AIFA: punto de inflexión / Editorial La Jornada
Se inaugura hoy el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) en Santa Lucía, Zumpango, Estado de México, el primero de los grandes proyectos del actual sexenio que es llevado a término, y un hito en la historia del transporte aéreo del país y en otros ámbitos. En la obra se ha puesto a prueba, con éxito, una nueva manera de hacer las cosas.
Sería improcedente hablar de la nueva terminal aérea sin recordar que representa un programa y un espíritu de gobierno contrapuesto al que imperó en los anteriores seis sexenios y que significó una amplia victoria social y política sobre el empeño neoliberal de edificar un aeropuerto en Texcoco. El primer intento en ese sentido provocó una insurgencia social entre los pueblos de esa zona lacustre, especialmente de los comuneros de San Salvador Atenco, en fecha tan temprana como 2002, es decir, prácticamente desde que el gobierno de Vicente Fox anunció el proyecto. Tras una feroz represión federal y estatal, en 2006, la idea de construir el nuevo aeropuerto en Texcoco fue abandonada durante ocho años, hasta que Enrique Peña Nieto decidió retomarla en 2014. Las resistencias se reanudaron de inmediato, ya no tanto como luchas en defensa de las tierras campesinas, sino con razones ambientales y con un argumento de sentido común: edificar una terminal aérea en un lago era un disparate, un proceso carísimo e interminable y un desperdicio de infraestructura ya existente, toda vez que obligaría al cierre del aeropuerto actual (AICM) y de la base aérea militar de Santa Lucía.
Días después de que su antecesor en la Presidencia informó del proyecto, llamado Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM), el entonces opositor Andrés Manuel López Obrador presentó un plan alterno para construir un aeropuerto civil en los terrenos de la base de Santa Lucía, en suelos mucho más firmes que los de Texcoco y con las ventajas de que podría funcionar en forma simultánea con el AICM y el aeropuerto de Toluca, además de que se preservaría una pista y un área de instalaciones para la permanencia del aeródromo militar.
Esta propuesta alternativa fue uno de los ejes de campaña del actual mandatario, es decir, forma parte de un programa de gobierno que fue ampliamente aprobado por la ciudadanía en julio de 2018.
Ya en su calidad de presidente electo, López Obrador promovió una consulta popular no vinculante para optar entre continuar con los trabajos del NAICM o abandonarlos y situar la nueva terminal aeroportuaria en Zumpango. La segunda ganó por amplio margen. Sin embargo, y aunque los trabajos en Texcoco fueron suspendidos desde el 1º de diciembre de ese año, sectores empresariales de la oposición se empeñaron en impedir el inicio de las obras en Santa Lucía, y durante un semestre lograron retrasarlas por medio de un alud de amparos. No fue sino hasta la segunda mitad de 2019 que los trabajos pudieron arrancar.
Hoy, tras un proceso constructivo de sólo dos años y medio, debe reconocerse que el AIFA representa maneras novedosas de emprender las grandes obras públicas: se realizó en el tiempo estimado, dentro de los márgenes presupuestales iniciales, bajo la planificación, dirección y ejecución de mandos militares y, a lo que ha podido verse, con una sorprendente calidad. De esta manera, la llamada Cuarta Transformación ha logrado pasar una crucial prueba de fuego política, administrativa y hasta ideológica, derrotando prácticamente todos los argumentos que desplegaron las oposiciones políticas, empresariales y mediáticas.
La nueva terminal aérea no sólo permitirá descongestionar el AICM, también coadyuvará en el desarrollo de zonas del estado de México que padecen marginación, pobreza y pobreza extrema, delincuencia y otros fenómenos de deterioro social. Por añadidura, en Santa Lucía se han introducido importantes servicios culturales y comerciales e instalaciones para el personal militar y los trabajadores civiles del aeropuerto.
Hasta ahora, la única crítica que puede hacerse al proyecto es el retraso en las vialidades de conectividad entre la urbe y la terminal aérea, lo que implica tiempos de traslado más largos de lo deseable, tanto para los sistemas de transporte colectivo que deben empezar a funcionar hoy como para los traslados en automóvil particular. Cabe esperar, por el bien del proyecto y la comodidad de los usuarios, que tanto el gobierno federal como el estatal impriman un impulso a las obras faltantes. Por lo demás, la inauguración del AIFA es motivo de congratulación por todo lo que significa para el país.