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Opinión

El último lector | ¡Perros, más que perros!

Por: Rael Salvador

El joven Mohamed Bahr —24 años— articulaba en su inocencia Down —no desde su discapacidad, sino desde la incapacidad de ser mordido famélicamente por perros de guerra—: “¡Khalas ya habibi!”, que significa “¡Vete, basta, querido!”.

Bahr, con la gracia ingenua de un ser nacido con detrimento intelectual y desarrollo mermado —inofensivo, candoroso, un tanto obeso, aniñado, como corresponde a su condición—, es abatido por el hocico de un perro que ha sido entrenado para descarnar a sus víctimas, seleccionado de los animales que se especializan en encontrar “terroristas” de Hamás. 

Él cantaba —desde su sillón, movía su cuerpo, armonizaba el ir y venir de sus ojos y brazos—, le gustaba la música. Corta, al ras, su cabellera entraba en un juego conocido después de su repartición de abrazos y “reía cada vez que alguien le acariciaba la cabeza”, ha contado en la tristeza más abrumadora su madre.

Separado de la familia, en un cuarto contiguo —los soldados israelitas, este pasado 3 de julio de 2024, habían invadido la vivienda en Gaza (Shejaiya)—, le soltaron el perro de combate: atacado, indefenso, imposibilitado, un Mohamed Bahr mordido, desangrándose de los brazos, sólo decía, sin rencor, asustado, desvalido, sin conocer el coraje —como cuando otros niños lo contrariaban—: “¡Khalas ya habibi!, ¡khalas ya habibi!”… “¡Vete, basta, querido!”.

La madre de Bahr, Nabila, comenta que —como una premonición ante las dentelladas del perro— siempre le habían oído expresar esas palabras que, de a poco, con el tiempo y su crecimiento, le había sacado con dificultad al mundo…

¡Sólo tres!: “khalas ya habibi”… “¡Vete, basta, querido!”.

¡Cómo no sentir vergüenza por las miles de palabras que uno maneja y que sirven para una mierda!

La inhumanidad de la invasión israelí a territorio de Gaza (con 40 mil muertos en su haber), lo ha desamparado —abandonado a su suerte por los “códigos” de guerra de los soldados sionistas—: lo dejaron morir como perro, enfrentado a sus perros…

¡Perros, más que perros!

La familia de Mohamed Bahr —desplazada esa misma tarde, por los empujones, las injurias, la punta de los fusiles, los tanques y la impiedad de las bombas: claras órdenes de desalojo (ya lo han hecho otras 15 veces)— tropezó, cuando lograron regresar a casa —una semana después— con el cuerpo de su ser querido: Mohamed Bahr, que se había quedado llorando y malherido, lejos de su sillón de rey feliz… se le encontró destrozado, desgarrados los brazos, un cadáver roto y en descomposición, lejos y ajeno ya a toda la inocencia de la que en vida fue capaz.

Él cantaba, se le veía alegre, vivaracho, contento, muy animado… Y, desde su florido sillón mostaza, movía su cuerpo, armonizando el ir y venir de sus ojos y brazos y abrazos…

—¡Gaggag, gaaag! ¡Aaggg! —animado en su alborozo gutural.

Ahora, sellando el dolor en la orgía de la violencia, el ejercito israelí nos ofrece, una vez más, su renovado paisaje sádico —cruento, destructor, inhumano— que nos obliga a custionarnos sobre las raíces del mal.

La pensadora Simone Weil anotó con fuego en las páginas de su ensayo “No empecemos de nuevo la guerra de Troya” (1937): “Incluso en la guerra, los límites de lo que se puede llegar a hacer sólo se conocen cuando estos se rebasan”.

No tenemos salvación. Una vez más, la puta “humanidad” está en deuda con la humanidad.

raelart@hotmail.com

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