Nombrar pandemia, atestiguar pandemia: Entrevistas a creadores de Baja California
“El encierro, paradójicamente, desveló lo que desde hace muchísimo tiempo hemos gritado: gran parte de las violencias ocurren dentro de las familias.”
Arcelia Pazos
1. ¿Qué sucedía en tu vida cuando llegó la pandemia?
Estaba semidesempleada y trabajando en publicidad para restaurantes. Recientemente había renunciado a mi empleo en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, pues salí corriendo de la precariedad y la falta de voluntad para defender proyectos de los recortes presupuestales del gobierno federal.
En los primeros días de marzo de 2020 y con mis ahorros en cuenta regresiva, enfrenté el diagnóstico de mi primer contagio de covid en casa, pues los hospitales atendían con prioridad a personas con comorbilidades. Recuerdo que me tenían que velar el sueño en el sofá de la sala porque si intentaba dormir acostada en la cama, respirar era un dolor tremendo. Estuve unas tres semanas en aislamiento total, pero trabajando (cuando podía mantenerme despierta) aun con cuarenta grados de fiebre, pues particularmente el gremio restaurantero pendía de un hilo y mi trabajo era hacer lo posible por incentivar el consumo local.
Los primeros meses pandémicos fueron de incertidumbre laboral, de abrazar las mieles de la virtualidad para divulgar al deporte y de estar al día con las redes sociales y las iniciativas restauranteras del puerto.
2.- ¿Cuáles fueron tus temores más persistentes?
Que todo fuera en declive.
No sé por qué no me asustaba tanto el hecho de morir o la posibilidad de enfrentar la muerte de mis personas amadas como sí temía la serie de crisis que nos estaban golpeando duro y que nos depararían una vida precaria, con secuelas en el cuerpo y con huecos emocionales por las distancias.
3.-¿Pudiste crear en esos días?
No mucho o quizá no mucho para los estándares de otras personas. No pude (ni hubiera querido) hacer teatro virtual, por ejemplo; el contacto por videollamada me resultaba torpe y cada vez más, invasivo con los horarios y los espacios personales. Además, prácticamente no tenía tiempo libre y, cuando lo tenía, sólo quería descansar la mente y disfrutar a mi familia, que fue lo que me mantuvo saludable. No me arrepiento ni una gota de «no haber producido» gran cosa por haber priorizado mi salud mental y agradezco profundamente no haber tenido que tomar clases o sostener reuniones virtuales todos los días.
Por otro lado, la pandemia hizo que me acercara más a Podio Media MX, un medio deportivo ensenadense que vi nacer en 2019 y en donde colaboro, sobre todo, para divulgar el trabajo de mujeres deportistas. Ponerle tiempo y corazón a un medio informativo innovador y digno ha sido una inversión preciosa.
4.- ¿Qué hacías durante las tardes?
Trabajaba. Ya fuera en diseñar o en hacer fotos o, por supuesto, en los quehaceres del hogar. También caminaba. En marzo y abril dediqué muchas horas a recorrer todo el Ex Ejido Chapultepec, mi barrio, aunque me hizo mucha falta ir a la playa pues, la alcaldía de Ensenada optó por cerrar las playas al público, justo cuando más necesitaba ejercitarse, mojar las vías respiratorias con agua de mar y despejarse del temor a morir o a perderlo todo.
5.- ¿Qué reglas rompiste durante ese periodo?
Todas, creo. Para empezar, yo no podía permanecer en casa. Tenía que salir varias veces a la semana a tomar fotografías, a crear contenido para los restaurantes con las que trabajaba y, de esa manera, aportar a que sus negocios no se murieran. Casi todas mis salidas eran en microbús y ahí nos trasladábamos codo a codo miles de personas con todo tipo de síntomas físicos. No podía vivir en una burbuja como mucha gente a la que le llegaba su quincena segura a la cuenta de banco.
No era sencillo seguir reglas cuando no había condiciones para ello. Recuerdo que me impactó saber que el uso efectivo de un cubrebocas era de máximo dos horas continuas y había semanas en que los utilizábamos por muchos días seguidos. Me parecía absurdo que la política se centrara en la restricción en lugar de hacerle frente a una nueva realidad. ¿Qué sentido tenían las filas con sana distancia en los bancos o restaurantes si buena parte de la gente obrera nos teníamos que subir a camiones atiborrados y sin medidas de higiene básica para llegar a nuestros trabajos? Eventualmente la enfermedad nos llegaría a todo el mundo y tendríamos que tener algo de ventaja, pero, en lugar de ello, me parece que las políticas restrictivas -con su debido sesgo clasista-, propició la aparición de las y los policías del COVID, que con la mano en la cintura señalaban toda conducta fuera de las normas de la sana distancia o el “quédate en casa”. ¿Qué pensaba esa gente? ¿Vivir en el encierro por meses y meses? ¿Qué toda la gente podía trabajar en línea y ordenar sus compras por teléfono? Qué mentes tan pequeñitas.
6.- ¿Qué música escuchabas?
Me aferro a mis lugares seguros y dejé entrar poco a poco a novedades artísticas, así que mis hábitos de escucha musical no cambiaron mucho a partir del encierro. Seguí con los gustos eclécticos: un rato norteño, al otro rock y más al rato trova. En los primeros tres meses estuve en una de mis rachas de escuchar a Luis Eduardo Aute; fue un lapso que aumentó con su muerte en abril de 2020. Pero si hablamos de música que sonorizó este primer periodo de la pandemia tengo que hablar de dos mundos, primero, los grupos norteños itinerantes locales que, al quedarse sin trabajo, se dedicaron a tocar en cruceros transitados por cooperación voluntaria. A ellos los escuchaba muy seguido en la Zona Centro pues teníamos la oficina de Podio Media en la calle Primera; y segundo, la banda catalana Love of Lesbian, que desde hace varios años me ha ayudado a centrarme y a vivir lo que tengo que sentir.
7.- ¿Qué comías de manera recurrente en esos días?
Me encanta cocinar y desde que vivo lejos de mi madre y mi padre aprendí a hacer milagros con pocos materiales, por ahorro y por explorar nuevas recetas con ingredientes de mi gusto. Cociné mucho en los primeros meses de la pandemia, pero eso era algo habitual. Me gustaba mucho preparar bowls de arroz con diferentes proteínas y verduras, pero en casa teníamos a la comida casera como prioridad, así que, en la medida de lo posible, la mesa seguía teniendo platillos de nuestros amores, como cremas de chipotle o poblano, ceviches o pechuga de pollo asada en muchas presentaciones.
8.- ¿A quién seguías en el mundo virtual, quién te salvó con su contenido?
No recuerdo sentir la necesidad de seguir a personas del mundo virtual, además de lo normal en mis redes sociales, es decir, a nadie en particular. Veía películas y series en plataformas digitales y con ello, como antes y como ahora, me escapaba cómodamente de tanta realidad.
Pero si quiero hablar de salvavidas, tengo que hablar de la risa, y eso no faltaba en mi hogar. No hubo un solo día sin carcajadas, sin calma, sin bienestar.
9.- ¿Te quitó el sueño la pandemia?
No la parte de morir. Me quitaba el sueño no ajustar para pagar la renta o saber que perderíamos bienes por falta de trabajo digno. Me alimentaba bien y caminaba mucho. Fortalecer mi sistema inmune me daba confianza.
Aunque sí hubo unos días fatales que me quebraron el corazón, como cuando mi hermano Francisco estuvo a punto de muerte por el covid o cuando no pude estar en el sepelio de mi primo José Ramón por la contingencia.
10.- ¿Cuál fue tu temor más grande?
Primeramente, perder a mi hermano Francisco. En verano del 2020 lo vi en los huesos sin poder comer mientras le llevaba insumos a su casa. Ya que la libró, mi mayor miedo fue que las cosas no mejoraran y no saber cómo lidiar con esa condición permanente.
11.- ¿Qué observaste en ti y en los demás de manera especial?
La pandemia por el covid-19 es una de las tantas maldiciones de nuestros tiempos. Como dice mi director de teatro, Fernando Rodríguez Rojero, toda tragedia lleva su propio tiempo para ser analizada y convertida en arte, en producto investigativo, en postura. La pandemia sigue, la estamos documentando, la estamos viviendo, la estamos sufriendo, no podría enlistar todo lo que he observado en las demás personas y en mí porque me tomaría bastante, pero, en todo caso, me enfocaría en hablar de las resistencias y los cambios y en admirar ese afán del disfrute a pesar de las circunstancias terribles.
12.- ¿Qué lecciones aprendiste?
No estoy graduada de nada. Estoy aprendiendo a lidiar con la responsabilidad de mis intentos de congruencia, a comunicar-me mejor y a elegir hacia dónde dirigir mi creatividad. Si pudiera hablar de una lección, rescataría esa valiosísima aportación de la antropóloga Margaret Meade cuando habló del cuidado y la solidaridad como claves de civilización de la especie con el hallazgo de un fémur roto y sanado por otro homínido. Sin la colectividad, nada.
13.- ¿Has resignificado algo en tu vida?
Por supuesto. De por sí, me la llevo en la resignificación constante. Mi familia se hizo más familia, mi hogar más valorado y mi vida más amada, aunque debo decir que esa tendencia ya estaba previa al inicio de la pandemia.
14.- ¿Qué es lo que no vas a dejar de hacer después de este periodo?
Vivir con más autocuidado y cuidar más de quienes me cuidan. El ritmo cada vez más acelerado del sistema nos hace desear cosas que no necesitamos y nos exige demasiado para conseguir lo mínimo que supone una vida digna, que más que vivir, sobrevivimos para cumplir con tanta cosa en la lista de tareas pendientes.
En mi trabajo feminista con enfoque interseccional he ponderado el autocuidado y los cuidados mutuos como herramientas fundamentales para fortalecernos en comunidad y en nuestro cuerpo como parte del territorio que habitamos, tanto en lo laboral, como en las resistencias y en la creatividad. En lo propio me ha ayudado trabajar en la conciencia de reconocer y asumir que la mayoría de lo que hago en mi día es trabajo (lo remunerado, lo voluntario y lo obligatorio en casa), por lo que vuelvo consciente también la necesidad de más descanso y mejor autocuidado; y en lo colectivo, reconocer que nada de lo que logramos es enteramente un mérito individual, sino un cúmulo de orígenes, a veces privilegios, apoyo y solidaridad.
Me gusta la idea de poner la creatividad al servicio de las redes que tejemos y que nos sostienen.
15.- ¿Qué es lo que te gustaría que se sepa de tu experiencia durante la pandemia?
No puedo hablar de este periodo sin contemplar las brechas de clase.
En esta vicisitud de talla extra grande, como en otras de todo tipo, la raza de a pie, la de abajo, la que no tuvo una herencia, la que nunca recibió un auto, casa o terreno como obsequio familiar, la desfavorecida en temas de movilidad social, la que no pudo ir a la escuela, la que no consiguió un empleo estable, la que no puede pagar terapia psicológica, la que no tiene prestaciones médicas, la que nunca va a ser citada para reconocerle ideas u obras, es la que más sufre los embates de todo problema social.
Aprecio los espacios para compartir mi vivencia de esta época, sin embargo, aporta mucho a la reflexión colectiva pensar en todo el entramado que se urde con nuestras propias vidas. Sé que toda la gente vivimos muertes cercanas pero la dificultad sigue después de las pérdidas de seres amados. No es lo mismo llevar un duelo con las cuentas pagadas que cuando hay que trabajar largas jornadas por sueldos míseros e inestables.
16.- ¿Qué fue lo más terrible, socialmente, en esos días?
El aumento exacerbado de las violencias en contra de las mujeres e infancias en sus propios hogares. El encierro, paradójicamente, desveló lo que desde hace muchísimo tiempo hemos gritado: gran parte de las violencias ocurren dentro de las familias.
Poco a poco, desde el trabajo con asuntos de género en el activismo o en proyectos del Instituto de las Mujeres para el Estado de Baja California, identificamos que había aumentado la cantidad de embarazos en adolescentes y niñas y, por lo tanto, violaciones sexuales por familiares. Saber eso era una carga densa y una preocupación honda, pues la violencia sigue creciendo.
Cada vez que abordo este tema no puedo sentirme más afortunada por haber tenido en mi hogar un espacio seguro, amoroso, tranquilo y respetuoso del que nunca quise salir corriendo.
17.- ¿Qué harías diferente si llegara otra pandemia?
No lo sé. Quizá nada. Volvería a poner en primer lugar mi salud mental y el tiempo con mi familia; volvería a dedicar horas a cocinar y a evitar la culpa por no producir grandes creaciones.
Reflexionar sobre la clase y con la conciencia del patriarcado me ha quitado pesos de encima, como la culpa por no crear a borbotones o esa incesante necesidad de tener que dejar huella. ¿Por qué tanta carga cuando, además del reto común, se busca sobrevivir a una pandemia? ¿Por qué la urgencia de crear algo desde cero cuando ya hay tanto hecho que se puede retomar, cuando hay tanto que se puede colectivizar, cuando es tan pesado evitar desgarrarse por la ansiedad o depresión?
El autocuidado feminista y la conciencia del aquí y ahora me dieron la claridad de interpretar al dicho de Woolf: “Escribid, mujeres, escribid, que durante siglos se nos fue negado”, no como un incentivo para aspirar a hacer grandes obras, sino a aprovechar cada espacio, cada momento, cada persona alrededor para poner en texto mi pensar y el de otras mujeres, de otras personas, y saber que esa incidencia es valiosa y justa para nuestros cuerpos y nuestros territorios.