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Baja California

Tijuana, el ritual fronterizo incesante entre los claroscuros del desarrollo y la violencia

Por: Mireya Cuéllar

Tijuana, 12 de julio.- Ellos y nosotros le llamamos The Borderland/La Zona Fronteriza, es una franja de poco más de un kilómetro de ancho y todavía más pequeña a lo largo: por ella 70 mil vehículos cruzan al norte cada mañana a través de unos 30 carriles de la garita de San Ysidro. Su dinámica marca la vida de Tijuana, que este 11 de julio cumplió 134 años -el municipio más poblado del país-, forcejeando con la violencia, la gentrificación, la migración y su fama de “coqueta”.

Estudiantes, trabajadores, viajeros de ocasión, abarrotan los carriles de una vialidad que te lleva directo a la Interestatal 5, el punto donde comienza su recorrido de casi 2 mil 250 kilómetros, una vialidad que cruza California y llega hasta la frontera con Canadá.

Pero también están los que cruzan “a pie”, algunos en el mismo puerto de entrada de San Ysidro, a un lado de los vehículos, en el “centro de procesamiento” que los vecinos llaman PedEast. Por ahí y el PedWest -El Chaparral -, a unos metros, cruzan caminando unas 20 mil personas diariamente.

El ritual fronterizo está muy bien descrito en El Tercer País, un libro sobre la historia y el funcionamiento de la región Tijuana-San Diego: “A lo largo de la acera que conduce a PedEast, esperan miles de personas; padres guiando a sus hijos, turistas arrastrando las maletas, estudiantes cargando mochilas con libros, ancianos cansados apoyándose en el barandal, empresarios impacientes” y también trabajadores agrícolas que van al aeropuerto de San Diego desde donde volarán a estados lejanos para cosechar champiñones, espárragos… ordeñar vacas.

En una esquina de 2 naciones: la Tía Juana y San Diego

Michael S. Malone en El Tercer País o historiadores como Elizabeth Villa, desde Tijuana, han hecho trabajos sobre cómo interactúan dos ciudades alejadas de los centros de poder, Washington DC y la Ciudad de México, en una esquina de dos naciones. Aunque San Diego tuvo un gran desarrollo desde el siglo XIX, cuando Tijuana era apenas un rancho -de La Tía Juana-, el aislamiento y las prohibiciones estadunidenses las unieron.

Para quienes viajan del centro del país a Tijuana, es una novedad enterarse que hasta los años 80 del siglo XX aquí no se conocían los pesos. El dólar era la moneda corriente, y como parte de esa tradición todavía hoy las rentas y la compra de departamentos o casas se pagan en dólares. En eso la tradición se impone sobre la ley.  

Desde la joven ciudad, los más afortunados usuarios del cruce usan la Secure Electronic Network, la famosa tarjeta Sentri (red electrónica segura para la inspección rápida de viajeros), que les evita las largas horas de fila –pueden ser hasta ocho en el peor de los casos… una y media a tres en promedio- por un carril que casi nunca se detiene.

Ese mismo horizonte, que se mira desde los edificios y puentes altos, hace que la ciudad reciba miles de migrantes en cíclicas oleadas que obligan al sistema educativo a prepararse para recibir niños de más de 70 países; o más recientemente a implementar programas piloto para que familias con hijos adolescentes que se mudaron a vivir a Tijuana puedan seguir clases en línea dictadas desde California.

Los muertos de todos los días; no merece la fama que tiene

“Tijuana no merece la fama que tiene. Tijuana es mucho más”, dijo la alcaldesa que duerme en un cuartel militar, Monserrat Caballero Ramírez , durante la celebración de su 134 aniversario. Y sí, ahí están los 20 mil puestos vacantes en la industria maquiladora, que han amortiguado el impacto del flujo migratorio; el “turismo de salud” -de cirugías estéticas-, una industria que según el dato oficial genera mil 300 millones de dólares anuales; el auge del sector inmobiliario, entre otros.

También están los muertos de todos los días, el alto consumo de drogas, sus famosos table dance… “Tijuana tiene una arraigada reputación de satisfacer el deseo yanqui de pecado y vicio, pero la mayoría de sus famosas instituciones ilícitas fueron propiedad, diseñadas e incluso dirigidas por ciudadanos estadounidenses… históricamente ha ayudado a mantener la fachada de pura de San Diego al cargar y ocultar muchos de los pecados de su vecino del norte”, dice Malone.

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