Tijuana y las paradojas en su “proceso de desarrollo”
De acuerdo con el Censo de 2020, Tijuana se convirtió en el municipio más poblado de México, alcanzando una población de más de 1.92 millones de habitantes, que superó a los municipios que tradicionalmente habían estado a la cabeza en la lista de los más poblados del país, entre los que se encuentran la alcaldía de Iztapalapa en la Ciudad de México (con 1.84 millones) y los municipios de León en Guanajuato (con 1.72 millones), de Puebla en la entidad del mismo nombre (con 1.69 millones) o de Ecatepec en el Estado de México (con 1.64 millones). Evidentemente, como ha sido documentado en diversos estudios, esta posición se alcanzó mediante intensos periodos de crecimiento poblacional, considerando que hasta hace apenas 134 años habitaban alrededor de 250 personas en el poblado que fue bautizado con el nombre de Tijuana.
A este explosivo aumento poblacional, que en promedio tuvo una tasa anual de crecimiento de 7.5% entre 1900 y 2020, le siguieron una serie de actividades económicas que fueron absorbiendo la oferta de mano de obra que se generaba con la llegada de fuertes oleadas de migrantes provenientes de otras entidades del país, así como de la propia evolución de la población local y de la que se fue asentando en el municipio, con lo cual se fueron incorporando nuevas generaciones de tijuanenses. En este contexto social, a lo largo de los años la economía de la ciudad se fue adaptando, aprovechando en buena medida su ubicación y cercanía con California y San Diego, uno de los estados y condados más prósperos de los Estados Unidos de América. Así, durante la primera mitad del siglo XX la principal fuente de empleo recayó en los servicios turísticos orientados a los visitantes estadounidenses; a partir de la década de los sesenta la industria maquiladora tomó la estafeta; y, más recientemente, el comercio y los servicios han cobrado relevancia, empleando alrededor de 60 por ciento de la población ocupada.
No obstante el dinamismo económico y poblacional, el municipio ha enfrentado desde hace varias décadas una serie de rezagos en la provisión de servicios públicos, equipamiento e infraestructura urbana que erosionan la calidad de vida de sus habitantes, tanto por las condiciones de deterioro del entorno urbano en buena parte de las colonias, como por el aumento de los costos que les implica a las familias el no contar con servicios públicos de calidad. Entre los rezagos más evidentes destacan: un transporte público desarticulado y costoso; grandes extensiones de vías públicas sin pavimentar o con recubrimientos en mal estado; escasez de agua potable; drenaje insuficiente; infraestructura hospitalaria con baja capacidad de atención; inseguridad pública en niveles históricos; insuficientes áreas verdes; un medio ambiente cada vez más precario e insalubre; y, una parte importante de las viviendas en situación de hacinamiento e informalidad en la tenencia de la tierra.
Este breve y somero diagnóstico nos da una idea de las paradojas que se han vuelto parte del devenir de la ciudad: por un lado, con una economía que ha mostrado cierta solidez, con salarios superiores a los que se reciben en otras ciudades del país, y con tasas de informalidad y desocupación muy inferiores a los promedios nacionales; pero por otro lado, con grandes rezagos en la provisión de servicios públicos y con una infraestructura y equipamiento urbanos deficientes que, aunque en muchos casos no son considerados en las mediciones de pobreza, tienden a deteriorar las condiciones de vida y el bienestar de sus habitantes.