La novela como testamento
A caballo entre las memorias y la autobiografía noveladas, en cada capítulo de Los que no, el Autor o el Narrador o los Dos relata las historias de sus amigos de generación: Jaime Alazraki (de origen askenazi); Ramón López Velarde (homónimo y homólogo del poeta zacatecano); Maurice Perderaux (¿perdedor?); Juan Adder (“Juan Nada”) y Tony Bobadilla; jóvenes promesas en el mundo de la empresa, la filosofía, la poesía, la literatura y la música, respectivamente, cuya particularidad es que todos se malograron debido a la enfermedad, el suicidio, la indolencia o la negligencia, lo que los lleva a pertenecer al bando “de los que no cumplieron con lo que parecían prometer. Los que no llegaron a la meta. Los que no”. A la par, el Autor o el Narrador o los Dos cuenta de manera oblicua su vida desde sus años de secundaria hasta la vejez, incluyendo los de formación en la adolescencia roquera, mariguana y psicodélica en la época del ’68, y en la juventud universitaria de futuro artista a principios de los setenta, y su proceso de convertirse, primero, en diplomático en París y Nicaragua, y luego en editor y escritor.
Mediante el recurso de un libro dentro de un libro, Álvaro Uribe apela a un estilo de narración que deja ver sin pudores que la novela puede ser el resultado de la escritura de sus recuerdos o bien el producto de su invención, o una complementación de ambos. Esta manera de crear y recrear historias basadas en la propia vida devela las estrategias literarias y las habilidades escriturales del Autor o el Narrador o los Dos para contar, con maestría, lo que quiere, como quiere y en el momento que quiere. Sin embargo, la revelación de todas (o casi todas) las tácticas literarias y de los recursos que utiliza no es más que una argucia para disfrazar de ficción la realidad. Este es un procedimiento aparentemente arbitrario que contribuye a darle unidad a la estructura de la novela y que, en su escondida complejidad, salva los obstáculos de escribir de manera independiente seis historias de vida paralelas que, en su conjunto, representan a una generación.
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Al convertir fragmentos de hechos reales en literatura, Uribe realiza con efectividad el placer de escribir y provoca, a su vez, el placer de la lectura, de perseguir con interés el rumbo de la historia de sus personajes de una manera ágil y amena en la que el humor no está exento incluso hasta en los momentos más difíciles.
Al final del libro, cuando el Autor o el Narrador o los Dos se ve a sí mismo como “el cronista póstumo” de su grupo de coetáneos, su vida y la narración dan un giro que lo acercan peligrosamente a la agrupación de “los que no”. Tomando como criterio de inclusión al clan de “los que sí” la sobrevivencia y el proverbio musulmán atribuido a Mujammad, Mensajero del Islam (retomado después por José Martí) –que dice que toda persona, para sentirse autorrealizada, debe tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro–, describe la adaptación que hace de dicho adagio a su situación vital, con la esperanza de excluirse del gremio mayoritario de “los que no” e incluirse en “la cofradía muy minoritaria de los que sí encontraron lo que buscaban. Los que sí pudieron. Los que sí”, demostrando con ello que, finalmente, la pertenencia a uno u otro bando es algo totalmente subjetivo.
De una primera lectura de la novela el año pasado, sobresalía la suposición de la escritura de este libro como el testamento literario de Álvaro Uribe; una segunda lectura, y la reciente y lamentable muerte del escritor parecen confirmar la hipótesis. Como decía Carlos Fuentes: “Escribimos para dejar un testimonio de nuestra vida. Todos tenemos algo que decir después de nuestra muerte.”
Los que no, ¿autobiografía o fantasía? Más bien, ficción autobiográfica. Sin embargo, por encima de las etiquetas, lo que importa es que en este libro Álvaro Uribe novela la propia vida dándole a su experiencia íntima un cariz universal, y eso es lo verdaderamente valioso porque, a fin de cuentas, de eso se trata la buena literatura.