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Opinión

Bolivia: ¿Hacia la autodestrucción?

Por: La Jornada

Entrevistado por La Jornada, el ex vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera (2006-2019), condenó la «pérdida del horizonte estratégico de los adversarios reales a enfrentar y el enfrascamiento en pugnas personalizadas y muy mezquinas» dentro del gobernante Movimiento al Socialismo (MAS), del cual es militante. Aunque fue el segundo al mando del ex presidente Evo Morales durante más de una década, García Linera considera que tanto el histórico dirigente cocalero como el mandatario actual, Luis Arce, son responsables del deterioro en el bloque nacional popular y de la parálisis política que agrava las dificultades económicas del país.

El ex vicepresidente es un observador privilegiado tanto por la larga relación que lo une a los protagonistas de la lucha por el control del MAS como por ser un raro ejemplo de intelectual-activista que ha aunado de manera virtuosa su aguda lectura de la realidad y su capacidad de conceptualización con un compromiso indeclinable con las causas populares. Para él, la fragmentación del MAS y de sus bases se explica por una cortedad de miras para conducir el tránsito del proceso de cambios progresistas desde su fase heroica hacia la administrativa, en la que ya no se trata de ganar votos ni de movilizar al pueblo en defensa de sus derechos, sino de conducir el aparato estatal en beneficio de las mayorías.

Esta deriva es lamentable por su potencial para llevar al colapso del ciclo progresista y facilitar el regreso de las derechas oligárquicas que durante la práctica totalidad de la historia boliviana usaron al Estado como una plataforma de enriquecimiento individual y faccioso. Este desenlace sería particularmente deplorable porque significaría un retroceso catastrófico en materia de igualdad, combate a la pobreza, construcción de la soberanía nacional, protección del medio ambiente y, ante todo, en la construcción de una sociedad plurinacional en la que se puso fin a la centenaria opresión racista en la que los pueblos indígenas, mayoritarios en la población nacional, se encontraban excluidos de la toma de decisiones públicas.

Un descarrilamiento del MAS sería también un agravio a los cientos de miles de personas que se enfrentaron a la violencia del Estado oligárquico vigente hasta 2006, incluidas las decenas que perdieron la vida en la resistencia contra la estigmatización de los usos tradicionales de la hoja de coca, en las guerras del gas y del agua de hace dos décadas, y en el gobierno de facto de Jeanine Áñez tras el golpe de Estado de 2019.

Que los sacrificios de activistas, amas de casa, defensores del territorio, campesinos y una pléyade de representantes del campo popular se vayan al traste por vanidades e incapacidad para procesar con madurez las inevitables diferencias que surgen al interior de todo movimiento político y de todo grupo humano sería sin duda un motivo de tristeza e inquietud para Bolivia y para todas las personas que anhelan alternativas al capitalismo depredador impuesto por Washington y abrazado por las derechas en casi todo el planeta.

Por ello, lo que ocurre en la hermana nación andina es una lección para todos los integrantes de proyectos transformadores acerca del peligro latente de autodestruirse cuando los personalismos y las ambiciones se ponen por encima de principios.

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