Opinión

China en América Latina: ¿cooperación estratégica o nueva dependencia?

Por: Dr. Cuauhtémoc Calderón Villarreal | Voces de El Colef

El avance de China en América Latina y el Caribe (ALC) ha sido vertiginoso. En apenas dos  décadas, el gigante asiático ha pasado de tener una presencia económica marginal a  convertirse en uno de los principales socios comerciales, fuentes de financiamiento e  inversionistas de la región. Sin embargo, detrás del discurso de cooperación y desarrollo mutuo, se perfila un modelo de inserción internacional que profundiza los vínculos de  subordinación, acentúa las asimetrías estructurales y amenaza con consolidar un nuevo ciclo  de dependencia económica.

Lejos de promover una transformación productiva, el comercio entre ALC y China ha  reforzado una división internacional del trabajo típicamente centro-periferia. Mientras los  países latinoamericanos exportan productos primarios —soya, cobre, petróleo, hierro—,  China inunda la región con bienes manufacturados, equipos tecnológicos e insumos  industriales. Esta complementariedad, que a primera vista podría parecer ventajosa, es en  realidad el reflejo de un patrón desigual que reproduce la especialización extractiva de la  región, limitando sus capacidades de industrialización y exponiéndola al deterioro  sistemático de los términos del intercambio.

El plan “1+3+6”, presentado por Xi Jinping en 2014, formaliza esta estrategia de influencia.  Bajo la retórica de cooperación Sur-Sur, China ha comprometido cientos de miles de millones  de dólares en inversión e infraestructura, pero siempre bajo condiciones que garantizan el  acceso privilegiado a recursos naturales y mercados cautivos. A través del foro China

CELAC y otros instrumentos multilaterales, Beijing ha logrado legitimar su presencia,  mientras establece relaciones bilaterales asimétricas con gobiernos débiles y fiscalmente urgidos de financiamiento.

Las cifras impresionan, pero inquietan. Entre 2005 y 2023, los bancos chinos han  comprometido más de 100 mil millones de dólares en préstamos a la región. Sin embargo,  estos flujos se han concentrado en sectores extractivos y de infraestructura, y han sido dirigidos principalmente hacia países con acceso limitado a otras fuentes de crédito, como  Venezuela, Ecuador o Argentina. Lejos de ser una alternativa solidaria, el financiamiento  chino responde a una lógica de intereses geopolíticos y comerciales, sin exigencias de  transparencia, rendición de cuentas ni sostenibilidad ambiental.

Además, las inversiones chinas han sido impulsadas por empresas estatales (State-Owned  Enterprises- SOEs), bajo el control del Partido Comunista Chino, lo que cuestiona seriamente  la independencia económica de los países receptores. En lugar de fomentar el desarrollo de  cadenas de valor locales o promover transferencia tecnológica genuina, muchas de estas inversiones replican esquemas de enclave, con bajo impacto en el empleo calificado y escasa  integración productiva. América Latina, una vez más, queda relegada al papel de proveedora  de insumos brutos para alimentar el crecimiento de un centro industrial externo.

Peor aún, esta expansión se produce en un contexto de repliegue de Estados Unidos y de  desarticulación regional. China ha sabido aprovechar el vacío estratégico dejado por  Washington, penetrando en países con gobiernos vulnerables o enfrentados a Occidente.  Aunque algunos actores políticos latinoamericanos celebran esta supuesta “emancipación”,  la realidad es que se ha sustituido una dependencia histórica por otra, más opaca, más  agresiva y con menor sensibilidad a los derechos sociales, laborales y ambientales.

Las consecuencias son evidentes: reprimarización productiva, concentración exportadora,  pérdida de autonomía tecnológica y creciente vulnerabilidad externa. La ilusión de un  desarrollo impulsado por la demanda china ha terminado por consolidar un modelo extractivo  sin horizonte transformador.

La inserción periférica en el esquema económico global chino no ha generado industrialización, ni innovación, ni equidad. Por el contrario, ha exacerbado  las fragilidades estructurales de las economías latinoamericanas.

En definitiva, la presencia china en América Latina debe ser evaluada con mayor cautela. No  se trata de rechazar la cooperación internacional, sino de entender que ningún actor global  actúa por altruismo. Frente al avance de un nuevo patrón de especialización e integración  comercial, los países latinoamericanos necesitan redefinir sus estrategias de desarrollo desde  una perspectiva autónoma, industrializadora, manteniendo su soberanía nacional. De lo  contrario, corren el riesgo de repetir la historia, manteniendo un patrón de dependencia.

El Colegio de la Frontera Norte
calderon@colef.mx

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