Denuncia violaciones a sus derechos en la UABC
Carta a La Jornada Baja California
De antemano, muchas gracias por la atención que me presten.
Hace unos pocos años empecé una vida nueva. Me diagnosticaron una enfermedad rara llamada síndrome de Cushing endógeno, producción excesiva de cortisol provocada por un adenoma en la hipófisis (glándula pituitaria, en la base del cerebro). No existe, hasta ahora, una explicación sobre las causas y tampoco hay un tratamiento médico, solo neurocirugía, radiación o extirpar las glándulas suprarrenales, pero los efectos del exceso de cortisol son claros y devastadores.
En mi caso: diabetes tipo 2, hipotiroidismo, osteopenia (condición previa a la osteoporosis), anulación del sistema inmune, quebranto del ciclo circadiano (insomnio), fibromialgia, sarcopenia (pérdida de masa muscular), amenorrea (pérdida del ciclo menstrual), hígado graso, dislipidemias (colesterol y triglicéridos aumentados), alteración de la presión sanguínea (pérdida de electrolitos y deshidratación), hirsutismo (crecimiento de vello corporal), alopecia (calvicie en cabeza), aumento de peso, inflamación que genera estrías de un día para otro, náuseas y dificultades para comer por la inflamación de las mucosas internas, debilidad para realizar actividad física como caminar, infecciones recurrentes (vías urinarias, garganta, estómago), depresión mayor por causas fisiológicas, nerviosismo, afasias del lenguaje (cambiar palabras, letras, olvidar palabras), falta de concentración, terrores nocturnos, pérdida de la visión, piel enrojecida del rostro, cara redonda, joroba, brazos y piernas enflaquecidos, resequedad y debilitamiento de la piel, moretones, acumulación de grasa en el abdomen y espalda, y otras cosas que no recuerdo ahora.
Tuve una neurocirugía, en el IMSS de Mexicali, me ayudó mucho pero ahora el tumorcito ha reaparecido y mis complicaciones se incrementaron hasta el punto de que me dio Covid, me hospitalizaron e intubaron, pasé seis semanas en el hospital, dos de ellas inconsciente y convulsionando. Hoy sigo en cama, apenas puedo mover las manos y he sometido a mi papá al duro trabajo de ser mi cuidador principal a sus 70 años: alimentación en la boca, suministro de medicamentos, cambios de pañales, limpieza…
Viví en Mexicali porque me invitaron a trabajar en la Facultad de Ciencias Sociales y Políticas de la UABC, estudié la maestría en filosofía política y el doctorado en Ciencias Políticas y Sociales en la UNAM. El doctor Rodolfo Castellanos recibió mi CV de un amigo suyo a quien no conozco pero que, a su vez, lo recibió porque lo envié para un concurso.
En la Facultad de la UABC, hasta ese momento, no había nadie con estudios en Ciencias Políticas sino, sobre todo, economistas e internacionalistas. Acepté el empleo, invertí en una mudanza desde la ciudad de México y mi mamá me acompañó. Al llegar fui bien recibida por el director, aunque notaba recelo y desconfianza de los demás profesores y no entendía por qué. Con el tiempo hubo comentarios e indicaciones del director con las que no estuve de acuerdo y me negué (como la de vigilar que tal o cual profesor llegara a sus horas y delatarlo si no lo hacía), asumí que mi condición era de igualdad y le respondí de manera directa y respetuosa. Sin embargo, con el tiempo, me di cuenta de que, además de una profesora, el Dr. Castellanos quería que yo participara de un conflicto que sigo desconociendo y que él mantenía con algunas profesoras del plantel. Entonces empezó a tratarme mal, cargas excesivas de trabajo administrativo a las que nunca fallé, exclusión de actividades de capacitación o recreativas de la facultad, ausencia de respuesta a correos, acoso en redes sociales (como darme órdenes posteándolas en mi muro personal Facebook), no recibirme cuando lo buscaba, negarme permisos académicos para actividades educativas (me invitaron a ser sinodal de exámenes de doctorado en el Centro de Estudios Superiores Navales de la SEMAR en la Ciudad de México y yo cubriría mis gastos, por ejemplo, y no me autorizó), bloqueos para realizar los proyectos académicos que propuse y presenté por escrito, e incitaba malos tratos de las personas de administración y otras profesoras. Pedí apoyo en el sindicato y la respuesta fue negativa alegando que no era un asunto sindical, un primo suyo, Francisco McDonoug era el subsecretario sindical y fue quien me recibió.
Cuando el Dr Rodolfo Castellanos terminó su periodo como director, su primo ocupó el cargo. En ese entonces yo ya tenía el diagnóstico de la enfermedad y falleció mi mamá, todo eso se lo hice saber al nuevo director por si en algún momento me sucedía algo, le envié los documentos médicos del seguro y nunca respondió. A pesar de la enfermedad y de que mi capacidad de movimiento se redujo, de que empecé a usar bastón, no falté ni fallé con ninguna de las actividades extra que se incrementaron. En ese tiempo todas las clases eran en línea, le pedí el apoyo al Dr. McDonoug para pasar medio tiempo desde casa y medio tiempo en la facultad, para no agravar mi condición y porque estábamos en plena pandemia y temía contagiarme de covid con las defensas tan bajas, la respuesta fue negativa, me dijo que mis «asuntos privados» no eran argumento para no cumplir con mi contrato.
De acuerdo con las reglas universitarias y el contrato, me tocaba hacer el examen de oposición para tener definitividad en mi plaza. Sin embargo, el Dr. McDonoug decidió no recontratarme, violando mis derechos laborales y provocando un estado de indefensión grave en mí, como la pérdida de servicios en el IMSS y, por supuesto, de ingreso. Las causas que aducía el oficio que me envió para notificarme eran vagas e imprecisas, además de falsas, el documento afirmaba que ya no hacían falta mis servicios porque la facultad los tenía cubiertos (dar cursos de teoría y ciencia política), pero en la facultad yo seguía siendo la única persona con estudios en Ciencias Políticas y Sociales y en la facultad existe la licenciatura en Administración pública y ciencias políticas, y estaba a punto de abrirse el posgrado Ciencia Política del que también fui excluida.
En ese momento yo me encontraba agobiada e incapaz de hacer frente a una batalla más, por eso decidí no proceder legalmente para disputar mi reinstalación, sabiendo que se estaba cometiendo una injusticia y un acto discriminatorio por mi condición de salud y por el rechazo y acoso del que había sido víctima desde que el doctor Castellanos me invitó a trabajar con él.
Actualmente vivo en Orizaba, Veracruz, en la casa de mi hermano, aunque solo vine a visitarlo. El tumor volvió a crecer y a principios de septiembre me dio Covid, me hospitalizaron, intubaron e indujeron coma durante dos semanas y después me realizaron una traqueostomía con la que llevo seis semanas. Solo tengo movilidad en las manos gracias a que tomo fisioterapia, el camino para salir de esta situación es largo, fatigado y muy costoso.
Pienso que el capricho de dos hombres mayores para deshacerse de una profesora que se atrevió a hablar como si todos los seres humanos fuésemos iguales y mereciésemos respeto ha tenido efectos tremendamente devastadores en mi vida y que la animadversión no debe ser causa para privar a un trabajador eficiente de su fuente de subsistencia.
Por eso escribo esto, para denunciar esta injusticia frente a la opinión pública y para recordar que debemos tener límites al tratar a las personas que nos rodean, incluso si no nos caen bien, hoy día mi vida está en peligro porque no tengo medios de subsistencia. Me preocupa, además, que estas personas se encuentran ejerciendo funciones públicas y con personal bajo su cargo, lo cual les continúa dando el poder suficiente para hacer daño en su entorno y provocar efectos todavía peores. Los criterios de ingreso a la función pública también deberían incluir cierto grado de republicanismo en que las pasiones individuales no sean obstáculos para privilegiar y preservar la cosa pública.
Le agradezco mucho la atención y difusión que de a este mensaje y le deseo éxito y prosperidad.
Dra. Violeta Alejandra Chávez Bautista
Orizaba, Veracruz, 3 de noviembre de 2023.
Ante el ofrecimiento de La Jornada Baja California de buscar la postura de la UABC, la profesora respondió lo siguiente:
He estado pensando y le escribo en atención a su correo anterior, sobre la réplica, para avisarle que no tengo ni el deseo ni expectativas de entrar en debate con los doctores Castellanos y McDonough, la asimetría en nuestras posiciones, condiciones y posibilidades es tremendamente enorme y evidente. Ellos continúan sus carreras político académicas, seguramente sin reparar en el impacto que sus decisiones tuvieron sobre mí, mientras yo sigo postrada con una traqueostomia y con gastos de todo tipo.
Considero que le corresponde a las autoridades universitarias y gubernamentales poner más atención y reducir el nepotismo y amiguismo, para que las funciones públicas sean ejercidas de forma más profesional que pasional.
Por mi parte, en cuanto reúna energías suficientes procederé a poner una queja en DDHH, por mí, por mí dignidad, por las otras profesoras y en general por quienes hemos padecido acoso y hostigamiento laboral.