”. Los legajos contienen correspondencia, fotografías, folletos y otros materiales valiosos (https://acortar.link/6jbX1P).

Posiblemente en lo adquirido por la Universidad de Princeton estén las cartas que copiosamente se escribían Cristina y José Emilio Pacheco. Si la correspondencia entre ellos sigue en México, lo debido es que sea resguardada físicamente en el que fue su hogar, y digitalizada por centros de investigaciones literarias como los existentes en la UNAM y El Colegio de México.

¿Y dónde van a quedar los muchos cuadernos manuscritos de la autora de la sección que por 37 años publicó en La Jornada? El nombre se lo sugirió su compañero de vida, “José Emilio me dijo: ‘Mira, la Biblia es un mar de historias, por qué no tomas esa frase y comienzas a escribir sin límites, ni fecha de caducidad. Y por nada del mundo dejes de hacerlo’”. Ella cumplió la encomienda a cabalidad con su Mar de Historias.

La oportunidad de salvaguardar la herencia cultural de Cristina y José Emilio Pacheco no debe ser desperdiciada, ni que pase a engrosar el catálogo de los patrimonios perdidos por la negligencia de funcionarios incapaces de comprender el valor de lo atesorado por ella y él.

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