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Opinión

El último lector | Pequeño tratado de la civilidad del alma

Por: Rael Salvador

La pulcritud narrativa de William Ospina es garantía para alimentar de claridad géneros esenciales: relato, cuento, ensayo, novela, hilos que resaltan el color en la plenitud de su belleza.

Como en los Andes, donde su ojos observaron por vez primera el vuelo del cóndor, el tejido de palabras del colombiano se desplaza ofreciendo un paisaje donde la respiración visual resulta esencial: al observarse la edificación de lo humano, se evalúa el desastre de su grandeza.

“Un planeta que durante milenios ha sido el escenario más propicio para la vida, para nuestra forma de vida, podría transfigurarse ante nuestro ojos en una morada inhóspita, de sol calcinante, de aire tóxico, de agua impotable, de pieles irritadas, de complicaciones respiratorias, donde los tejidos enloquezcan, los sentidos se alteren y los gérmenes escapen a todo control”, sentencia el autor de “Parar en seco” (Navona Editorial, 2017).

Con un voz pausada, río de sentido, el murmullo poético se da la mano con el ensayo (como se lee en el capítulo El poder de los mitos) y explora, a partir del costo abrumador de la decadencia, la contradicción moderna de lo que nos sobrevive. Si la maravilla de la vida ofrece la posibilidad del fin del mundo, Ospina restablece un análisis histórico en tres personajes esencialmente mitológicos: Buda, Diógenes y Jesús.

En una especie de preámbulo, declara: “Hacia el siglo V antes de nuestra era surgieron la prédica de Buda en la India y la de Diógenes de Sinope en la Magna Grecia. Ambos configuraban una doctrina de renuncia. Buda, criado entre lujos y protegido de los males del mundo, descubre un día que existen la enfermedad, la vejez y la muerte”. Y, al testificar su vigencia, nos damos cuenta que la temática aún posee sustancia para el resplandor y, a la vez, para la recomposición.

Al realizar el dibujo del de Sinope, nos regala el contraste de la sapiencia en relación al actual paradigma tecnológico: “Diógenes, inducido por una respuesta del oráculo a falsificar moneda, y reducido por ello a prisión, opta por renunciar a toda posesión, y vivir en la sabiduría y la pobreza, cobrando apenas una limosna a sus conciudadanos a cambio del beneficio mortificante de decirles siempre la verdad”.

Pero es en el retrato del crucificado donde la tinta expande su fogonazo. Lo citaré in profundis: «Estos dos sabios de Oriente y Occidente prepararon el nacimiento de Jesús, que llevaría la doctrina hasta sus consecuencias más paradójicas. Se diría que Jesús nació para contrariar todas las tendencias espontáneas del ser humano. Ante los que exaltan la virtud del trabajo declara: “Mirad los lirios del campo y las aves del cielo, que no trabajan ni hilan, y ni Salomón con toda su pompa vistió como ellos”. A quienes el atesoramiento y la acumulación, les enseña, en su oración principal, a pedir solamente “el pan de cada día”. Recomienda amar a los enemigos, dar al asaltante lo que olvidó llevarse, ofrecer la otra mejilla al que nos golpea. Quiere verse reflejado sólo en los más pobres, en los más humildes, en los más desdichados; busca a los enfermos, prefiere a los marginales, acepta la amistad de los mendigos y las prostitutas, recomienda la humildad, aconseja la humillación, anuncia que los últimos serán los primeros, abraza a los leprosos, libera a los poseídos, escoge entre sus discípulos a un traidor venial que le ayudará a cumplir su misión, y en el último instante ofrece a un ladrón un lugar a su lado en el Paraíso»

“Parar en seco”, pequeño tratado de la civilidad del alma, recrea nuestra evolución a partir de lo más significativo que ha brindado la civilización en sus diversas fases de barbarie, la más de la veces transformada en religiones y nacionalismos —de ahí la humanización de los diversos estilos del mito—, orillando a la presente y cuestionable bonanza del planeta —cifrada en el derroche tecnológico y la matanza terrenal—, a la vez de ponernos en la situación latente de pensar en el final.

raelart@hotmail.com

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