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Opinión

El último lector | Ravel más que Ravel

Por: Rael Salvador

Ravel es mucho más que el “Bolero”, ese prodigio arquitectónico —más allá de la danza y el juego: técnica y sensualidad de un tiempo apasionado— que, desde sus umbrales, arrebató con sus redobles el transcurso del siglo XX.

Lo escuché en mi infancia temprana y, como un minino frente a un perro descomunal, me había quedado paralizado. Pasadas las décadas, todavía reverbera en mi piel el instrumental de batalla, sueño de placer armónico, con su arrastre trenzado y su final jadeante, al servicio de la alegría y el misterio.

No se impone un virtuosismo profundo, tampoco nada hay de superficial: la amalgama del “Bolero” apuesta su perdurabilidad a la espontaneidad: no acepta el colorido de metafísica alguna si no se reconoce primero la tiranía de su sistema.  

En el escenario, el “Bolero” representa un mesón español donde una mujer danza sobre la mesa central: contorsiones vivaces y castañuelas que percuten con un eco hipnótico. En ese ruedo viciado de extraña belleza, el público se deja hechizar, primero, por el cromatismo calmo de la orquesta —que se va graduando en crescendos— y, al pasar los minutos, se encuentra sumergido en el arrebato demencial de una legión de abstracciones que machacan, no sin determinada geometría enérgica, los últimos vestigios de lucidez en cada espectador… 

La pieza fue resultado de un encargo de Ida Rubinstein, realizado en apenas un mes, para estrenarse el 22 de noviembre de 1928, de la centuria pasada, en la Ópera Garnier de París, donde esa noche una dama de la alta sociedad se desgañitó gritando: “¡Un loco! ¡Un loco! ¡Un loco!”. Ravel cuenta el suceso a su hermano y él comenta: “¡Ésa sí que lo ha entendido!”  

Sin lugar a dudas, Maurice Ravel —amante del fuego ibérico— compartiría la sentencia de Emil Cioran: “Si Dios fuera cíclope, España le serviría de ojo”.

Escribió generosamente una partitura para el hermano del filósofo Ludwig Wittgenstein, Paul —quien perdió el brazo derecho en la Primera Guerra Mundial—: “Concierto para la mano izquierda”. El compositor y pianista George Gershwin le pide que le dé lecciones, y Ravel le contesta: “Perdería usted la gran espontaneidad de su melodía para componer un mal Ravel”.

Después de un accidente automovilístico, Ravel padece de apraxia y disfasia. Afectado de la memoria, es llevado cortésmente a presenciar una audición de su “Bolero”. No recuerda haberlo creado y, con la dicha de un duende viejo, manda felicitar al talentoso compositor que lo ha bañado de un sostenido rigor trascendental.

Poco antes de la fatalidad de 1932, Ravel ha emborronado su oratorio de “Las florecillas de San Francisco de Asís”, donde el “Sermón a los pájaros” promete el alto vuelo cósmico que sólo una sensibilidad depurada y llena de gracia puede ofrecer (en la pintura, “Sermón a las aves” de Giotto; en la literatura, “El pobre de Asís” de Nikos Kazantzakis).     

Se dice que su pasión por coleccionar curiosidades —y vivir rodeado de gatos— hubiera enloquecido a cualquier mujer. En esos últimos años, ya sin poder tocar, siempre paciente, deja pasar las horas y los días realizando pequeñas esculturas de animales con su pan mojado en vino.

Como bien observa el filósofo y musicólogo francés Vladimir Jankélévitch, la magia de Ravel fue lúcida, más que precoz: “no corre a costa de nuestro músico ninguna de esas anécdotas fabulosas con las que se suele fabricar la hagiografía de los niños prodigio; al contrario que los bebés mitológicos, no estranguló boas en la cuna ni compuso un concierto a los tres años; incluso fue, en fin de cuentas, un muy mal alumno, y sabemos que su fracaso en el concurso de Roma ocupa un lugar memorable en la lista de los grandes errores judiciales del Instituto”.

Con una obra opulenta, más allá del “Bolero”, podría nombrar: “Don Quixote a Dulcinea”, “Dafnis y Cloe”, “Pavana para una infanta difunta”…

Nacido el 7 de marzo de 1875, Ravel dejó este mundo el 28 de diciembre de 1937. Y como se nos ha hecho observar: desde que murió Maurice Ravel, se nos murió también la inocencia.

raelart@hotmail.com

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