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Cultura

Julio Verne, autor clásico de la modernidad

Por: Elizabeth Villa

Feria del Libro Tijuana, 7 de julio del 2023

Yo conocí a Julio Verne en mi infancia, en las ediciones de clásicos juveniles que la editorial Bruguera lanzó al mercado de lectores en la década de 1970. Se trataba de una colección de novelas, en su mayoría del siglo XIX, que combinaban la narración de una historia con gráficos, al estilo de los cómics norteamericanos. Cada dos o tres páginas de texto, aparecían imágenes que sintetizaban las escenas más impactantes del relato. La estrategia era afortunada, porque las adaptaciones eran cortas y las imágenes efectivas, lo cual hacía que la experiencia fuera entretenida, y nos permitió conocer lo sustancial de las tramas.

Para los nostálgicos lectores de mi edad, la colección de clásicos juveniles de Bruguera sigue representando uno de los acervos más remotos de lo que ahora entendemos como canon literario universal o canon literario moderno, para ser más exactos.

Bruguera adaptó para los niños y adolescentes de la generación X a escritores como Julio Verne, Mark Twain, Charles Dickens, Washington Irving, Robert Louis Stevenson, Jack London, Lewis Wallace, Harriet Beecher Stowe, Louisa May Alcott y otros más. Autores de la entonces muy joven tradición novelística inglesa, francesa y norteamericana del siglo XIX, que para entonces tendría apenas cien años.

A ese tipo de colecciones le debemos, los ahora lectores del siglo pasado, el considerar clásicos a quienes fundaron los cimientos de la novela, el género que representa a la modernidad.

Y es que, aunque nos parezca cercano y se escuche contradictorio, Julio Verne es un autor tanto moderno como clásico. Moderno, por el espíritu de entusiasmo y optimismo que depositó en las capacidades del ser humano, y clásico por pertenecer a ese periodo de intensa producción y consumo de la novela, 1860-1910, en que se definió a esta como el género literario que se mantuvo dominante durante el siglo XX.

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Como la gran mayoría de las novelas de su época, las obras de Julio Verne se estructuraron episódicamente; esto es, que el seguimiento de la trama se segmentaba en capítulos que requerían una alta dosis de intriga, a fin de lograr que los lectores se mantuvieran atentos y a la expectativa de seguir el relato. Esa estructura, episódico-capitular, es una herencia que se afianzó durante poco más de cien años y que le fue dando forma a la novelística, que después se trasladó al formato audiovisual, configurando, para el gusto popular, las series streaming. En nuestros días, la novela contemporánea es irreverente respecto a la trama episódica, pues se permite divagar filosófica o poéticamente, sin construir acción; es más: ni siquiera atiende al compromiso clásico de revelar una verdad.También te puede interesar:

Estas y otras transformaciones, nos confirman que la novela clásica del siglo XIX es un artefacto anacrónico respecto a las novedosas formas que ha adoptado el género. No obstante que, en la actualidad, una novela de Julio Verne, como Cinco semanas en globo, resultaría monótona para lectores que se han educado en una gran variabilidad de técnicas, su tabla de salvación es la capacidad de invención y el rampante optimismo con que fueron creadas. Aunque las formas literarias le hayan dejado atrás, Julio Verne es un autor que mantiene vigente el estatus del arte en su vertiente imaginativa, que es a menudo el gran salvavidas para épocas marcadas por profundas crisis sociales.

Verne pudo conservarse como un autor que bisagra a dos siglos por prefigurar los alcances de que la ciencia fue capaz en sus tiempos.

En otra de sus novelas, La vuelta al mundo en ochenta días, el viaje de Phileas Fogg fue posible porque las comunicaciones tradicionales y tecnológicas ya lo permitían: en ferrocarril, buque, barco, elefante y trineo.

Así como la fiesta fue el pivote estructural de las novelas hispanoamericanas del siglo XIX, para Julio Verne la narrativa siempre se montó sobre el viaje de descubrimiento. En el escritor, no fue tan importante la indagación acerca de las costumbres y tradiciones de los pueblos, sino la posibilidad de llegar a ellos, observarlos y después marcar un record que le otorgase reconocimiento social al viajero. La de Verne es la actitud del emprendedor, y no la del antropólogo, carácter que se exalta mediante la fabulación del espíritu conquistador mientras coloca su bandera en el pico más alto o más bajo o más desierto o más profundo del planeta.

Y ese anhelo antiquísimo por conocer todos los rincones del orbe fue acelerado con la tecnología que trajo la modernidad. Porque viajar, siempre ha sido una actividad humana, pero el alcance y la velocidad son conquistas del hombre moderno.

Un viaje en submarino o la exploración de la superficie lunar, fueron acontecimientos que marcaron hitos en el siglo XX y que significaron la conquista de las utopías imaginativas de escritores como Verne. De esta materialización de las fantasías se puede construir una nueva narrativa que da cuenta del progreso tecnológico humano y que desborda los límites de la ficción. A esta le llamamos Historia y como discurso tiene la posibilidad de integrar tanto las especulaciones como las realidades sociales, a fin de mostrarnos todo lo que configura a una época.

La obra de Julio Verne logra enlazar las promesas utópicas del XIX con las conquistas tecnológicas del siglo XX gracias a su papel en la construcción de la narrativa histórica del progreso. Verne fue un escritor, pero también un agente social que usó la escritura de ficción para dar cuenta de las ambiciones que se fomentaron en los cenáculos de las sociedades científicas de su siglo. Estos caballeros burgueses, que pusieron al mismo nivel de la discusión el tema el espiritismo y la electricidad, nos proporcionaron la terminología, las argumentaciones y las teorías para construir el imaginario de un futuro posible.

Como ocurre con otros grandes de su tiempo, la obra de Verne ha quedado atrapada en la vertiente de cientificismo optimista de su primera época. Y es que después de las dos grandes guerras mundiales y de la devastación ecológica provocada por el uso de la energía nuclear, la muerte de algunas especies marinas, es difícil que consideremos a la ciencia como la gran respuesta a los problemas que aquejan a la humanidad.

Las explicaciones de las causas últimas han virado ahora hacia la demografía, la desigualdad que produjo el capitalismo social y las condiciones de subdesarrollo de los pueblos colonizados. Esto ha transformado la manera en que vemos el mundo y las expectativas que tenemos de la literatura. En la actualidad, nuestras novelas se parecen más a El señor de las moscas, de William Golding que a Dos años de vacaciones, de Julio Verne.

La indagación se ha volcado sobre la conciencia del ser, sobre sus ocultos deseos y sobre las consecuencias de elegir el poder en lugar de la aceptación plena.

¿Qué lugar ocupa entonces un escritor como el que ahora recordamos en este homenaje?

Sin dudarlo, Julio Verne representa a esa tradición que ha construido la modernización de la literatura en un proceso que lleva casi doscientos años. Su lugar está resguardado por la convicción de que el arte imaginativo es un almacén de reserva para la construcción de mundos posibles. Mundos mejores. Mundos al fin ficticios. Mundos literarios.

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