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Opinión

Astillero | Claudia, primera vez descolocada

Por: Julio Hernández López

La preeminencia sostenida de Claudia Sheinbaum en la contienda interna de Morena por la candidatura presidencial de 2024 fue subvertida por Marcelo Ebrard, particularmente en cuanto a la exigencia de que renunciaran a sus cargos los cuatro aspirantes oficiales, a lo que originalmente se había opuesto la mencionada jefa de Gobierno capitalino.

La obligación impuesta por el Consejo Nacional, al dar un plazo de pocos días para tales renuncias, significó un tropezón para la científica que de pronto perdió la apariencia de estar en sintonía perfecta con los movimientos y decisiones de Palacio Nacional y quedó expuesta por primera vez en momentos claves a la especulación respecto de la posibilidad de que su jefe y principal promotor no la sostuviese como favorita hasta el final. ¿Marcelo sabía más que Claudia de la inminente determinación de pedir renuncias, anunciada en la famosa cena de la élite morenista con el Presidente el lunes siguiente a la victoria de Delfina Gómez en el estado de México?

Por lo pronto, Sheinbaum aprovechará los últimos días hábiles para tratar de recomponer su aparente delantera: dejará la gubernatura capitalina el viernes, pero el jueves encabezará un acto masivo de despedida en el Monumento a la Revolución. En estricto sentido jurídico y político, no tendría por qué renunciar de manera anticipada, pues fue electa en votación directa para cumplir una representación que sólo debería abandonar por una causa plenamente justificada y no por avatares electorales.

Ni ella, ni los senadores Ricardo Monreal y Manuel Velasco y el diputado Gerardo Fernández Noroña están en la misma condición de Marcelo Ebrard y Adán Augusto López Hernández, que no fueron electos más que por el Presidente de la República, quien tiene la facultad constitucional de nombrarlos y removerlos con entera libertad. Pero, en el Consejo Nacional que formalizó lo dicho en la mencionada cena decisoria, ninguno de los representantes populares electos democráticamente pudo ir en contra de los requisitos fijados por el alto mando en el restaurante El Mayor, en la parte alta de la librería Porrúa del Centro Histórico de la capital del país.

Aun cuando no fue la única usuaria y beneficiaria del cargo y sus posibilidades de acomodar recursos para fines de proselitismo (Adán lo hizo, también Marcelo; en menor medida, Monreal, incluso con libros comprados a sí mismo para regalos promocionales; Fernández Noroña podría ser la excepción), la jefa de Gobierno capitalino fue impactada especialmente por el argumento triunfante de las renuncias como muestra de “piso parejo”, pues su caso fue de una evidencia palmaria, con giras constantes a otras ciudades a pesar de los graves problemas de la urbe chilanga (marcadamente en el Metro) e incluso de las derrotas electorales sufridas en 2021 y con una muy difundida cargada de buena parte de la clase política morenista a su favor.

Ebrard, por su parte, presumió su buena relación con el presidente López Obrador al dar cuenta de la plática postrera como secretario de Relaciones Exteriores. Prometió ser “carnal” político del tabasqueño en toda circunstancia, se enfundó en una camiseta de campaña con su imagen caricaturizada y una frase de sonrisas y bienestar prometido. Y comenzó abiertamente su campaña con el respaldo de la prensa convencional que anhela rupturas en el morenismo y la expectativa de los opositores al obradorismo que no tendrían mejor candidato que el ahora ex canciller.

Y, mientras López Obrador ha llamado a los opositores a defender un proyecto, “un ideal, una doctrina”, aunque fuese conservadora, y a sus miembros a que dejen de perseguir el “poder por el poder”, además de ironizar nuevamente acerca de que también utilicen el método de la encuesta para elegir a su propia corcholata, sin que se sientan obligados a pagarle derechos de autor, ¡hasta mañana!


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