publicidad
Opinión

El último lector | Todo comienzo tiene su hechizo

Por: Rael Salvador

Le había dicho: “Si no te salvaste de las llamas de la pasión, no creas que te salvarás de las llamas del infierno”.

Ella, en su dulce desacuerdo, hace de su belleza un remilgo.

Luego, ante esa imagen de justa satisfacción —y bajo el imperio de las notas de John Adams (“Hallelujah Junction”, en la jornada a dos pianos en manos de Lukas Geniušas y Anna Geniushene)—, me dejo caer de nuevo en mi mullido sillón y tomo la biografía que Alois Prinz realizó sobre Hermann Hesse y que, con deliberada curiosidad, acabo de extraer del librero.

Hace tiempo, 22 ó 23 años quizá, me sumergí con fascinación en sus adentros para acentuar más mi condición de “lobo estepario”.

Ahora leo en la página 354 —o releo, en el fortuito milagro de abrir un libro al azar— lo siguiente: “Hesse refiere cómo volvió a encender una hoguera en el jardín y cómo una anciana de 80 años pasó junto al seto y se le quedó mirando. La anciana, riéndose, pensó que Hesse hacía muy bien en encender aquella hoguera, porque con la edad que ella tenía había que irse familiarizando ya poco a poco con el fuego del infierno”.  

No deja de sorprenderme la coincidencia y, como herido por el rayo de la felicidad, me revuelco de risa… ¡La anciana alemana, curiosa y sarcástica, diciéndole a Hesse que habría “que irse familiarizando con el infierno”!

¡Se trata de una risa idiota que espabila todo misterio y me reubica, en tiempo y forma, a la “sincronicidad junguiana” (del maestro Carl Gustav Jung, por supusto), esa significativa coincidencia de dos o más eventos, tan deliberadamente sonada en el arquetipo latiente de sus páginas…

Estoy atrapado en el “tonto de la carcajada”, el libro yace en la alfombra —mi cabeza ronda ya cerca de él— y los dos pianos se entretienen remachando la sonoridad ambiente, escenario mágico, no para cualquiera: “Sólo para locos”.

Reparo en la portada, paso a caballo por el título —“Todo comienzo tiene su hechizo” (Herder, 2002)— y mis ojos se clavan en la fotografía que ilustra la biografía…

Parece que acabo de morder un cable de “alta atención”, la piel se me pone “chinita” y, no sin sentir el resquemor de alguna precaución cósmica, me detengo cautelosamente ante ella…

¿Por qué? Buena pregunta, ¡maldita sea!

Se trata de una fotografía en tono sepia (que al interior aparece en blanco y negro), representativa de la época —donde se le observa cuidando su jardín en verano de 1935)—; un Hesse no tan mayor, de 58 años, con su sombrero característico, se encuentra en cuclillas liando paja y seleccionado palillos, ramas y hojas secas para mantener vivo el rudimentario “infiernillo” —la hoguerita controlada, acogida por la huerta, las cestas y regaderas de mano— que se encuentra humeando a su izquierda…

Y, en mi afán imaginativo —de ofrecer “imagen” al acontecimiento narrado por Alois Prinz—, yo intento ver a la anciana octogenaria que pasa rozando con su viejo faldón colorido el cercado de matas y arbustos y, sonriendo —gruesa y maliciosa, como una niña rural—, huele la fragancia del ritual terrestre, luego se queda mirando, primero el “infiernillo”, después a él, y piensa que Hermann Hesse hace muy bien en encender aquella hoguera, “porque con la edad que ella tenía había que irse familiarizando ya poco a poco con el fuego del infierno”.

“Las mariposas bailan como si fueran a morir pronto”, diría el poeta Georg Trakl.  

Se desarrolla entre ellos un diálogo en broma, y al final el autor de “Siddhartha” y la mujer están de acuerdo, como dos viejos pianos Steinway & Sons al unísono, en que, al fin al cabo, «ellos no están tan “terriblemente viejos”, ya que en la aldea vive la mujer más anciana, que tiene 100 años de edad».

Así es, la realidad nunca es suficiente: ¡Nos hace tanta falta la magia!

raelart@hotmail.com

Related Posts